Después de ver un día por casualidad este vídeo en internet me quedé un momento inquieto, pensando acerca de la relación que tenemos con la tecnología y de cuan dependientes nos estamos volviendo de los dispositivos móviles e internet. Porque esa es la realidad. Difícil recordar cómo era nuestra vida hace por ejemplo 15 años, sin la necesidad obsesiva de estos artilugios y si mal no recuerdo éramos totalmente autónomos y el mundo seguía girando. No estoy siendo crítico con el avance tecnológico, para nada, lo considero totalmente necesario para seguir evolucionando como sociedad, pero si es cierto que debiéramos controlar y analizar nuestro uso y comportamiento con el mismo. Una buena práctica de reflexión es comparar nuestro mismo comportamiento con un tiempo pasado.
Los que hemos nacido en la década de los 80 tenemos un historial tecnológico similar. En los 90 recayó en nuestra casa el primer ordenador de sobremesa, 286 o similar. Curioso cuando queríamos conectarnos a eso que se llamaba internet, había un protocolo establecido: avisar a la familia de que te ibas a conectar, enganchar al ordenador un cable kilométrico y soportar los desagradables pitidos del módem dejando inhabilitado el teléfono fijo de casa. Esto que parece antediluviano pasaba en nuestros hogares no hace mucho. Pasamos en el año 2000 a tener nuestro primer teléfono móvil creando estrategias de ahorro como las comunicaciones a través de llamadas pérdidas y las revisiones de los sms para que cupiesen en los 160 caracteres. El mundo de la telefonía móvil tuvo una curiosa evolución ya que al principio primaba el gran tamaño, luego los más cool eran los más pequeños hasta que irrumpió el iphone y su pantalla en el 2007. Ahora nos encontramos rodeados por smartphones, tablets, smart tvs, relojes y pulseras inteligentes,… todo tiene el título marketiniano de smart, todo salvo lo que no se puede comprar con dinero o conectar a la red.
Los que nos emocionamos cuando recordamos juegos como la mano loca o la sintonía de los trotamúsicos, sin duda hemos tenido una infancia diferente a la que se está viviendo hoy en día. No digo que sea ni mejor ni peor, pero sí diferente. Con todo esto lo que quiero decir es que esta generación, la mía, es la que ha vivido la introducción rupturista de la tecnología en nuestras vidas y creo que estamos legitimados para comparar y valorar el antes y el después. Alucino con que naturalidad el hijo de un buen amigo con poco más de 2 años maneja el ipad. Son unos niños y niñas que han nacido con estos avances tecnológicos pero lo que no hay que dejar de lado es potenciar las relaciones humanas, el sentir la calle y a las personas que junto con ese perfil 2.0 pueden generar unos futuros jóvenes muy capacitados que retornarán a la población innumerables progresos y nuevas aplicaciones tecnológicas. Habrá que esperar a ver que nos depara en unos años esta babygeneración del siglo XXI.
Ahora todo se vive y se siente a través de la tecnología. Lo normal hoy es tener un smartphone, tablet, portátil y todo el ecosistema de artilugios que nos permiten adaptarlos a nuestra rutina diaria. ¿Quién no ha salido de casa olvidándose su móvil, maldiciendo su torpeza y volviendo si era posible a recoger a su amado compañero de bolsillo?. Este fenómeno tiene hasta un diagnóstico clínico asignado, nomofobia, y se define como el trastorno que se da al no llevar el móvil y a otros factores involucrados con este dispositivo. Increíble. Increíble pero cierto, porque en mayor o menor medida nos podemos sentir identificados con esta situación, nos olvidamos nuestra extremidad tecnológica y nos sentimos vacíos. Esto es algo que por suerte, cuando te marchas de vacaciones desconectando dos semanas, te das cuenta de que puedes vivir tranquilamente sin “ellos”.
Equiparable a esta situación podría ser la figura de los Hikikomori, que se apartaban de cualquier contacto social recluyéndose en su habitación siendo su único contacto con el mundo externo a través de la tecnología. Ahora no salimos de nuestro dispositivos móviles. Sin quererlo el smartphone se ha convertido en el protagonista de nuestras vidas. Amanecemos con la alarma del móvil, chequeamos mensajes nuevos, desayunamos con él, vamos al coche y lo conectamos al cargador (siempre en busca de ese enchufe que convierte nuestros teléfonos más en terminales fijos que en móviles), llegamos al trabajo y lo situamos en la mesa como un segundo ratón, comemos con él, hacemos deporte con él, nos acostamos con él…. Podría seguir enumerando las interminables interacciones que tenemos a lo largo del día con nuestro móvil y con el resto de dispositivos pero prefiero no hacerlo. Asusta darse cuenta de que eres uno más de los sometidos por el peaje de estar siempre conectado.
Hay que dejar paso a una nueva era tecnológica, sin duda, pero esto se debiera dar evitando que las futuras generaciones sufran un proceso de deshumanización. Estamos pasando de ser individuos socialmente conectados a intraindividuos conectados tecnológicamente. Para los que nos despertamos y acostamos “iluminados” por la pantalla del móvil sería interesante hacer el ejercicio de vernos desde fuera, alumbrados en la oscuridad de la habitación por nuestros gadgets de última generación. Creo que la estampa es bastante perturbadora, ¿verdad?.
Termino con esta cita que le presuponen a Albert Einstein: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas”. Poco más se puede añadir. Hagamos un uso responsable de la tecnología y que el único bronceado de nuestro rostro sea el causado por los rayos del sol estival.
AXA