Muchas de las malas noticias que vemos a diario en los medios de comunicación son la consecuencia directa de no dirigir pensando en el largo plazo. Me refiero a hechos como la crisis de los refugiados, los atentados yihadistas del pasado mes de noviembre en París, el de California en Estados Unidos, o el reciente ataque a la embajada española en Kabul que ha costado la vida a dos policías nacionales. Nada de esto ocurre por casualidad.
Una de las lecciones que aprendieron los gobernantes en la Segunda Guerra Mundial fue que solo habría paz duradera en el continente si existía, al mismo tiempo, prosperidad económica y un reparto más equitativo de la riqueza. Así, en las décadas posteriores tras la finalización del conflicto bélico, se pusieron en marcha ambiciosos programas de reconstrucción y desarrollo (con una gran aportación económica estadounidense a través del “Plan Marshall”), de los que también se beneficiaron Alemania e Italia, los países perdedores.
Es decir, hubo una clase política que pensó en un horizonte temporal que excedía, con mucho, de la duración de su mandato. Otro elemento importante que permitió el crecimiento económico prolongado fue la creación de la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) en 1950, germen de lo que hoy es la Unión Europea. El objetivo era crear un mercado común, suprimiendo aduanas y buscando la libre circulación de productos dentro del territorio de los estados firmantes. Como consecuencia, se mejoró la producción del carbón y del acero, se intensificó el comercio entre los países miembro y se relanzó la industrialización en el territorio. La clase media europea creció de manera sensible. Europa ha vivido, desde entonces, el mayor periodo de paz de su historia.
Por desgracia, nuestros actuales gobernantes han olvidado las enseñanzas de sus predecesores. Hoy no se piensa en el largo plazo. El criterio general utilizado a la hora de tomar una decisión ante cualquiera de los graves problemas que se presentan es el de ganar tiempo. Después ya se verá lo que ocurre.
Veamos un ejemplo. Después de los atentados del 11-S, Estados Unidos, junto con el apoyo de varios países europeos, decidió intervenir militarmente Afganistán para derrocar el régimen talibán y capturar a Bin-Laden, máximo responsable de Al-qaeda. Expulsar a los talibanes del gobierno fue relativamente fácil, pero la situación en el país no se estabilizó, por la sencilla razón de que no había un plan para el día después. No contentos con tener un frente abierto, dieron inicio a la invasión de Irak. En esta ocasión, además, se utilizó un pretexto falso, el de la existencia de armas de destrucción masiva. Se eliminó a Sadam Husein. Y de nuevo, no había un plan para el día después. Irak es hoy, un caos, con parte del territorio dominado por el “Estado Islámico”.
En Siria se acometió una operación de derribo del dictador Bashar Al Assad, solo que esta vez, en lugar de enviar tropas propias, las potencias occidentales decidieron armar a los grupos opositores. En este país, para complicar aún más la situación, también participa Rusia, apoyando al dictador aún en el poder. El “Estado Islámico” se ha hecho con el control de parte del territorio. El resultado: un auténtico drama que ha hecho que cientos de miles de personas huyan del país en busca de un lugar más seguro.
Podríamos hablar también de Yemen, Mali o Libia. Son países que están sufriendo conflictos bélicos y donde no se vislumbra una solución de paz a corto plazo.
Como decía al principio, las cosas no ocurren por casualidad. La crisis de los refugiados o los atentados yihadistas son consecuencia de esta forma equivocada de actuar de manera cortoplacista. Estos problemas se han agravado, y nuestros dirigentes responden de la única manera que saben, es decir, ganando tiempo hasta la próxima legislatura.
Europa ha ofrecido a Turquía 3.000 millones de euros y la promesa de facilitar su ingreso en la UE a cambio de que los turcos se queden (y gestionen) en su territorio el grueso de desplazados por el conflicto de Siria. Y Francia, en respuesta a los ataques sufridos recientemente, está liderando una coalición para bombardear el territorio ocupado por el “Estado Islámico” en Siria e Irak. Hay serias dudas sobre la efectividad de estas acciones. Veremos.
Plano económico
En el plano económico ocurre otro tanto. Tras el estallido de la crisis de 2007, la respuesta de los mandatarios mundiales ha consistido en ganar tiempo, inyectando miles de millones de dólares y de euros al sistema. Estos estímulos no han llegado a lo que se conoce como la economía real. Se ha creado una burbuja monetaria jamás vista anteriormente. Hay temor a lo que ocurra en el momento en el que haya que retirar estos estímulos. El panorama está lleno de incertidumbres y son muchos los factores que pueden desencadenar, de nuevo, el pánico en los mercados internacionales, y por lo tanto, un nuevo parón económico.
El caso español
Se acaban de celebrar elecciones generales en España (con ingobernables resultados en el #20D) y la composición del Parlamento ha sufrido un cambio radical debido a la incorporación de nuevos partidos políticos. Ahora empieza la negociación para formar gobierno. Los candidatos han lanzado propuestas y promesas de manera continua durante la campaña. Sin embargo, ninguno de ellos ha hablado de cuál tiene que ser la España del 2035.
Si estableciéramos un símil deportivo, podríamos decir que la discusión está centrada en las reglas sin haber definido a qué jugamos (¿fútbol, baloncesto, waterpolo…?). Es decir, ¿cuál va a ser el motor que tire del progreso económico en los próximos 20 años?. ¿La construcción?. ¿El turismo?. ¿La nanotecnología?. Y en consecuencia, ¿qué acciones hay que llevar a cabo para posibilitar el cambio?.
España es un país que tiene todo para ser una potencia económica y jugar un papel mucho más relevante en el panorama internacional. Disfruta de una situación geográfica privilegiada, un clima amable, un nivel de infraestructuras muy desarrollado (carreteras, ferrocarriles, puertos, aeropuertos, telecomunicaciones,…). Y lo más importante, tiene un tejido profesional suficientemente formado y capacitado para poder competir con garantías en un mundo globalizado.
Sin embargo, hay un gran déficit de liderazgo, tanto en el ámbito público como en el privado. Como remarcaba anteriormente, no he visto aún un solo candidato que hable en términos de largo plazo sobre el futuro del proyecto país.
Y en el sector privado, por desgracia, vemos que el estilo habitual de dirección de las grandes empresas es dictatorial y cortoplacista. El reconocimiento profesional y la meritocracia brillan por su ausencia. El resultado es que es raro encontrar una empresa española que ocupe una posición puntera a escala mundial en cualquier sector.
Conclusiones
En este post podemos ver varios ejemplos de los perjuicios que acarrea el realizar la función directiva de manera cortoplacista. Sin embargo, hay una diferencia entre un país y una empresa. El primero no va a desaparecer nunca, aunque sea perdurará como esencia. Por muy deprimido que pueda llegar a estar, siempre tendrá la oportunidad de resurgir, aunque para ello quizás deba esperar muchos años. Una empresa, por el contrario, tiene muchas posibilidades de termina por desaparecer.
Pero también tenemos el ejemplo contrario, el de los beneficios que se pueden obtener por hacer un ejercicio de reflexión, de pensar en el largo plazo. Y uno de los casos más paradigmáticos es el de la transformación de Bilbao. En los años 70 y en los 80, en el siglo pasado, la villa bilbaína sufrió un importante declive tras la desaparición de ocho grandes grupos empresariales de clase mundial. En 1991 se fundó la asociación “BM30: Bilbao Metropoli-30”, lugar de encuentro de las instituciones públicas (gobierno vasco, diputación de Vizcaya y los 30 municipios pertenecientes al Bilbao metropolitano) y empresas y entidades privadas. El cometido de la asociación era, según su propia definición, “realizar proyectos de planificación, estudio y promoción, dirigidos hacia la recuperación y revitalización del Bilbao Metropolitano, definido como una realidad social y económica sin unos límites geográficos precisos y cuya existencia se ha proyectado por todo su entorno regional e internacional”.
Cualquier persona que conociera el Bilbao de antes y el de hoy verá los frutos de este trabajo. La asociación sigue funcionando activamente en la actualidad, realizando propuestas para seguir orientando la transformación que todo organismo (un territorio, una institución, una empresa,…) tiene que practicar de manera continua para adaptarse a los cambios que sufre el entorno en el que se mueve.
Considero imprescindible para toda organización hacer un ejercicio de visualización del futuro que le espera en un plazo de 20 años. Es difícil saber lo que va a ocurrir en tan largo periodo de tiempo pero esta inversión, esta reflexión mirando al futuro marcará el éxito o no de una sociedad. Este trabajo servirá asimismo para tener un papel protagonista ante esos cambios a los que habrá que hacer frente, y la empresa tendrá mayor capacidad de adaptación, que en el fondo es lo que determina su supervivencia a lo largo del tiempo.
Mil gracias por su colaboración en este post a Julen Basagoiti/@jbasagoiti