Tic-tac, tic-tac… Las manecillas del reloj avanzan impasibles hacia el 2 de mayo, y si nada ni nadie lo remedia, nos enfrentaremos a unas nuevas elecciones (#26-J). Sin descartar una pirueta, poco probable, de última hora que posibilite la formación de un nuevo gobierno porque “hasta el rabo todo es toro”.
Lo que pone de manifiesto todo este “teatro” esperpéntico que estamos sufriendo desde que se cerraron las urnas el pasado 20 de diciembre es uno de los males que sufre España de manera generalizada: la falta de asunción de responsabilidades en las altas esferas. En cualquier tratado sobre dirección empresarial se afirma que tiene que haber una correlación entre autoridad, responsabilidad y remuneración aplicable a todos los niveles de la organización. Cuando el equilibrio se rompe se cae en la ineficacia y en la ineficiencia (es decir, no damos lo que los clientes nos piden, y además, nos cuesta más producir ese producto o servicio), por lo que se compromete el futuro del proyecto empresarial.
En España lo habitual es ver que los altos cargos disfrutan de una remuneración muy superior a la que correspondería a su puesto, mientras que apenas se asumen responsabilidades, derivando hacia capas inferiores las consecuencias de determinados hechos. Y eso mismo es lo que está ocurriendo en el Parlamento. Recordemos que las Cortes son la expresión de la soberanía nacional y es donde los parlamentarios representan la voluntad del pueblo español. Un pueblo plural, con gente que vota azul, rojo, naranja, morado, verde,… Un pueblo que, en general, convive todos los días sin grandes problemas. Nos relacionamos con nuestros compañeros de trabajo, con amigos, o con el camarero del bar de la esquina sin importarnos las ideas políticas que puedan tener. Así debe ser. Sabemos convivir porque la tolerancia, la empatía y el respeto mutuo es lo habitual en el día a día de nuestras vidas. Esa pluralidad se ha de trasladar al Parlamento ya que su cometido general es el de legislar estableciendo las reglas de juego que permitan que haya un cierto orden en nuestra sociedad. Sin olvidar que la primera responsabilidad de sus señorías es la de elegir un ejecutivo que gobierne de acuerdo a las leyes que se aprueban en las cámaras alta y baja.
A falta de una semana para que expire el plazo de elección de un gobierno consensuado y se evite, de esta manera, la convocatoria de unas nuevas elecciones (con todo el coste social y económico que ello implica), los parlamentarios no están cumpliendo con el mandato para el que han sido elegidos. No se están ganando el sueldo. Lo que pretenden es trasladar la responsabilidad de desbloquear esta situación al pueblo sin que ello suponga precio alguno para los responsables políticos.
En el mundo político, y contrariamente a lo que hacemos los ciudadanos en nuestro quehacer diario, se ha instaurado la cultura del “todo o nada”. En un escenario donde los bloques tradicionales izquierda-derecha no pueden constituir mayorías suficientes para gobernar con estabilidad, se impone (y por lo que las encuestas dicen, de manera duradera) la transversalidad como única solución. Sin embargo, lo que nos encontramos a todas horas en los medios de comunicación es a mediáticos políticos que justifican sus decisiones con el argumento de que “X millones de personas nos han votado para que saquemos adelante nuestro programa”. Es verdad. Pero también es cierto que hay un número mayor de votantes que han optado por opciones diferentes y llegar a un acuerdo se hace indispensable.
Las malas lenguas dicen que tenemos lo que nos merecemos. No estoy de acuerdo. No nos merecemos esta clase política de tan escasa calidad y cualificación. Los partidos políticos se han convertido en entidades donde la meritocracia brilla por su ausencia. Una persona preparada y con las ideas claras sobre cómo dirigir un país no tiene fácil acceso a los órganos de decisión de las organizaciones políticas. Estas incorporaciones se rigen por otros cauces por todos conocidos. Una nación que lo tiene todo para ser una gran potencia mundial (situación geográfica, clima, acceso económico asequible a productos del mar y del campo, infraestructuras, y lo más importante, profesionales preparados para competir en cualquier lugar del mundo) camina desnortada por la falta de líderes que definan y compartan un proyecto a largo plazo, factible y que genere ilusión social.
Si se confirma la falta de acuerdo y hay que repetir elecciones, estaremos ante un gran fracaso que, como todos, tiene y tendrá un elevado coste. Lo que se merecen estos políticos es una abstención generalizada. El problema está en que quien genera ese coste no asume como suyas las consecuencias generadas. Y me pregunto, ¿qué pasaría si nadie fuese a votar el próximo 26-J?.
PD: Gracias Julen Basagoiti por compartir conmigo tu visión y esos momentos de reflexión conjunta delante de un café.