Economista, profesor de la Universidad de Barcelona

Son varias postales las de estos días que con perfil político o tintes económicos marcan nuestro acontecer. Mientras la gasolina sube cual cohete, la luz, en uno de esos típicos líos made in Spain se dispara justo después de tanto ruido respecto a la nueva factura, a los pronunciamientos del Gobierno acerca de su abaratamiento, sin que nada de lo dicho dé resultado y el precio de la electricidad en España se encarama al incómodo liderazgo europeo, algo que nadie en su sano juicio acaba de entender. Que si una cosa u otra, lo cierto es que con el famoso recibo de la luz nos encontramos ante otro fracaso más.

El futuro siempre puede entenderse como un canto a la esperanza pensando firmemente en que todo irá mucho mejor. Sin embargo, el presente es el que es y en él estamos. Nuestra inquietante deuda pública sigue engordando a pasos agigantados, síntoma de que las cosas no funcionan y que nos adentramos en terrenos pantanosos de los que habrá que ver cómo y cuándo salimos.

Pues, nada, que ya era hora de que pudiéramos oír noticias reconfortantes que nos alegraran un poco la vida y nos insuflaran aires optimistas, de los que andábamos faltos durante tantos meses. No hay nada nuevo bajo el sol que no palpáramos e intuyéramos pisando las calles, eso sí, con cuidado por las de Barcelona que los ladrones de relojes atacan con fuerza y eso resta atractivo turístico a una ciudad necesitada de visitantes. Sería bueno que las autoridades locales comprendieran que la delincuencia supone un impedimento para que Barcelona reactive su tirón turístico.

Los impuestos marcan la actualidad. SI en Estados Unidos los ricos de verdad, esos que lideran la lista de los multimillonarios, pagan menudencias en el impuesto sobre la renta, en España a todo hijo de vecino afecta el impepinable IRPF, que este año depara algún que otro sustillo por lo que toca pagar. 2020 fue un año anormal, pero llegado el momento de rendir cuentas con Hacienda no hay más tutía que cumplir con las obligaciones tributarias.

Con la música de fondo que la subida del salario mínimo interprofesional en 2019 de 735 hasta 900 euros mensuales se saldó con fracaso, restando cerca de 180.000 empleos afectando principalmente a empleo vulnerable – los más jóvenes y mayores con poca cualificación -, con la confianza de que la temporada veraniega creará unos 438.000 puestos de trabajo con el turismo tirando del carro, siempre que el semáforo de España tenga luz verde para que los amigos extranjeros recalen por estos pagos y la buena noticia de que el PIB del segundo trimestre, según la AIReF, toma brío al 18,3% interanual y creciendo respecto al trimestre precedente un 1,6%, Joe Biden nos visita esta semana. Bueno, aclaremos: no visita España exactamente, pero sí Europa, con una agenda de reuniones cargada. Lo hará con el G-7, con la OTAN y con la Unión Europea y además se encontrará en Ginebra con Vladimir Putin.

Que la inflación en mayo en la zona euro fuera del 2%, por más que sepamos que el componente energético pesa en exceso, no deja de ser un atisbo de preocupación ante la duda de si estamos ante meros repuntes temporales al comparar los precios de 2021 con los que había en un decaído 2020 o, en cambio, esa tendencia tendrá continuidad y las cosas se complican. Es normal que, con tantos estímulos monetarios, con los planes de apoyo a empresas y familias que en muchos países se han puesto en marcha en meses recientes – salvo en España, que aún no se sabe nada de aquellos 7.000 millones de euros de ayudas que en marzo se anunciaron -, con la famosa demanda embalsada que quiere salir y el largo etcétera de consideraciones que cabe agregar, en algún momento los precios suban. El 2% de inflación no tiene por qué preocupar, puesto que al fin y al cabo ése siempre ha sido un objetivo del Banco Central Europeo (BCE).

En abril de 2021 la financiación a los hogares españoles sumaba 693.671 millones de euros, con freno de mano puesto en préstamos de vivienda y consumo, en tanto que la financiación a las sociedades no financieras 954.051 millones. En total, entre empresas y familias la deuda privada ascendía a 1.647.722 millones de euros que sobre el PIB de 2020 suponía el 146,8%. Si a ese importe le agregamos la deuda pública según el protocolo de déficit excesivo, que en marzo ascendía a 1.392.696 millones de euros – más del 124% del PIB -, el monto total de deuda entre privada y pública se eleva a 3.040.418 millones de euros, equivalente al 271% del PIB de 2020. Por consiguiente, que España es un país fuertemente endeudado, con énfasis especial en los derroteros que va tomando nuestra deuda pública, es innegable.

Las grandes capitales del mundo, que son dinámicos centros económicos y polos de desarrollo de pujantes regiones, cuentan con infraestructuras aeroportuarias de primera línea. No sé si Londres sería lo mismo sin su famoso Heathrow y sus otros aeropuertos, o París, o Nueva York, o Ámsterdam, o Atlanta, Pekín, Los Ángeles, Dubái, Frankfurt… Seguramente, si algunas grandes ciudades europeas no contaran con aeropuertos que constituyen hubs, en ellas no recalarían las sedes de organismos internacionales y agencias europeas, tampoco se domiciliarían grandes corporaciones multinacionales, con la trascendencia económica que ello conlleva. Toda ciudad con un aeropuerto de envergadura destila efluvios económicos que cristalizan en inversiones, en empleo, en servicios de alto valor añadido, gracias a sus múltiples conexiones con el mundo entero y a los enlaces con diversos destinos que ofrecen. Por consiguiente, un gran aeropuerto no solo tiene una consecuencia directa en la economía, sino que su influjo indirecto e inducido es de grueso calibre.

Pues en estos momentos, cuando tecleo estas líneas, no sé si estamos en la mejor hora para encender la luz o no, porque tengo pendiente de resolver el sudoku de horario punta, llano y valle de la factura de la luz. En fin, que si uno no tiene cosas qué hacer justo cuando arranca el mes de junio, como preparar la declaración del IRPF, soñar con unas vacaciones anheladas para tumbarse a la bartola, mejor sin mascarilla, concretar cómo vamos volviendo a nuestra deseada normalidad y un largo etcétera, ¡sólo nos faltaba tener que montar la planificación de los horarios de la luz más barata y colgarlo en la nevera de la cocina, que es el comodín a través del cual circulan las noticias hogareñas!

La pandemia ha impactado en muchos órdenes de nuestras vidas y conlleva cambios, por ejemplo, en el quehacer diario de nuestros hogares, en nuestra movilidad, en la forma de trabajar y en la manera de consumir. El mundo virtual, el online, ha irrumpido en nuestra intimidad, nos desplazamos menos y, en general, lo hacemos con cautelas, el teletrabajo se ha colado en nuestras habitaciones y en el comedor y el comercio online forma parte de nuestras liturgias cotidianas. Todo eso ha sido en cuestión de meses. Y en cuestiones de salud la pandemia no solo está provocando sus efectos devastadores, sino que causa problemas de salud mental en gran parte de la población ante las dudas que plantea el futuro y las restricciones y los retrasos de importancia en el acceso a la asistencia sanitaria.