Pues en estos momentos, cuando tecleo estas líneas, no sé si estamos en la mejor hora para encender la luz o no, porque tengo pendiente de resolver el sudoku de horario punta, llano y valle de la factura de la luz. En fin, que si uno no tiene cosas qué hacer justo cuando arranca el mes de junio, como preparar la declaración del IRPF, soñar con unas vacaciones anheladas para tumbarse a la bartola, mejor sin mascarilla, concretar cómo vamos volviendo a nuestra deseada normalidad y un largo etcétera, ¡sólo nos faltaba tener que montar la planificación de los horarios de la luz más barata y colgarlo en la nevera de la cocina, que es el comodín a través del cual circulan las noticias hogareñas!
Parece que lo normal será, cuando nos afecte, cambiar los horarios para economizar, aunque en cualquier caso el ahorro en la factura de la luz, dicen los expertos que puede oscilar entre una media de 21 euros anuales menos a 34 euros anuales más. Lo que está claro es que, otra vez, al hilo del dichoso y enigmático recibo de la luz, nos tenemos que plantear la barbaridad de impuestos, peajes y cargas que soportamos y que no son estricto precio de la luz. Y que su coste en España es de altos vuelos en comparación con el resto del continente.
Luz al margen, cambiemos de asunto que la inflación se dispara en mayo al 2,7% y eso hará sonar el típico runrún sobre si las políticas monetarias se han de enderezar en otra dirección. Asunto, pues, sobre el que discernir porque el repunte inflacionario, por más que la impresión generalizada sea la de un efecto pasajero, da pábulo a quienes demandan cambios de rumbo en tantas políticas acomodaticias y, en consecuencia, subidas de los tipos de interés.
Como se recoge en las páginas de elEconomista, la razón de que el IPC en tasa interanual haya aumentado responde a que los precios se encarezcan por los carburantes y combustibles, porque sin energía y alimentos frescos el incremento se limita al 0,2%. Y evidentemente cuando se palpa una rápida recuperación económica y un repunte de la demanda, se produce el efecto cohete en las materias primas. Las meras expectativas de mayor consumo disparan los precios.
Eso se corrobora en la mejora que se advierte leyendo las perspectivas económicas presentadas ayer por la OCDE, con una economía mundial creciendo al 5,8% y absorbiendo el desplome del -3,5% de 2020, con Estados Unidos, China y Rusia pisando con garbo y recuperándose a niveles pre-COVID. Con todo, para 2022, aun cuando hacer cábalas a más de un año es un ejercicio arriesgado, el PIB mundial crecería al 4,4%, con lo cual la euforia de 2021 se deshincharía. Demanda embalsada, ahorro forzoso que quiere salir, ganas de consumir, más gasto de las familias, en suma, todos los factores se alinean para que la economía muestre su pujanza gracias al control de la pandemia, la vacunación y la consiguiente inmunización. No obstante, la OCDE alerta sobre recuperaciones asimétricas atendiendo a la situación de cada país.
Los estadounidenses apuntan a que su PIB roce el 7% en 2021 con lo que se enjuga el -3,5% de 2020. En ese sentido, las medidas de apoyo económico, primero, de Trump y, después, de Biden, reactivan su PIB y, lo importante, es que la tutela otorgada a empresas y al empleo ha permitido mitigar una mayor debacle. El caso de China no tiene secretos porque si en 2020 ya crecía al 2,3% en 2021 todos los vaticinios coinciden en que crecerá en torno al 8,5%. Su poderío industrial como fábrica del mundo, su auge tecnológico y su cada vez mayor influencia en gran parte del mundo son algunas de las credenciales de la economía china.
Pero más apagada se muestra la zona euro que en 2021, según la OCDE, solo repuntará al 4,3%, insuficiente para compensar la caída del -6,7% de 2020. Con la preocupación de Alemania, que solo remontará el vuelo en 2021 al 3,3% y necesitará más tiempo para desquitarse del -5,1% que se hundió su PIB en 2020.
En España, la economía avanzada donde más cayó su PIB en 2020, tardaremos tres años y medio en volver al punto de partida. Así que nos vamos a 2025 y con el lastre de la cuantiosa pérdida de empleo en puestos de trabajo de baja y media cualificación, empeorando las desigualdades. La OCDE pronostica que España crezca este año al 5,9% y por más que nos empeñemos en alabar esa previsión, sacando pecho por aquello de que seremos el país de la zona euro con más aumento del PIB, nos quedamos cortos para readecuar el desequilibrio del -10,8% de 2020. Largo trecho, pues, que recorrer todavía para nuestro país.