Economista, profesor de la Universidad de Barcelona

Cada cual a su manera y siempre bajo el yugo de las restricciones imperantes que nos han impuesto como única alternativa para combatir la pandemia, mientras andamos expectantes con esas prometidas vacunas cuya llegada se va demorando, celebraremos estos días de Semana Santa que, si habían perdido su tradicional mística, ahora, en 2020 y 2021, vuelven a ser jornadas profundamente espirituales al percatarnos, desde hace un año, de lo frágiles que somos cuando se desata una plaga.

El primer trimestre de 2021 ha bajado el telón y los resultados económicos se antojan inciertos. La Semana Santa, que siempre constituye una bocanada de aire fresco económico, se va al garete, por la reducida movilidad y los impulsos turísticos se cercenan a ámbitos muy domésticos y de cercanía. Y, sinceramente, las dudas se ciernen sobre la siempre esperada temporada veraniega. Tampoco se celebrará este año la Feria de Abril de Sevilla, ni de momento las posteriores Ferias de otras ciudades.

Marzo de 2021. Hoy, último día. Doce meses después, España anda sumida en horas muy bajas. La batalla sanitaria prosigue. En el frente económico las pérdidas se cuentan por cientos de miles y las víctimas en curso son y serán copiosas. En lo social, el país empieza a estar desmontado. La pobreza y las desigualdades se agudizan y recientes altercados como los de Barcelona transmiten una infausta imagen de España en el mundo. Y políticamente estamos en las manos menos idóneas tanto por los unos como por los otros y por los terceros. España, con ese paisaje, no saldrá de la hecatombe hasta dentro de mucho tiempo.

Pendientes aún de los últimos ajustes, porque Europa siempre tiene la última palabra y la experiencia nos dice que cada año Bruselas hace un retoque de carácter negativo, el déficit público de España en 2020 fue del 10,09% sobre el PIB, lo cual equivale en dinero contante y sonante a 113.179 millones de euros que se han gastado de más por parte de Papá Estado respecto de lo que ha ingresado. En consecuencia, la magnitud del déficit público de 2020 es más o menos la presumida, aunque, repetimos, a la espera de esos retoques de última hora que Bruselas suele formular.

El inicio de la Semana Santa, más apagada que de costumbre por segundo año consecutivo y en tono bajo por la pandemia, el escaso avance de la vacunación y más restricciones, viene marcado, a su vez y entre otras, por tres pinceladas sombrías. Una de ellas es el bazar en que se ha convertido la Unión Europea con su fatídica gestión de las vacunas - en línea con los pasos del controvertido cambio de hora, cada año discutiéndose y seguimos avanzando o retrasando las manecillas del reloj según sea horario de invierno o de verano -, fallando estrepitosamente la Comisión y trasmitiendo una sensación de que la distribución de las vacunas es puro cachondeo, que se amplía a los gobiernos de cada Estado miembro.

Para muchos economistas la gran preocupación es la actual situación política, más que la propia crisis y las aristas peliagudas que presenta el mercado laboral, con el paro oficial a la cabeza y el real en mente, porque entre desempleados que efectivamente computan, personas en Erte, autónomos sin actividad y personas que necesitan un empleo que no pueden buscar dada la inactividad del mercado, sumamos una cifra considerable de españoles sin trabajar que eleva la tasa de paro por encima del 20%. Además, se constata como los odiosos, aunque forzosos, expedientes de regulación de empleo (ERE) se empiezan a disparar y compañías gigantes de diferentes sectores, desde el financiero al industrial pasando por servicios y comercio, están acometiendo un ajuste de sus plantillas. Las consecuencias económicas de la plaga vírica nos están llevando a un escenario inimaginable hace doce meses que, además, obliga a un sinfín de empresas a redimensionar sus estructuras, prescindiendo de efectivos, ante lo que es y será un remodelado contexto operativo.

Cuando hace un año el virus se propagaba por doquier y España, después de Italia, quedaba confinada y nos encerraban en nuestros domicilios, la normalidad desaparecía de nuestras vidas y se decretaba la paralización de la actividad económica, creíamos que ese trance sería más o menos intenso, pero, en cualquier caso, pasajero. Hoy, un año después, la magnitud de la perturbación sigue haciendo mella en todos nosotros y la economía española se resiente fuertemente del golpe. Lo peor es que apenas se observan indicios de sólida reanimación.

Probablemente ya se intuía. Así que la decepción, que llega en esta ocasión a través de la objetividad e independencia de las proyecciones económicas para el período 2021 - 2023 formuladas por el Banco de España, más o menos se consuma. Que 2020 no acabó bien en términos económicos y de que el último trimestre no fue la alegría de la huerta, éramos conscientes. Y el Banco de España confirma que la economía española se desaceleró en el cuarto trimestre de 2020 y, además, reconoce que 2021 no ha empezado de la mejor manera. Así que el primer semestre de este año está en jaque y veremos para cuándo llega la ansiada recuperación que, si todo fuera de cara, sería para el segundo semestre.

Europa se mueve a paso lento. Andamos sobrecargados de burocracia doméstica en España, que es estatal y autonómica, además de provincial y comarcal, y de burocracia europea de la Unión Europea de los 27. Flojea lo de la vacunación que, por el momento, es un desastre, por más que nos digan desde Bruselas que el 14 de julio la Unión Europea estará inmunizada. Decía el pasado viernes el gran Mario Draghi que "es la hora de gastar y no pensar en la deuda". Sabe lo que dice y lo hace anunciando un paquete de medidas de ayudas por importe de 32.000 millones de euros para los italianos, de los que 11.000 millones son ayudas a fondo perdido para las empresas golpeadas por los cierres decretados.

Mientras seguimos dándole vueltas a los riesgos de la actual política monetaria y a posibles brotes inflacionarios, el Banco Central Europeo (BCE) sigue pisando el acelerador y comprando bonos para paliar la crisis y frenar la rentabilidad de la deuda. Así que semanalmente la institución regida por Christine Lagarde comprará de 20.000 a 25.000 millones de euros de deuda. El BCE es consciente de que este año, con carácter temporal, la inflación podría llegar al 1,5% o, a lo sumo, al 2%.