Economista, profesor de la Universidad de Barcelona

Son varios los retos a los que nos enfrentamos cuando la reactivación económica empieza a ser una realidad. El primero de ellos es cómo absorbemos la tamaña destrucción empresarial habida y pensamos en su recuperación y de qué forma se encaja a las tantas personas que se han quedado sin trabajo. La complicada situación financiera de muchas empresas, con endeudamientos elevados, recursos propios erosionados, cuentas de resultados desequilibradas, requiere una atención especial y ofrecerles oxigenación financiera a largo plazo para que puedan remontar la situación o acometer un vuelco en sus modelos de negocios. Por consiguiente, parte de nuestro tejido productivo tendrá que afrontar una reconversión.

Las buenas noticias de estos días son una inyección de aire fresco. Si EasyJet sacó del Erte días atrás a toda su plantilla en España, Ryanair ha seguido sus pasos y que las Islas Baleares tengan semáforo verde para los viajeros británicos, reactiva el turismo de Mallorca, Menorca, Ibiza y Formentera, con la reapertura de muchos hoteles que ya están preparándose para acoger a sus huéspedes. Ahora se espera que el Gobierno de Boris Johnson también ponga el semáforo en verde para Canarias, Chipre y las islas griegas. El turismo, pues, sumará este verano, aunque en España los turistas británicos tengan que someterse a PCR. Y se divida, al menos a corto plazo, un horizonte más despejado.

Como alternativas para financiar las pensiones se argumenta que la Seguridad Social se nutre a través de las cotizaciones sociales que representan el grueso de sus ingresos y se propone descargarla de los costes destinados a cubrir las pensiones no contributivas. Algo contraproducente en un país que ya de por sí tiene unos costes de Seguridad Social de los más altos del mundo, sería aumentar los ingresos por cotizaciones que en buena lid debieran proceder de que aumente el número de personas que contribuyen o aumentando la cotización por trabajador, o ambas a la vez. De lo que no cabe duda es que más crecimiento económico, más empleo y menos paro constituyen una solución muy efectiva.

No hay semana en que el tema de las pensiones no esté en el candelero. Si se reforma por acá, por allá o por acullá. Que los acuerdos del Pacto de Toledo van en serio. Que si se posponen. Que si aquí decidimos una cosa y luego vendrán los amigos de Bruselas y marcarán otros derroteros sobre las pensiones. Que, si éstas se revalorizan según el Índice de Precios de Consumo, que electoralmente tiene su encanto, o no. En fin, un auténtico tiovivo de noticias al respecto en el que, a decir verdad, nadie tiene claro cuál será el futuro. Con todo, algo sí parece indiscutible: se trata de demorar la edad de jubilación para que la efectiva coincida con la legalmente establecida, incentivar la demora en la jubilación y penalizar la anticipada, así como ampliar el período de cómputo para calcular la pensión que en 2022 será de 25 años, y promover ese fondo público para animar los planes de pensiones con especial incidencia en los autónomos y las pymes.

La regulación fiscal más severa en España que se está estableciendo sobre las inversiones y el mayor intervencionismo por parte de los poderes públicos, confluye en lo que se empieza a concretar como una deslocalización de capitales hacia otros países a causa de las asimetrías fiscales. Luxemburgo, por ejemplo, es plaza apetecible como destino de patrimonios, fondos o vehículos de inversión.

Con la inflación subiendo si bien bajo control en Europa y algo desmelenada en Estados Unidos, que ha llegado al 5%, las dudas en torno a las políticas monetarias siguen aflorando. Vayamos por partes.

Este verano será el de la gran guerra turística a orillas del Mediterráneo. Después de un insípido estío del 2020 y rememorando aquellos fabulosos veranos de hasta 2019, el respetable, tanto nacional como europeo, espera con fruición la canícula de 2021. Y los destinos turísticos tradicionales serán los elegidos, junto con otros en los que se viva intensamente la naturaleza, con ganas de vendetta por los meses de confinamiento, si bien las nuevas experiencias estarán a flor de piel siempre y cuando se trate de lugares seguros a efectos de la pandemia.

Que el 26 de junio sea el día en que por fin podremos prescindir, siempre que seamos precavidos, de las mascarillas en exteriores, que sin duda juegan un papel protector magnífico y han sido un remedio durante estos meses pero que a uno le agobian sobremanera, es una buena señal. Esa decisión pone de manifiesto que poco a poco vamos volviendo a la ansiada normalidad. La vacunación, pese a todas críticas iniciales sobre la lenta puesta en marcha, funciona, los graves problemas de suministro se han solventado, la Comisión Europea en plan camarote de los hermanos Marx absolutamente fuera de juego ha dado un giro a sus despropósitos, y la inmunización proporciona la deseada confianza para nuestra desenvoltura diaria y, en concreto, para reorientar el alicaído rumbo económico. A título personal, la semana pasada visité El Corte Inglés y otros comercios y me satisfizo comprobar el ambiente que se respiraba. Y tuve oportunidad de hacer gestiones en el centro de Barcelona y la vida cotidiana está recobrando su pulso, aunque todavía con cubrebocas.

Aunque a veces se piense lo contrario, a los economistas también nos gusta dar buenas noticias. Así que hoy toca aludir a hilos de esperanza.

Uno de los asuntos prioritarios en la agenda política es el de la regulación de alquileres, congelando precios en zonas concretas. La decisión no parece la más acertada. De nuevo, hay que apelar a aquello de que sería bueno que nuestras autoridades políticas hicieran un gesto y aprovecharan para ponerse manos a la obra con vivienda social y asequible para todas economías, incluso buscando complicidades con el sector privado tal cual ocurre en otros países europeos.