Que el 26 de junio sea el día en que por fin podremos prescindir, siempre que seamos precavidos, de las mascarillas en exteriores, que sin duda juegan un papel protector magnífico y han sido un remedio durante estos meses pero que a uno le agobian sobremanera, es una buena señal. Esa decisión pone de manifiesto que poco a poco vamos volviendo a la ansiada normalidad. La vacunación, pese a todas críticas iniciales sobre la lenta puesta en marcha, funciona, los graves problemas de suministro se han solventado, la Comisión Europea en plan camarote de los hermanos Marx absolutamente fuera de juego ha dado un giro a sus despropósitos, y la inmunización proporciona la deseada confianza para nuestra desenvoltura diaria y, en concreto, para reorientar el alicaído rumbo económico. A título personal, la semana pasada visité El Corte Inglés y otros comercios y me satisfizo comprobar el ambiente que se respiraba. Y tuve oportunidad de hacer gestiones en el centro de Barcelona y la vida cotidiana está recobrando su pulso, aunque todavía con cubrebocas.
Por consiguiente, con el fin del primer semestre de 2021 entramos en la inflexión pandémica. Y, así, el segundo semestre esboza un paisaje mucho más reconfortante que en el flanco económico calará. Si para este año el crecimiento del PIB se estima, según el Banco de España, en el 6,2%, en 2022 perderá algo de fuerza y se quedaría en el 5,8%. Eso confirma que 2021, en los segundos seis meses, puede ser muy esperanzador. Aunque, más adelante, en 2023, pasado ese fervor, el PIB de lo que resta de este año y del próximo, los impulsos se atemperarán y solo creceremos al 1,8%.
Al margen de esos datos, lo que sí interesa es resaltar el empujón del consumo privado que tras caer el 12,1% en 2020, remontará en 2021 al 7,1% y en 2022 su fuerza se calmará al 5,7% y en 2023 volvería a unas cifras más contenidas, del 1,7%.
Y las inversiones, es decir, la formación bruta de capital fijo, después de desplomarse en 2020 un 11,4%, se ven animadas por el mejor entorno de 2021 aumentando al 8,1% y en 2022, con las cosas ya más normalizadas, repuntaría al 9,3%, para ajustarse en 2023 al 1,6%. De hecho, esas proyecciones del Banco de España tienen que ver con varias circunstancias. Si la coyuntura económica va tomando velocidad de crucero eso alienta a invertir al constatar cómo las ventas se acrecientan. Asimismo, las empresas son conscientes de que durante 2021 y, esperemos que buena parte de 2022, prevalecerá la acomodaticia política financiera del Banco Central Europeo, con tipos de interés muy dominables, continuaremos con la expansión monetaria y además se piensa, pese al escepticismo de muchos, entre los que me cuento, en el catalizador que representarán los fondos europeos que en 2022 tendrían que ir goteando con más generosidad, siempre y cuando España vaya cumpliendo con todos los requisitos inherentes a las condicionalidades impuestas por Bruselas.
Y si todo eso es bueno, también el sector exterior proporciona alegrías. Las exportaciones están retomando su tendencia y tras la caída superior al 20% en 2020, para 2021 se espera que se incrementen en casi el 12%, para templarse en 2022 al 9,5%. Y otro tanto cabe decir sobre las importaciones.
En definitiva, que en 2021 la demanda nacional contribuirá al crecimiento del PIB con 5,9 puntos y el sector exterior lo hará con 0,3 puntos. Dejamos, pues, los números negativos atrás y también parcialmente los tapabocas.