Que la inflación en mayo en la zona euro fuera del 2%, por más que sepamos que el componente energético pesa en exceso, no deja de ser un atisbo de preocupación ante la duda de si estamos ante meros repuntes temporales al comparar los precios de 2021 con los que había en un decaído 2020 o, en cambio, esa tendencia tendrá continuidad y las cosas se complican. Es normal que, con tantos estímulos monetarios, con los planes de apoyo a empresas y familias que en muchos países se han puesto en marcha en meses recientes – salvo en España, que aún no se sabe nada de aquellos 7.000 millones de euros de ayudas que en marzo se anunciaron -, con la famosa demanda embalsada que quiere salir y el largo etcétera de consideraciones que cabe agregar, en algún momento los precios suban. El 2% de inflación no tiene por qué preocupar, puesto que al fin y al cabo ése siempre ha sido un objetivo del Banco Central Europeo (BCE).
Mientras que las cosas se queden como están, tranquilidad. Los precios a medio plazo podrían calmarse. Ahora bien, si la propensión al alza de los precios prosigue, entonces empezará a cuestionarse la actual política monetaria del BCE – como la de la Reserva Federal - que, por el momento, tiene visos de mantenerse hasta que la recuperación sea efectiva y real, máxime teniendo en cuenta las asimetrías que en ese sentido se dan entre los países integrantes de la zona euro, donde unos chutan económicamente y su producto interior bruto más o menos ha mantenido el tipo en 2020 y ahora en 2021 resurge con solidez, países que además muestran una perspectiva de sus cuentas públicas aceptable a pesar del vendaval, y otros países que siguen precisando la asistencia financiera que el BCE les brinda y que en bastantes casos sus finanzas públicas están desajustadas. Un detalle al respecto es que la Comisión Europea seguirá neutralizando, aun cuando pida prudencia, las condiciones del Pacto de Estabilidad en lo relativo al déficit y deuda públicos sobre producto interior bruto hasta 2023. De tal modo, que por parte de Bruselas se reconoce que del agujero en el que nos hemos metido Europa no saldrá hasta dentro de dos años.
El problema es que la economía se vaya recalentando gracias a que la pandemia remite. El verano está a la vuelta de la esquina. Y hay frenesí por viajar, por salir, por gastar, por vivir, lo que excita el consumo. No obstante, después del estío llega el otoño y la algarabía veraniega decae.
Si el crecimiento y los precios siguen al alza se cuestionará con fuerza la política del BCE
Es cierto que las políticas benefactoras de países como Estados Unidos auspician que el gasto se anime y que ahí podría darse un desajuste entre la demanda y la oferta. Y también que tantas ayudas concedidas hagan que haya quien tenga menos ganas de trabajar debido a tanto subsidio.
Pese a que 2020 fue año aciago en términos económicos y financieros, y los esfuerzos realizados por el BCE se agradecen por parte de unos y de otros, ahora, cuando parece divisarse algo de claridad en estos tiempos pandémicos, surge otra vez el debate sobre la política monetaria del BCE para que recorte su generoso programa de compra de bonos y los bajos tipos de interés. La inflación pone más leña al fuego de las discrepancias, máxime si consideramos que en Alemania la inflación se situó en el 2,4% en mayo y ya se sabe lo que para los germanos significan ramalazos inflacionistas.
Los "halcones", con Alemania al frente, expresan su malestar en el sentido de que no es posible mantener las medidas de emergencia de política monetaria indefinidamente, dando a entender que en cuanto la crisis remita el BCE tiene que frenar sus intervenciones. Los holandeses, coincidentes con la sintonía germana, apuntan que, si la inflación y el crecimiento mejoran este año, habrá que reducir gradualmente los incentivos del BCE, poniendo fin, según lo previsto, en marzo de 2022. El debate, pues, se intensifica en el seno de la Europa del euro. Con los tipos de intereses en mínimos, los países "halcones", también conocidos como frugales, cuyas cuentas públicas a pesar del impacto del virus, presentan fortalezas, están ya cansados de una política monetaria tan paternalista por parte del BCE hacia los países periféricos, los llamados "palomas" o "gaviotas", cuyas finanzas públicas están descarriadas y rezuman vulnerabilidad.
A la controversia se suma la escasa rentabilidad de la banca, forzada a recortes de costes y a inversiones de calado en transformación digital, y proclive a consolidaciones dentro del sector financiero ante las debilidades de su negocio tradicional. Y así las fusiones son, al menos en España, solución efectiva ante un horizonte de endeble recuperación económica, bajo crecimiento empresarial y laxa demanda crediticia.