Periodista

Cuando el ex alcalde de Madrid Juan Barranco se retiró de la vida política pronunció una frase que, algunos años después, ha cobrado mayor significado incluso del que tenía en su día. “La política española está encanallada”. Las palabras del histórico dirigente socialista datan de cinco años atrás, cuando la nueva clase política que llegó a la política española por aquellos tiempos comenzaba a imponer sus modos de hacer desde los platós de televisión y las redes sociales. No es que el odio visceral al ideológicamente diferente no estuviera ya arraigado entre nosotros en la etapa democrática, sino que se acentuaba más aún después de una larga crisis económica que sacudió la sociedad occidental, y que en España sacó a la superficie algunas cosas que estaban ocultas bajo la epidermis hasta entonces. Esa capa subterránea emergió. Y ahora, cinco años después, copa las posiciones más relevantes de la vida pública siendo fiel a su preferencia por lo cainita y por despellejar al adversario como primer objetivo, mucho antes que cualquier beneficio para los ciudadanos que son administrados.

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El gobierno considera que el Partido Popular está fuera de la Constitución porque no asume el mandato de pactar la renovación de los órganos institucionales pendientes de actualizar, como el Consejo General del Poder Judicial. Pero con la otra mano veta la presencia del Rey en un acto del mismo Poder Judicial pese a que la Carta Magna es clarísima al establecer en su artículo 117 que “la justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados”.

La estatua ecuestre de Carlos III está situada desde 1993 en el centro de la Puerta del Sol, y tiene de frente la sede de la Comunidad Autónoma de Madrid y a sus espaldas el arco formado por las calles del Carmen, Preciados y Montera. Cuando se instaló allí, por decisión democrática de los madrileños en referéndum, gobernaba en la ciudad José María Álvarez del Manzano y en la autonomía Joaquín Leguina, inaugurando lo que durante más de una legislatura hemos conocido los madrileños como difícil cohabitación entre las dos instituciones, un mal que ha llegado a producirse incluso en tiempos en que un mismo partido gobernaba en las dos. Pese a todo ello, nada comparable a la tensa relación que hoy mantienen el gobierno central y el regional, que va a desembocar en una reunión insólita que llevará al inquilino de La Moncloa hasta la Real Casa de Correos, la misma que pudo pisar en las recepciones oficiales cuando era concejal del Ayuntamiento de Madrid, y que nunca ha pisado un presidente del país para mantener un encuentro de trabajo con el máximo responsable de la Comunidad. Cuando Felipe González quería comunicarle algo importante a Leguina, como la retirada de aquél repudiado tres por ciento, le llamaba a los jardines de Moncloa y le convencía; cuando José María Aznar convocaba a Ruiz Gallardón para dirimir sus disputas clon Esperanza Aguirre, todos acababan en un ascensor de la sede popular de Génova, 13. Pero nunca un presidente fue a Sol para mantener una reunión como la que se prepara para la semana que viene.

El dinero del superávit municipal no podrá ser empleado por el gobierno para sus gastos por el coronavirus. Pero la derrota parlamentaria ya está siendo positivizada por el aparato gubernamental para que se vuelva en contra de todos aquellos que creen haber ganado esta batalla de pequeños alcaldes contra Goliat, alcaldes entre los que no se cuenta el regidor de Vigo y presidente de la Federación de Municipios que hizo todo lo posible por obedecer a Hacienda poniendo a la institución al servicio del gobierno. Por una vez en esta legislatura, la mayoría parlamentaria más variopinta e insospechada tumba una disposición que perjudicaba objetivamente a los ciudadanos, contribuyentes con sus impuestos locales al remanente local que ahora se quería incautar.

Una energía especial está atravesando el propósito político de sacar adelante unos presupuestos para nuestro país. La ministra portavoz lo ha definido como “un amor por España” que une a todas las fuerzas a las que el gobierno prioriza en la búsqueda de posiciones comunes que permitan cuadrar el círculo de la aritmética parlamentaria. En ese sentimiento se incluye a formaciones políticas en cuyo ideario y línea de actuación se observa exactamente lo contrario, un rechazo visceral hacia lo que España es y representa. Pero la búsqueda de un nexo de unión que permita a los ciudadanos vislumbrar una estabilidad política que no es real les ha llevado a los creadores de frases de La Moncloa a inventar ésta, que ha dejado congelados a millones de españoles. Pensar que PNV, Bildu, ERC, o incluso Podemos con su querencia hacia la autodeterminación, van a dejar aparcados sus postulados descubriendo un romanticismo especial hacia la idea de país tal y como actualmente es, resulta un ejercicio de voluntarismo que salvo los asesores gubernamentales no se cree nadie. Y puede que ni ellos.

Hay una paradoja inexplicada en la crisis de dirección que ha vivido esta semana el segundo partido del país. El cese fulminante, agosteño y retransmitido, de la portavoz parlamentaria del PP se produjo tras sus declaraciones dominicales en las que abogaba por un gobierno de concentración, insinuando que sería necesario pactar con el PSOE que está gobernando el país en una coalición radical de la que no quieren oir hablar en Europa. Su destitución ha servido para imputar al líder del partido Pablo Casado el volantazo hacia la “moderación”, en el bien entendido que Cayetana Álvarez de Toledo representaba al extremismo de derechas pese a proponer acuerdos como el mencionado. Y sin embargo, en sus primeras palabras en público ante la Junta Directiva Nacional del jueves, Casado repitió en media docena de ocasiones que no habrá pactos con el gobierno porque no quiere convertirse en la muleta de sus desastres y de sus derivas. En cualquier esquema ordenado no cabe tachar a Cayetana de radical pese a su propuesta conciliadora, ni considerar moderado el giro de Casado si éste se opone a apoyar al gobierno en el peor momento de la historia de este país en el último siglo. Como siempre ocurre, el tiempo dirá qué grado de moderación tiene desde ahora el proyecto del PP y si ésta es sólo en las formas y no en el fondo de sus posicionamientos políticos.

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Un pacto de caballeros fue cumplido en la política española recientemente. Y eso es noticia en los tiempos que corren. Las corporaciones locales se comprometieron hace algunos años, en lo más crudo de la cruda crisis financiera, a no caer en gastos excesivos que les hicieran incurrir en un déficit que sería señal suficiente para que sus arcas fueran intervenidas por el Estado. Y lo cumplieron.

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Faltaba una hora para comenzar la conferencia de presidentes del viernes cuando Íñigo Urkullu anunciaba su asistencia por sorpresa, cuando todo apuntaba a su ausencia para acompañar en el desaire al presidente catalán. El lehendakari hacía de la necesidad virtud y se agarraba a un doble asidero: marcar diferencias de moderación con el rebelde Quim Torra, que no puede soportar estar junto al jefe del Estado, y sobre todo aprovechar las últimas concesiones que Moncloa ha tenido a bien anunciarle sobre el déficit del País Vasco y la bilateralidad de su relación.

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Los aplausos de los ministros al presidente del gobierno en la mañana del pasado martes, cuando volvió con las alforjas cargadas de millones de euros de la cumbre europea, han cumplido su estudiado papel de recolectores de triunfalismo con el que fueron concebidos por la mente pensante del Palacio de La Moncloa. Los tiempos que corren son de mercadotecnia más que de bases sólidas, y vale más una imagen impostada y mentirosa que mil palabras para dejar prendida en el aire la sensación de que lo logrado es un hito sin precedentes en nuestra relación con la UE.

El tuit de Charles Michel lo anunciaba a las cinco y media de la madrugada. "Deal!". Y la euforia se desató en la cumbre, tal vez porque todos han preferido aparcar los verdaderos motivos de esta movilización de dinero: una pandemia que se ha llevado por delante cientos de miles de vidas. Escuchando esta mañana a Pedro Sánchez exhibir su triunfalismo por lo conseguido ("un hito y una de las páginas mas brillantes de la historia de la UE"), cualquiera diría que el virus y sus consecuencias han sido un maná caído del cielo para España. Pero no lo son, aunque nuestro país se lleve una parte considerable del Fondo de Recuperación y Resiliencia. El problema para los ciudadanos españoles serán los gestores que hagan uso de ese caudal de dinero, y a qué se dedicará. En directo | Sigue todas las reacciones al acuerdo histórico de la UE.