Política

Casado se lanza a por el voto de la España de centro

Pablo Casado, líder del Partido Popular. Imagen: EFE

Hay una paradoja inexplicada en la crisis de dirección que ha vivido esta semana el segundo partido del país. El cese fulminante, agosteño y retransmitido, de la portavoz parlamentaria del PP se produjo tras sus declaraciones dominicales en las que abogaba por un gobierno de concentración, insinuando que sería necesario pactar con el PSOE que está gobernando el país en una coalición radical de la que no quieren oir hablar en Europa. Su destitución ha servido para imputar al líder del partido Pablo Casado el volantazo hacia la "moderación", en el bien entendido que Cayetana Álvarez de Toledo representaba al extremismo de derechas pese a proponer acuerdos como el mencionado. Y sin embargo, en sus primeras palabras en público ante la Junta Directiva Nacional del jueves, Casado repitió en media docena de ocasiones que no habrá pactos con el gobierno porque no quiere convertirse en la muleta de sus desastres y de sus derivas. En cualquier esquema ordenado no cabe tachar a Cayetana de radical pese a su propuesta conciliadora, ni considerar moderado el giro de Casado si éste se opone a apoyar al gobierno en el peor momento de la historia de este país en el último siglo. Como siempre ocurre, el tiempo dirá qué grado de moderación tiene desde ahora el proyecto del PP y si ésta es sólo en las formas y no en el fondo de sus posicionamientos políticos.

Al margen de infidelidades y deslealtades, de las que saben ellos dos más que nadie, en el divorcio entre Casado y Álvarez de Toledo hay una clave evidente. El presidente del Partido Popular ha madurado durante las últimas semanas la estrategia con la que quiere presentarse ante la sociedad española durante lo que quede de legislatura, mucho o poco, y ha tomado una decisión pensando en que hay muchos más votos que obtener en el centro derecha, en el centro-centro o incluso en el centro izquierda que a su propia diestra, que son cuantitativamente menos, y a ese lado del espectro tiene una formación política nueva con fuerza y que defiende a ultranza su electorado.

O lo que es lo mismo: la base social en la que se apoyó Mariano Rajoy para lograr su mayoría absoluta de 2011, formada por votantes conservadores, de centro y de izquierdas escarmentados del gobierno de Zapatero. Esa es la jugada que Casado busca reeditar, parecida a la que llevó a Aznar al poder en 1996 y a conquistar su absoluta cuatro años más tarde. Lo cual demuestra lo que siempre se ha defendido: que la España moderada, la que bascula hacia un lado o hacia otro, que no quiere estridencias, excentricidades ni extremismos, otorga el poder a una tendencia o a la otra en cada momento histórico. Son entre dos y tres millones de ciudadanos no posicionados claramente en el espectro ideológico, que generalmente castigan al que está en el poder tras haberle dado la confianza años antes, aunque al actual inquilino de la Moncloa aún no le haya llegado ese momento. Le llegará antes o después, y será muy difícil, además de bochornoso y sospechoso, que la derecha nunca más vaya a gobernar en nuestro país como viene asegurando el vicepresidente social desde hace semanas, en mimética coincidencia con las palabras del general chavista Vladimir Padrino López, ministro de Defensa de Venezuela, cuando afirmó el pasado mes de julio: "la oposición nunca podrá ejercer el poder político en Venezuela".

Las declaraciones y valoraciones positivas que han venido desde la izquierda a los cambios en el PP no pueden ser considerados como la demostración de un error, porque eso supondría seguir en posiciones extremistas. Lo que necesita nuestro país en este momento es convicción, pero también diálogo y colectividad en la toma de decisiones. Exactamente lo contrario de lo que busca Sánchez.

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