
Una energía especial está atravesando el propósito político de sacar adelante unos presupuestos para nuestro país. La ministra portavoz lo ha definido como "un amor por España" que une a todas las fuerzas a las que el gobierno prioriza en la búsqueda de posiciones comunes que permitan cuadrar el círculo de la aritmética parlamentaria. En ese sentimiento se incluye a formaciones políticas en cuyo ideario y línea de actuación se observa exactamente lo contrario, un rechazo visceral hacia lo que España es y representa. Pero la búsqueda de un nexo de unión que permita a los ciudadanos vislumbrar una estabilidad política que no es real les ha llevado a los creadores de frases de La Moncloa a inventar ésta, que ha dejado congelados a millones de españoles. Pensar que PNV, Bildu, ERC, o incluso Podemos con su querencia hacia la autodeterminación, van a dejar aparcados sus postulados descubriendo un romanticismo especial hacia la idea de país tal y como actualmente es, resulta un ejercicio de voluntarismo que salvo los asesores gubernamentales no se cree nadie. Y puede que ni ellos.
El romanticismo sobrevenido que va a inundar los presupuestos cuenta con los diez votos de Ciudadanos, partido que ha demostrado pasión por España, pero su encaje favorable en la mayoría que saque adelante las cuentas está muy verde aún. Pasaría por una cesión por parte de Podemos de la mayoría de sus posiciones sobre todo fiscales, aunque se escucha el trino de una subida impositiva sólo para las rentas más altas con el fin de contentar al socio morado del gobierno. Si Arrimadas y su grupo apoyan eso, van a tener muy difícil las próximas citas electorales. Y más difícil aún es el encaje de partidos como Esquerra en un acuerdo de Sánchez con Ciudadanos. Su portavoz ya antepuso tras reunirse con el presidente el exclusivismo que defiende su visión política: es imposible que la izquierda pacte con los naranjas. Las posiciones maximalistas de actores como éste y los demás han colocado a España en la posición de debilidad e inestabilidad en que se encuentra. Y eso va en detrimento de las intenciones de Sánchez de lograr un gran pacto transversal, que cada día está más complicado.
El factor distorsionador es, como casi siempre, Podemos. Y el propio gobierno lo está experimentando con sus constantes desmarques en cuestiones que requieren unidad en el ejecutivo y un "todos a una", como la posición sobre la baja laboral para padres cuando sus hijos deban someterse a la cuarentena, o el pacto con Bildu sobre el derribo de la legislación laboral vigente (mal llamada "reforma labora" del PP, porque fue una reforma cuando se hizo, ahora son las normas en vigor). Pablo Iglesias quiere imponer una metodología para negociar los presupuestos que para él es "de cajón de madera de pino", como brillantemente ha expresado esta semana: primero los socios de gobierno, luego los que apoyaron la investidura, luego los que se abstuvieron y luego la derecha. Habrá que preguntarle al vicepresidente la graduación en el amor al país que tiene esa clasificación que ha hecho para establecer las prioridades en el pacto presupuestario. Pero en todo caso no parece que Ciudadanos esté entre sus primeras opciones de exploración de un acuerdo.
Dependen demasiadas cosas en el futuro inmediato de España en relación con los presupuestos que tienen que enviarse a Bruselas. Económicas, sociales y también políticas, con la estabilidad en autonomías como Madrid pendiente de un hilo y del nuevo papel que asuma la formación bisagra en el Congreso.