
Los aplausos de los ministros al presidente del gobierno en la mañana del pasado martes, cuando volvió con las alforjas cargadas de millones de euros de la cumbre europea, han cumplido su estudiado papel de recolectores de triunfalismo con el que fueron concebidos por la mente pensante del Palacio de La Moncloa. Los tiempos que corren son de mercadotecnia más que de bases sólidas, y vale más una imagen impostada y mentirosa que mil palabras para dejar prendida en el aire la sensación de que lo logrado es un hito sin precedentes en nuestra relación con la UE.
En otros tiempos, la difusión de un paseíllo triunfal como éste en la antesala del edificio presidencial se habría contenido sólo con repasar mentalmente los motivos por los que el jefe de gobierno ha tenido que ir al Consejo Europeo para cosechar ayudas económicas: decenas de miles de muertos (la cifra exacta sigue ocultándose a los españoles), y millones de puestos de trabajo destruidos (la cifra exacta la conoceremos a la vuelta del verano, cuando hagamos balance de lo que se ha perdido).
Construidos sobre esas dos columnas, fallecimientos masivos y hecatombe laboral de proporciones descomunales, los aplausos de los ministros demostraron el mundo paralelo en el que vive el poder, algo que por otra parte no es sólo un mal de este mandato sino de todos los precedentes. Que nada nos estropee una buena celebración aunque en su origen haya no una sino dos catástrofes colectivas.
Cegados por la euforia, los miembros del gobierno seguramente no habrán sido aún conscientes plenamente de los pequeños retoques que van a tener que hacer al acuerdo para la investidura que suscribieron los dos partidos que forman la coalición la víspera de Nochevieja, si no quieren que los 140.000 millones logrados en la negociación extenuante de las cuatro noches de vigilia sean revocados por incumplimiento de los compromisos de reformas económicas.
Cuando Pablo Iglesias insistía a los diputados populares el miércoles que seguramente no era su mejor día, presuponiendo que para la oposición no es bueno lo que es bueno para España, no estaría pensando en el punto 2.4.1 del acuerdo del 30 de diciembre cuando dice "actualizaremos las pensiones conforme al IPC real mediante ley de forma permanente", y en la suerte que va a correr ese compromiso firmado con toda la solemnidad que puede tener un acuerdo rubricado por los dos abajofirmantes.
Posiblemente no pensaran todos los miembros del gabinete participantes en los aplausos en la adscripción ideológica de cuatro de los primeros ministros "frugales", ni en la forma en que pueden activar el freno de emergencia para revisar las condiciones del dinero que España recibirá a partir de 2021. La satisfacción por haber conseguido un aceptable volumen de transferencias a fondo perdido se ha querido transformar en arma arrojadiza contra la derecha y en arma propagandística.
Luego están las consecuencias políticas que puedan derivar de los acuerdos de Bruselas. La legislatura tal y como la conocíamos, con el juego de mayorías que sacó adelante la investidura del presidente, va a tener difícil continuación. No ha llegado a seis meses su duración y ya hay serias dudas de que las circunstancias permitan a los actores principales mantener sus roles iniciales. Las exigencias de Europa hacen imposible sostener los acuerdos entre PSOE y Podemos y el grupo socialista ya está buscando soluciones. Ciudadanos puede ser el factor acelerante de una ruptura, aunque su acercamiento al sector socialista del gobierno parezca dar estabilidad a la posición política del presidente.
Sería todo lo contrario salvo que Iglesias y su núcleo cercano, convenientemente acomodado en los sillones del ejecutivo, decida mirar para otro lado y hacer como que no va con él el rosario de decisiones contra sus principios que va a tener que adoptar Sánchez, empezando por mantener la legislación laboral de Rajoy. O Iglesias rompe la baraja, tal y como amenaza, por la suma de Ciudadanos a la ecuación de la mayoría posible, o se come sus bravatas ideológicas y sus declaraciones de seis años a esta parte.