Periodista económico

Dice sabiamente el refranero eso de “dime de qué presumes y te diré de qué careces. Y este gobierno de la coalición sanchista-podemita, que tanto presume de tomar medidas en favor de la ciudanía y de no dejar a nadie atrás, a la hora de la verdad es el principal aliado de los poderosos y, de forma especial, de los bancos, a los que acaba de salvar de tener que atender obligatoriamente las reclamaciones de sus clientes y de justificar las decisiones que adopten sobre ellas.

Como en la emblemática novela de Jean Paul Sartre, la injustificada e injustificable destitución de Paz Esteban al frente del Centro Nacional de Inteligencia, que no por anunciada deja de ser menos escandalosa, nos evidencia un estado de descomposición de las instituciones del Estado que no puede menos que traducirse en repugnancia y nausea ante este patético culebrón de escuchas, mentiras y vergüenzas, salpicado con la deshonrosa rendición del gobierno del Estado ante quienes quieren destruirlo.

Define la Real Academia la palabra quimera como "aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo". Es decir, lo mismo que se desprende de las declaraciones de la vicepresidenta primera del Gobierno y responsable de la economía, Nadia Calviño, cuando asegura que España no está en una espiral inflacionista, anticipando igualmente una recuperación de la economía patria basada en el crecimiento del consumo y la inversión -6 y 7%, respectivamente, dice ella- y en la ejecución de los fondos europeos, además de una reducción importante de la tasa de paro y la recuperación del empleo indefinido.

Con la esperpéntica trama de Pegasus ocurre como con el COVID, que cuanto más conocemos sobre la enfermedad surgen nuevas y más contagiosas variantes. Primero fue Puigdemont, después los indepes catalanes, luego Arancha González Laya para alcanzar el clímax con el espionaje al presidente del Gobierno, la ministra de Defensa y ahora parece que también al de Interior. Un asunto el de estos últimos en el que existen más dudas que certeza y más causalidades que casualidades, con la alargada sombra de Marruecos como artista invitado al culebrón.

Los números como el algodón no engañan. La economía española se estanca y crece sólo un paupérrimo 0,3% en el primer trimestre. Un freno que obliga al gobierno a darse un baño de realismo y rebajar la previsión de crecimiento para este año al 4,3%, casi tres puntos menos que el cuento de la Lechera del 7% que había presupuestado, y que nadie en su sano juicio se creía.

En el último minuto, con rebajas y por la indulgencia de la presidenta Von der Leyen, la Comisión Europea se inclinó por una solución salomónica para permitir a España y Portugal de topar el precio del gas, aunque 20 euros por encima de los 30 que solicitaban los ejecutivos ibéricos y sólo por un año.

Inequívocamente liberal en lo económico y reformista en el área social, el programa de Macron, por el que han votado mayoritariamente los franceses, es una enmienda a la totalidad a Pedro Sánchez, su gobierno y su política económica.

Ha sido aparecer Feijóo y revolucionar el gallinero de Moncloa, hasta el punto de obligar al gallo y señor del lugar a abandonar su zona de confort en la televisión pública y la Sexta para dar la cara y cacarear en otros medios menos complacientes. Y es ahí donde tras reafirmarse en su “no es no” irracional a bajar impuestos, Pedro Sánchez anunció que convocará elecciones generales en diciembre de 2023. Fecha que aparte de que es la obligada por ley no deja de tener un componente de personalismo caudillista teniendo en cuenta de que a España le corresponde ocupar la Presidencia de la UE en el segundo semestre del año próximo. Y a Sánchez su ego le pide despedirse, por si acaso, como presidente de Europa además de utilizar el foco de esa Presidencia como elemento de imagen personal y propaganda electoral.

Dice la sabiduría popular que todo se pega menos la hermosura. Y algo de eso le ha debido pasar a la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, que parecía la más lista de la clase y que se ha contagiado de la mediocridad, el esperpento, el desvarío y la mentira de su jefe en el Ejecutivo y de la mayoría de sus compañeros de gobierno.

Pasados los primeros momentos de euforia y propaganda sanchista, la propuesta del Gobierno español para implantar un tope al precio del gas ha pasado en la agenda de la Comisión Europea de posible a probable y de urgente a pendiente, además de revisable en su alcance y su cuantía. Los propios responsables de la Comisión se han encargado ya de transmitir que no ven motivos suficientes para aprobar una excepción complicada que amenaza con desajustar ese teatro de las sombras en que ha devenido el mercado eléctrico en la UE y que, además, supone intervenir de facto ese mercado, algo que es radicalmente contrario al ADN de la Unión.