Con la esperpéntica trama de Pegasus ocurre como con el COVID, que cuanto más conocemos sobre la enfermedad surgen nuevas y más contagiosas variantes. Primero fue Puigdemont, después los indepes catalanes, luego Arancha González Laya para alcanzar el clímax con el espionaje al presidente del Gobierno, la ministra de Defensa y ahora parece que también al de Interior. Un asunto el de estos últimos en el que existen más dudas que certeza y más causalidades que casualidades, con la alargada sombra de Marruecos como artista invitado al culebrón.
Dudas razonables que afectan en primer lugar a la veracidad del espionaje porque dada la conocida trayectoria tramposa y embustera de Pedro Sánchez son muchos en la calle y en las élites políticas que no se creen el espionaje, aunque sólo Oriol Junqueras lo ha dicho claramente. Las amenazas con balas a Pablo Iglesias y al ministro Marlaska o la falsa navaja a Reyes Maroto durante la campaña del 4.M en Madrid, archivadas por el juez sin esclarecer son antecedentes que avalan las desconfianzas.
Cierto es que ese hackeo a los teléfonos móviles del propio presidente y de Margarita Robles parece verosímil, máxime considerando que se había espiado a Merkel, Macron o Boris Johnson. Pero, dando por sentado que el espionaje existió, ¿por qué hacerlo público? Y, sobre todo, ¿por qué hacerlo ahora, un año después? La diferencia con los líderes citados de Alemania, Francia y Reino Unido es que ellos y sus gobiernos ni lo hicieron público ni pusieron en grave riesgo la credibilidad de sus servicios de inteligencia y la seguridad nacional. ¿Qué país aliado va a confiar ahora en España y en los servicios secretos de un Estado al que su jefe de Gobierno ha dejado al nivel de bananero y a menos de dos meses de acoger la cumbre de la OTAN?
Eso con el añadido de una posible derivada económica a través de la paralización de inversiones de empresas estratégicas y multinacionales, al comprobar que, como ha dicho el ex ministro Josep Piqué "las comunicaciones con el gobierno de España son perfectamente interceptables". Y luego nos extrañamos de que Biden ignore a Sánchez y excluya a España de sus reuniones internacionales
Y es aquí donde entra la causalidad, que no la casualidad de la que generosamente habló Núñez Feijóo. Porque todo apunta a que se trata de un intento de recuperar el apoyo parlamentario y el "buen rollo" con Rufián, Junqueras y los independentistas de ERC para aguantar en La Moncloa a costa de poner en tela de juicio la negligencia y la irresponsabilidad de un Ejecutivo y de su jefe, que se dejan espiar y tardan un año en enterarse vulnerando la seguridad nacional.
Recordar, una vez más, las palabras con que definió un destacado ex diputado y exdirigente autonómico del PSOE a Pedro Sánchez tras ganar las primarias a Susana Díaz: "no tiene proyecto, no tiene programa, sólo tiene ambición y es capaz de vender al partido y vender a España para conseguir sus ambiciones".
Claro que, esta vez, la jugada se le puede volver gravemente en contra, porque el espionaje se produjo en pleno conflicto con Marruecos por la entrada a España del líder del Frente Polisario Brahim Gali y con la invasión masiva de emigrantes africanos. Acontecimientos que viendo el posterior cambio de la tradicional política española sobre el Sahara reconociendo la soberanía marroquí del territorio, sin consultar con la oposición y sin informar al Parlamento, hace que algunos parlamentarios y en medios de comunicación empiecen a preguntarse si tiene algo que ocultar el presidente y si esta sometido a algún tipo de chantaje.
Es probable que Sánchez ofrezca ahora cabezas en el CNI o en el Ejecutivo para salvar su propio culo, pero algo huele a podrido no en Dinamarca, sino aquí. Y estos episodios esperpénticos de un gobierno desnortado y rehén de los independentistas, con los ministros enfrentados entre ellos, unido a su estrategia de desprestigio de las instituciones, su negativa a pactos de Estado con la oposición y una gestión económica incompetente e intervencionista que nos ha llevado a ser el país con mayor inflación, más paro y más déficit y deuda de la UE, hace que en España empiecen a soplar con fuerza los vientos del fin de ciclo.