Periodista
víctor arribas

Cualquier anuncio de un acuerdo positivo para una mayoría de los ciudadanos es como el maná para un Gobierno en horas bajas y acosado por las noticias sobre el pasado de algunos de sus ministros. Si ese Gobierno además tiene un muy corto apoyo en el Congreso y sus compañeros de votaciones pretenden separar una parte del país del resto o echar abajo la Constitución y los valores de la Transición, los argumentos positivos sobre su gestión son triplemente bienvenidos. Eso es lo que disfruta en estas horas aciagas el Ejecutivo de Pedro Sánchez respecto al pacto sobre la subida de las pensiones de nuevo según el IPC, un caballo de batalla constante de las fuerzas políticas que han votado la moción de censura y cambiado al inquilino de La Moncloa.

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Ni en sus peores sueños habría imaginado el presidente del Gobierno lo cruel y estresante que es el cargo que asumió en la moción de censura a lo Shelley que protagonizó el pasado mayo. Tras despedir a dos ministros obligados a dimitir, por sus problemas fiscales uno y por su afición al plagio otra, Pedro Sánchez pasa sus días tratando de que se deje de hablar de lo que él mismo copió en sus trabajos universitarios y de que cesen las revelaciones con olor a extorsión para perjudicar a su ministra de Justicia, pillada en una flagrante mentira en público, algo que a otros (José Manuel Soria) les obligó a abandonar el cargo de manera fulminante.

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Los peores días del mandato del actual gobierno siguen transcurriendo con normalidad desde la dimisión de la ex ministra de Sanidad y la tensa respuesta del presidente al asunto de su tesis en el Congreso. La oposición aprieta, la calle ahoga, y el ejecutivo busca vías de salida que le permitan escapar a una presión que no parece tendente a remitir. En el Palacio de la Moncloa se ha puesto a trabajar todo el personal con ese fin, recuperar la iniciativa de un boxeador que está al borde de ser noqueado. Y por los acontecimientos de las últimas horas se demuestra que los fontaneros trabajan: han preparado la argucia para burlar al Senado en la votación presupuestaria y la cortina de humo para proponer eliminar los aforamientos, mostrando la apariencia de que es algo que depende de un gobierno con un muy reducido grupo parlamentario y no de una mayoría reforzada que es la única con potestad para reformar la Constitución.

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La novela La Cortina de humo, de Larry Beinhart, que tan eficazmente convirtió en guión el dramaturgo David Mamet, se nos ha cruzado a todos en la mente con motivo de la actualidad política española de este arranque de semana. Wag the Dog era el título original de la película que se inspiró en ella, aunque el original literario se tituló American Hero. La hemos recordado por el anuncio del presidente del gobierno, en plena polémica por las dudas sobre su tesis doctoral, de aprobar una reforma de la Constitución Española para acabar con los aforados que sólo pueden ser juzgados en el Tribunal Supremo, lo que deja al resto de mortales en una situación de discriminada inferioridad según la visión que de manera generalizada se ha trasladado a la opinión pública desde hace años.

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Muchas incógnitas y alguna certeza dejan los primeros compases del caso Sánchez. Porque ha nacido ya el caso sospechoso que alcanza al presidente del gobierno, alguien empeñado personalmente en la labor de sacar a España del pozo de corrupción y mordidas del que siempre habló al referirse al gobierno que le precedió. Uno de los aspectos donde más activo fue el partido de Sánchez contra su adversario, las falsedades académicas de los historiales y tesis universitarias, ha resultado volverse en su contra por dos veces en sólo doce horas, las que pasaron de la dimisión de su ministra más ideológica hasta la mañana en que las sombras de la sospecha anidaron sobre su propia cabeza mientras contestaba desde su escaño a Albert Rivera en la sesión de control. Por decirlo más gráficamente aún, al presidente le ha mutado el rostro y ahora su gesto grave y serio nos recuerda al de Karl Theodor zu Guttenberg, el ministro alemán de Defensa que tuvo que dimitir cuando se demostró que había plagiado su tesis doctoral.

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A estas alturas de la semana el presidente Pedro Sánchez estará lamentando profundamente el contenido de aquél mensaje la pasada primavera en la red social Twitter en el que presionaba a la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid al conocerse las irregularidades evidentes en la obtención de su Máster. Hoy el tiempo y los acontecimientos le habrán demostrado una vez más que en asuntos de corruptelas no hay ninguna formación política totalmente inmaculada y limpia como para aleccionar a los demás como el hoy jefe del ejecutivo ha hecho durante años. Sin ir más lejos, en unos meses podremos leer con detalle la sentencia sobre uno de los mayores casos de corrupción de la democracia española, que está localizado en Andalucía con las siglas de un partido que él dirige desde la secretaría general.

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Sorprendentemente siguen produciéndose análisis que defienden la posibilidad de un adelanto electoral en España por la debilidad manifiesta del gobierno en el Congreso. Es cuestionable que esa debilidad exista, porque los apoyos que Pedro Sánchez obtuvo en la moción de censura le otorgan una mayoría suficiente aunque parezca creada por Mary W. Shelley. Pero sobre todo es cuestionable que las intenciones del presidente y su gabinete pasen por disolver las Cortes aunque las encuestas les sonrían, porque de ser así no se habría producido el desembarco masivo que se ha visto en sólo cien días en la administración, ni se estarían proponiendo medidas de calado que parecen más de un mandato claro y estable que de una mitad de legislatura cogida con alfileres. El horizonte de junio de 2020 es el más plausible para la convocatoria de elecciones, y no irá más allá porque la ley obliga a que se celebren cada cuatro años.

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Uno de los grandes errores en el tratamiento que como Estado se ha dado al problema separatista en Cataluña lo constituye la postura de determinados partidos que prometen más autogobierno todavía al independentismo, como si eso fuera a calmar sus constantes desprecios y provocaciones. El presidente Sánchez ha plasmado esta idea perenne del PSOE y el PSC con su oferta de organizar un referéndum sobre el particular, dentro de la ley, por supuesto, como ya ocurrió a mediados de la pasada década. Sólo mencionar ahora un referéndum es una apuesta política cuyo coste habrá asumido y analizado sin duda el equipo del presidente, pero es que además resulta insólito que se ofrezca corregir nada menos que al Tribunal Constitucional, que declaró inconstitucionales algunos artículos del Estatut de 2006 porque eran inconstitucionales, no como afrenta alguna hacia el pueblo catalán para cargarse el sentido de su voto.

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Tres meses de gestión del Ejecutivo han servido para que asistamos a un cúmulo de rectificaciones y matizaciones, que al coincidir con la época estival y las vacaciones de los españoles habrán tenido un efecto narcotizante sobre la impresión general que se tiene de Sánchez y sus ministros, más allá de las buenas críticas que tuvieron en su fase inicial. El curso político ha empezado y cada movimiento se mide ya por unos y otros, y el escrutinio puede llegar a ser implacable.

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Los turistas se hacen fotos estos días de agosto tardío en la Plaza de la Marina Española, después de escuchar las explicaciones de los guías sobre la importancia que para el sistema democrático español tiene el palacio que alberga el Senado. Nada menos que la mitad de la soberanía nacional, el complemento nunca bien ponderado y más bien maltratado de la capacidad legislativa del Congreso, la otra cara de la moneda de las Cortes Generales de nuestro país que ya tienen una amplia historia de éxito democrático que contar. Cuando se abren las puertas una vez al año para que los ciudadanos, extranjeros y españoles, puedan acceder a su interior, las caras de asombro superan incluso a las que se ven en el hemiciclo de la Cámara Baja cuando los visitantes acceden al lugar homólogo del Senado o a su fabulosa biblioteca de época.