Redactor de economía y mercados. Doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Un día vio 'La gran apuesta' y ya no hubo vuelta atrás.

Aunque pueda sorprender, en medio de titulares de poca oferta de vivienda y cuellos de botella en la construcción, hay un país en la Unión Europea en el que la vivienda de obra nueva está creciendo mientras entre sus principales socios comunitarios las cifras pican hacia abajo. Se trata de España. El alza de precios forjado precisamente por la referida escasa oferta y una sólida demanda empujada por factores como la mejora de la economía, formación de más hogares unipersonales o la inmigración ha creado buenos motivos para ponerse a construir de nuevo tras más de una década de estío. Un impulso que no se está viendo en el resto de la UE, esperando los expertos un crecimiento cero del sector en el conjunto de la región para este año. Detrás de las mejores perspectivas de España, sin embargo, se esconde una dura realidad: la brecha se ha hecho tan grande en los últimos años que este nuevo brío se queda muy corto para el gran problema de acceso a la vivienda.

Doble estacazo para una economía alemana que, por mucho que la busque, no acaba de encontrar la luz al final del túnel. La revisión de los datos de producto interior bruto del segundo trimestre del año, publicados este viernes, no traen especialmente buenas noticias para la tradicional locomotora económica de Europa, en absoluta parálisis desde la pandemia y víctima de una 'fatiga de los materiales' que empezó incluso antes.

Hay algo más detrás de la casi obsesiva persecución del presidente de EEUU, Donald Trump, a Jerome Powell, el presidente de su banco central, la Reserva Federal. Las constantes exigencias de Trump para que Powell y los suyos bajen los tipos de interés (insultos y amenazas de despido mediante) son el reflejo más mediático de lo que está ocurriendo en gran parte del mundo. La teórica -y a menudo discutida- independencia de los bancos centrales se tambalea a medida que unas economías cada vez más endeudadas y sumergidas en apuros fiscales necesitan oxígeno en forma de un precio del dinero más barato (la palanca que suben o bajan los banqueros centrales). Aunque este tipo de presiones no han dejado de existir en la historia (en bruto: represión financiera, en fino: dominación fiscal), el actual momento, con la salida de la pandemia y los estímulos desplegados para hacer despegar la economía tras la misma aún muy recientes, es especialmente crítico y una de las voces más autorizadas en la materia ha dado la voz de alarma.

En medio de la incertidumbre económica imperante, el mercado laboral europeo se mantiene a flote. Las tasas de desempleo europeas están en mínimos de varios años y no se atisba de momento un aumento considerable de las mismas. En junio, la tasa de paro de la eurozona (los 20 países del euro) se mantuvo en su mínimo histórico del 6,2%. En España, país acostumbrado por desgracia a elevadas tasas de desempleo, esta métrica ha descendido hasta el 10,29%. Un hito si se tiene en cuenta que, como recordaba recientemente el economista de Oxford Economics Ángel Talavera, en los últimos 40 años solo se ha bajado del 10% en tres ejercicios.

Los británicos siguen sufriendo las vicisitudes de un indeseado compañero de viaje que no se quiere bajar del coche: la inflación. Aunque la crisis inflacionaria posterior a la pandemia y a la invasión de Ucrania azotó también con fuerza a la Europa continental, en el archipiélago británico el pico llegó algo más lejos (un estruendoso 11,1% interanual frente al 10,6% de la eurozona) y el proceso de desinflación fue más lento. Los titulares abundaron y algún analista llegó a decir que Reino Unido aunaba "lo peor de ambos mundos" (una crisis energética como la de sus vecinos europeos y un tenso mercado laboral con importantes presiones salariales como en EEUU). Ahora, cuando los precios parecen haber vuelto a la calma en la eurozona con una tasa de IPC del 2% interanual en julio, el objetivo que se suelen marcar los bancos centrales, en Reino Unido esta métrica vuelve a acercarse peligrosamente al 4%.

Hasta hace unos años, cuando se hablaba de China como la 'fábrica del mundo', la mayoría de la gente pensaba en productos como sencillos juguetes con la pegatina 'Made in china' en su reverso. Ahora, cuando se emplea esa expresión, ya no se piensa solo en perecederos productos de plástico o ropa muy barata, también en imponentes vehículos eléctricos con tecnología puntera o en modernos y asequibles dispositivos electrónicos cuando no en aparatos robóticos. Lo que ha habido en medio es un ingente esfuerzo por parte de Pekín en potenciar las industrias más innovadoras, buscando por una parte una menor dependencia de Occidente (China ya no es el comprador por antonomasia de Alemania) y por otra dominar en el reparto de la tarta del comercio mundial. Aunque el avance en la materia es incuestionable, como reflejan las nuevas dinámicas mundiales en materia comercial, algo no termina de ir bien en la factoría china. Pese al empeño mostrado (en forma de masivas inversiones), esta determinación no se está traduciendo en una creación de valor económico y el tiempo se acaba: es una realidad que Pekín no podrá sostener en el tiempo este esfuerzo mucho más tiempo.

El destacado auge de la producción automovilística de Marruecos ha llamado la atención en los últimos tiempos. El sector ha encontrado acomodo en un país muy cercano geográficamente a Europa y con menores costes laborales, aumentando exponencialmente sus inversiones en el mismo. Si históricas marcas europeas ya presentes en el reino alauita han afianzado su producción allí, otros nuevos actores como los fabricantes chinos de baterías para vehículos eléctricos han apostado fuerte por el vecino de España. Este impulso ha llevado a que las cifras de producción ya sean superiores a las de economías del Viejo Continente como Polonia o Hungría. Pero en la siempre 'morbosa' comparativa entre países, el dato que más se está destacando es que este hasta hace nada auténtico outsider del sector automotriz está a punto de superar a una vieja potencia europea del automóvil.

En el muchas veces árido mundo de la economía, las metáforas ayudan a entender algunos conceptos y situaciones. Mirando hacia África y, en concreto, hacia una de las economías que ahora mismo puede ofrecer una valiosa lección, los economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI) la comparan nada menos con un animal extinto.

Hay un país desarrollado en el que la vivienda es hoy un 25% más barata que hace 35 años. Esta economía es un tanto peculiar y este dato lo demuestra. Mientras que en el mundo desarrollado los precios de los inmuebles no dejan de marcar máximos históricos, en este país se encuentran muy lejos de ellos. Mientras que en el mundo desarrollado hay una escasez cada vez mayor de viviendas (salvo contadas excepciones), en este país hay cada vez más casas vacías. Japón sufre una suerte de crisis de la vivienda a la inversa. Cada año hay más inmuebles abandonados, una espiral que amenaza con 'destruir' barrios y zonas enteras por una multitud de factores, que pueden ser el heraldo de lo que sucederá en otros países avanzados, en los que se pronostica también un descenso notable de la población en las próximas décadas.

Ya se iba echando en falta en los círculos financieros una gran apuesta que llegase a titular de Bloomberg. Esta vez no se trata de dar el 'gran golpe' adivinando la crisis de las hipotecas subprime en EEUU o que el petróleo se iba a quedar en precios negativos durante los rigores de la pandemia. La apuesta es mucho menos 'llamativa' ahora, pero no así los rendimientos esperados. Todo depende de que la 'Vieja Dama' de Threadneedle Street, como se conoce al banco central de Reino Unido (más de 300 años a sus espaldas), se ponga de perfil ante su gran enemigo: la inflación.