Hace un año los inversores seguían buscando, casi con desesperación, el catalizador definitivo que les ayudara a ver algo de luz al final del túnel. Estaba todo arrasado por ventas masivas, sobre todo, en las compañías más pegadas al ciclo económico. Bancos en niveles irrisorios, el turismo desaparecido -a día de hoy todavía continúa- y la poca industria que tiene el Ibex en mínimos históricos. Pero llegó la vacuna y la algarabía de meses atrás se convirtió de un día para otro en una fiesta, con trompetas, confeti y pista de baile.