La opinión de Joaquín Gómez
14/09/2020, 09:05
Mon, 14 Sep 2020 09:05:43 +0200
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Quien entra en una instalación de Murata acaba leyendo por todas partes que la empresa contribuye "al avance de la sociedad creando productos y soluciones innovadoras". La frase solo es marketiniana salvo que veas década a década lo que ha hecho la compañía que en 1944 fundó Akira Murata. La pequeña fábrica de 150 metros cuadrados en un barrio de Kioto empezó a fabricar condensadores cerámicos para que las radios no se calentasen. Desde entonces, Murata ha sido un hervidero de soluciones eléctricas y más tarde electrónicas. En la década de los cincuenta, filtros de cerámica, titanato de plomo y circonio, para los transistores. En los sesenta, las tripas de los televisores en color que aparecieron en el mercado justo antes del mayor evento de la posguerra, los Juegos Olímpicos de Tokio. En los setenta, el duplexor de antena para el teléfono móvil de primera generación. En los ochenta, la tecnología que necesitaban PCs, auriculares estéreos y videocámaras. Y en estas últimas dos décadas, todo lo que la comunicación inalámbrica ha podido imaginar con el Bluetooth.