Director adjunto de elEconomista. Asesor del Fondo Tressis Cartera Eco30. Promotor del Eco10 y Eco30 Stoxx

Desde la subida de finales del año pasado encuentro poco atractivo en concentrar la mayor parte de la inversión en bolsa estadounidense y, sobre todo, de forma indexada. Aunque los beneficios empresariales estén superando las expectativas, desde que el S&P 500 superó los 6.000 puntos considero que hemos entrado en territorio burbuja porque se paga más de un 20% por encima del multiplicador histórico de beneficios del mercado estadounidense.

Siempre sostengo que hay que estar en bolsa, que no se puede llegar a duplicar cada euro invertido en una década, a razón de ese 7% anualizado, si no se está siempre en mercado. Pero esa es la posición estratégica. Hay un porcentaje de nuestra cartera táctico que hay que tratar de rotar en función de los acontecimientos. Como nos enseñó nuestro idolatrado Buffett: "Hay que ser codicioso cuando los demás son miedosos y miedoso cuando los demás tienen los ojos inyectados de codicia".

Los agostos bursátiles tienen siempre puesta una cita rotulada en rojo en el calendario: el simposio de Jackson Hole, que es la reunión anual de banqueros centrales de Wyoming. Después de que el año pasado Jerome Powell, comandante en jefe de la política monetaria de EEUU –a disgusto de Trump–, llegase a decir que "ha llegado el momento de ajustar la política" para lograr algo que históricamente es inusual: un aterrizaje suave de los altos tipos de interés y el control de la inflación sin provocar una recesión que desencadene un fuerte aumento del desempleo; la realidad no puede ser más kafkiana.

Hay un factor poderoso en la industria de la inversión que es la envidia. Son muchos los que acaban invirtiendo en un determinado producto, porque algún conocido, amigo o familiar lo ha hecho con anterioridad con gran éxito. No lo hacen porque tengan un convencimiento claro de lo que están decidiendo. Aristóteles consideraba la envidia como una emoción de almas pequeñas.

Durante décadas llevo explicando que la mejor idea de inversión es el interés compuesto. Pese a que creo que he escrito decenas de artículos sobre este asunto y, además, he acuñado que como inversor hay que tatuarse en la mente que el objetivo es lograr una rentabilidad del 7% para duplicar cada euro invertido la próxima década; hace pocas fechas me explicaron la historia de dos hermanos que ejemplifica mucho mejor los frutos de invertir a largo plazo.

Al cauce del gran río de la inversión vierten sus aguas muchos afluentes, pero inevitablemente hay uno que va a ser el que más agua aporte en los próximos años. Indiscutiblemente en Europa, como ya ha sucedido en EEUU, donde la gestión indexada va a superar a la activa. En la reflexión sobre por qué va a suceder esto, la principal culpa hay que encontrarla en los altos costes que tienen la gestión de los fondos de inversión respecto a la rentabilidad que ofrecen.

Esta semana, Grenergy cumplía 10 años como empresa cotizada. En este tiempo, ha multiplicado casi por 50 veces su capitalización. Tocó la campana a 1,38 euros. Hoy sus acciones superan los 65 euros y los expertos ven mucho más recorrido para ellas (77 de precio objetivo). "Somos la empresa que más ha crecido en la última década en España y la cuarta en Europa", comenta en una entrevista con elEconomista.es, el director de estrategia y mercado de capitales de Grenergy, Daniel Lozano. En los últimos diez años, solo superan su crecimiento en bolsa la sueca Fortnox y las alemanas Könner & Söhnen y Rheinmetall.

Uno de los motivos por los que los inversores vamos a seguir pagando múltiplos exigentes de bolsa en los mercados –recordemos que la americana roza los de burbuja, que son un 20% superiores a los de la media histórica, y la europea no ofrece descuentos– es la irrupción en las últimas décadas del capital riesgo como el hurón que ha diezmado el número de compañías listadas. La ley de la oferta y la demanda. A menos compañías cotizadas hay que pagar más por ellas al comprarlas en bolsa.