Bolsa, mercados y cotizaciones

Quién es el lobo que está haciendo que el rebaño bursátil cada vez sea más pequeño

Un lobo enseña los dientes a su presa. Dreamstime

La bolsa sufre una anemia importante. El número de compañías que se van del mercado es mayor que el que entra, lo que hace menos atractiva la esencia, presencia y potencia de la renta variable, que es financiar el crecimiento de las empresas. "En España, en los últimos cinco años hemos presenciado una reducción del 17% en el número de cotizadas en el mercado regulado", se lamentaba esta semana el presidente de la CNMV, Carlos San Basilio, para añadir "que al menos el dato es algo mejor que la media de la UE, donde el descenso se sitúa entre el 20% y el 25%".

Hay un depredador que provoca que el rebaño bursátil cada vez sea más pequeño y que acaba devorando alguna de las compañías más atractiva para los inversores. Ese lobo se llama capital riesgo, y es un depredador que ha cambiado su papel en el ecosistema en los últimos años. Hace un tiempo el papel del capital riesgo era madurar un proyecto que se compraba a una familia o una sociedad para al cabo de cuatro o cinco años dejarla en mejor estado y sacarla a bolsa.

Hoy el capital riesgo se come las ovejas que el mercado no sabe valorar correctamente y se devora peligrosamente a sí mismo: las firmas se dan el pase de un proyecto a otro con la intención de cumplir sus objetivos de rentabilidad, mientras los partícipes de banca privada viven en un estado de confortabilidad ajenos a las crisis de mercado sin el ojo puesto en un valor liquidativo.

En cierto modo el capital riesgo se presenta a los inversores con más patrimonio como ese lobo del que hablaba Félix Rodríguez de la Fuente "que vive en una tierra no contaminada, con bisontes pastando en las praderas como aquellos que quedaron pintados en la cueva de Altamira; cantando a la luna por la felicidad infinita de vivir en un mundo así".

El problema es que la ingente aparición de fondos secundarios, también conocidos como mercados de segunda mano, que compran participaciones que ya han sido adquiridas por otros inversores, convierte su estrategia en un juego cada vez más peligroso. Es como si alguien pone los dedos sobre la mecha de una vela en la que ya hay otros puestos por debajo. Al final el riesgo de quemarse cada vez es mayor. Pero el cliente de más patrimonio vive confortable con la expectativa de madurar rentabilidades anuales de doble dígito, ajeno a cualquier clase de tensión que se produzca en el mercado. Esta comodidad es la que explica el motivo por el que han crecido dentro del ecosistema y corremos el riesgo de que si no se revierte la situación acaben destrozándolo. Y algo peor, el lobo –el dinero de los que ya son ricos– puede acabar con el capitalismo popular.

Hay motivo para el optimismo: el sexto estudio realizado por UBS entre family offices de 30 países revela que los grandes patrimonios familiares han rebajado al 21% el peso del capital privado frente al máximo histórico del 22, y ahora quieren recortarlo al 18%.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky