Opinión
Con toda la inmundicia que vamos conociendo de amaños en obras públicas, financiación irregular, cobro de comisiones, cloacas, fontaneros, colocación de amigas sexuales y otras corrupciones varias. Y con un presidente del gobierno acorralado por los informes judiciales y de la UCO, que tiene a su mujer investigada y a sus hermano procesado por presuntos casos de corrupción en los negocios y tráfico de influencias, a su fiscal general a punto de sentarse en el banquillo y a sus más directos colaboradores imputados, en cualquier democracia plena cualquier presidente y cualquier gobierno democráticos habrían dimitido o convocado a los ciudadanos a las urnas para salvaguardar la dignidad personal y la del cargo. Ejemplos hay, por mucho menos como el de Antonio Costa en Portugal.