
El último informe trimestral del Banco de España, adelantado por el gobernador, José Luís Escrivá, dibuja ya un escenario más pesimista sobre la economía española que se traduce en un recorte de tres décimas en la previsión de crecimiento de nuestro PIB en 2025, hasta el 2,4%, que caerá a sólo un 1,8% en 2026. Un enfriamiento de la economía que el supervisor atribuye fundamentalmente a las políticas arancelarias de EEUU que derivará en la menor aportación del sector exterior. Elemento importante sí, pero no el único ni, probablemente, el principal.
Como venimos reiterando desde hace tiempo la economía española está inmersa en eso que los economías definen como "recesión silenciosa", con un crecimiento del PIB que esta dopado por el desmesurado gasto público y la llegada de los fondos europeos, además de camuflada por el efecto estadístico que supone el haber sufrido la mayor caída durante la pandemia, lo que hace que se confunda recuperación con crecimiento.
Una economía que sigue con la asignatura pendiente de cambiar el sistema productivo basada en el turismo y en servicios de escaso valor añadido, mientras continúa el declive de la industria cuya contribución al PIB, descontando la construcción, ha caído del 20% a sólo el 15 y el Valor Añadido Bruto de nuestro sector industrial estaba a finales del pasado año un 1,1% por debajo del nivel prepandemia y un 6,7% por debajo del registrado en 2007. Además, España ha registrado una disminución del 27% en el número de empresas industriales desde 2008 que ha repercutido en la caída del empleo en el sector que se encuentra en su nivel más bajo de la historia, empleando sólo al 13,3% de la población activa, es decir, 2,79 millones de personas.
Grave deterioro que se produce en paralelo al del PIB per cápita real de España que, con datos de Eurostat, se situaba en 27.740 euros en 2024, cifra que apenas ha aumentado desde que Pedro Sánchez ocupa La Moncloa y que está muy lejos de los 36,670 euros de media en la eurozona. De hecho, apenas ha crecido en 1.120 euros por persona desde 2018, pese a que en ese tiempo se ha elevado el Producto Interior Bruto (PIB) en 286.000 millones y España, que en teoría es la cuarta economía del euro, ha retrocedido hasta el puesto 14 en el ranking del PIB per cápita de los 27 estados miembros de la UE.
Lejos también de nuestros socios europeos estamos en lo que hace a la productividad, un indicador clave para evaluar la salud económica de un país y en el que España está a la cola de Europa y de la OCDE. El último informe del Ivie-Fundación BBVA, muestra que la productividad en el primer trimestre de este año está prácticamente estancada con un crecimiento de solo un 0,9% en comparación con el año anterior, lo que representa una disminución significativa respecto a crecimiento de 2024. Situación que los economistas explican por la "peligrosa combinación de bajas tasas de empleo, falta de inversión e innovación en capital humano, barreras burocráticas, tamaño de las empresas y problemas de fondo de la estructura productiva", es decir todo lo que muchos llevamos desde hace tiempo denunciando en contraste con el adulterado triunfalismo económico del Gobierno.
Esta es la realidad de la economía de país con un gobierno sin presupuestos, que gasta al año 50.000 millones más de lo que ingresa, con una deuda que supera los 1,6 billones de euros, el 135% del PIB, y que paga 41.000 millones de euros de intereses. Y lo más grave del informe del Banco de España es la previsión para 2026, el citado 1,8% de crecimiento cuando la historia demuestra que la economía española es incapaz de crear empleo con crecimientos inferiores al 2%. Y con estos datos el Gobierno sigue presumiendo y vendiendo que la economía española va como como una moto. Sí, pero como una moto sin frenos y con la dirección equivocada.