Miembro distinguido del Asia Global Institute de la Universidad de Hong Kong y miembro del Consejo Asesor del PNUMA sobre Finanzas Sostenibles
Análisis

Del mismo modo que el balance de una empresa puede proporcionar información sobre su salud financiera, un "balance global" (GBS), que recoja los activos y pasivos de gobiernos, empresas, hogares e instituciones financieras, puede hacer lo mismo con la economía mundial. Esta lógica llevó al McKinsey Global Institute (MGI) a empezar a recopilar, y actualizar periódicamente, un GBS que cubriera diez países que juntos representan más del 60% del PIB mundial.

El mes pasado, la atención mundial se centró en el XX Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCC). Más allá de los titulares -especialmente la confirmación del presidente Xi Jinping para un tercer mandato-, el Congreso presentó un informe aleccionador en el que Xi sostuvo que, en medio de desafíos externos e internos sin precedentes, el Partido y la nación deben prepararse para tiempos más difíciles.

Opinión

La Cumbre de Líderes del G-20 del pasado mes de octubre -celebrada en Roma y auspiciada por el entonces primer ministro italiano Mario Draghi quien ya ha anunciado su renuncia al cargo- dio lugar a una declaración repleta de promesas para "abordar los retos mundiales más acuciantes de la actualidad" y "converger en esfuerzos comunes para recuperarse mejor de la crisis Covid-19 y permitir un crecimiento sostenible e integrador" en todo el mundo. Qué diferencia hace un año.

La recuperación económica mundial de la pandemia del COVID-19 siempre fue frágil, especialmente en el mundo en desarrollo. Con la desastrosa guerra de Rusia en Ucrania, ha quedado prácticamente destrozada. Pero las consecuencias inmediatas de la invasión son sólo el principio. En un mundo definido de nuevo por el conflicto entre grandes potencias, los países tendrán que replantearse su enfoque del desarrollo.

Cada año, 400 millones de toneladas de metales pesados, lodos tóxicos y residuos industriales se vierten en nuestras vías fluviales. Al menos ocho millones de toneladas de plástico acaban en nuestros océanos. Unos 1.300 millones de toneladas de alimentos -alrededor de un tercio de todo lo que se produce- se pierden o se desperdician, mientras cientos de millones de personas pasan hambre. Nuestros océanos se sobreexplotan, nuestras tierras se degradan y la biodiversidad se erosiona rápidamente. Mientras tanto, los desastres naturales devastadores -inundaciones repentinas en Europa y China, incendios forestales en Estados Unidos y plagas de langostas en África y Oriente Medio- son cada vez más frecuentes.

Al perturbar las esferas económicas, sociales y geopolíticas interconectadas del mundo, la crisis del Covid-19 ha expuesto cuán frágiles e injustas son realmente las instituciones que las gobiernan. También ha puesto de relieve lo difícil que es abordar la fragilidad e inequidad sistémicas en medio de las crecientes amenazas a la seguridad nacional.

Mientras los gobiernos de todo el mundo se enfrentan a la terrible elección entre salvar vidas y proteger la economía, los indicadores ponen de relieve la intensidad del dilema. El desempleo se ha disparado, el comercio se ha desplomado y la economía mundial se enfrenta a su peor caída desde la Gran Depresión. Sólo hay una forma de limitar las consecuencias económicas de la pandemia: la cooperación chino-estadounidense.

El pasado octubre, el Informe de Seguridad Sanitaria Mundial de 2019 incluía una dura advertencia: "La seguridad sanitaria nacional es fundamentalmente débil en todo el mundo. Ningún país está totalmente preparado para epidemias o pandemias, y todos los países tienen importantes lagunas que abordar". Sólo un par de meses después, un nuevo coronavirus demostró la exactitud de la evaluación del informe.

Tribuna

El 1 de octubre, China celebró el 70 aniversario de su fundación con impresionantes desfiles para mostrar el extraordinario progreso que el país ha logrado bajo el liderazgo del Partido Comunista. Quedan por delante retos formidables. Pero el historial de China hasta ahora y los recursos de que dispone indican que puede estar a la altura de las circunstancias.

Tribuna

Desde que China recuperó la soberanía sobre Hong Kong el 1 de julio de 1997, la ciudad ha prosperado económicamente, pero se ha deteriorado políticamente. Ahora, una de las ciudades más ricas del mundo está rodeada de protestas, que han bloqueado las carreteras, paralizado el aeropuerto y, a veces, degenerado en violencia. Sin embargo, lejos de ser un problema exclusivamente chino, el caos actual debe ser visto como un indicador de los sistemas capitalistas que no abordan la desigualdad.