
Del mismo modo que el balance de una empresa puede proporcionar información sobre su salud financiera, un "balance global" (GBS), que recoja los activos y pasivos de gobiernos, empresas, hogares e instituciones financieras, puede hacer lo mismo con la economía mundial. Esta lógica llevó al McKinsey Global Institute (MGI) a empezar a recopilar, y actualizar periódicamente, un GBS que cubriera diez países que juntos representan más del 60% del PIB mundial.
El primer GBS del MGI, publicado a finales de 2021, mostró que durante los primeros 20 años de este siglo, los activos mundiales crecieron más rápido que la producción. En 2020, los activos del balance mundial sumaban más de 1,5 cuatrillones de dólares (unas 18,1 veces su PIB), casi el triple que en 2000 (cuando los activos equivalían a unas 13,2 veces el PIB). El crecimiento de la riqueza mundial también superó el crecimiento (más bien tibio) del PIB, lo que implica que la riqueza se concentró cada vez más entre quienes poseían activos inmobiliarios y financieros.
En 2020 y 2021 -los dos primeros años de la pandemia COVID-19- estas tendencias se aceleraron, con el balance mundial hinchándose incluso cuando el crecimiento del PIB se estancó. De hecho, a pesar de las pérdidas de ingresos de miles de millones de dólares, se añadieron 100 billones de dólares a la riqueza mundial durante este período, impulsados en gran medida por una expansión fiscal y monetaria sin precedentes. Al acuñarse 39 billones de dólares en nuevas divisas y depósitos, los precios de los activos se dispararon. Mientras tanto, los pasivos de deuda crecieron en unos 50 billones de dólares, y los pasivos de capital en 75 billones. Desde principios del siglo XXI, la expansión del sector financiero, principalmente a través de la creación de deuda, ha desempeñado un papel fundamental en el aumento del patrimonio neto (activos menos pasivos), sobre todo a través del efecto precio.
En el periodo 2000-21, el 50% del aumento del patrimonio neto procedió del incremento de los precios de los activos por encima de la inflación, el 29% de la inflación general y sólo el 23% de la inversión neta. Así, aunque el patrimonio neto global creció, la inversión en la economía real se mantuvo relativamente baja. Así pues, la excesiva financiarización socavó el crecimiento de la productividad. El panorama cambió significativamente en 2022. Mientras continuaba la financiación, el GBS se contrajo en relación con el PIB por primera vez en décadas.
La guerra de Rusia contra Ucrania, que ha disparado los precios de la energía y los alimentos, exacerbó la inflación, incitando a los principales bancos centrales a subir los tipos de interés. Los precios reales de la renta variable y de la renta fija a escala mundial cayeron en torno a un 30% y un 20%, respectivamente, minando el patrimonio neto en muchos países, especialmente en Australia, Canadá, China, Alemania y Suecia. Mientras tanto, el declive del mercado inmobiliario redujo no sólo el patrimonio neto (riqueza), sino también el consumo, especialmente en China, donde el sector inmobiliario constituye alrededor del 60% de los activos de los hogares.
Al comenzar 2023, la pregunta obvia es: ¿Marcará 2022 un punto de inflexión, tras el cual el GBS continuará su caída, o reanudarán los activos y la riqueza mundiales su ascenso en relación con el PIB? La respuesta depende en gran medida de las políticas de China, que en 2021 representaba el 18% del PIB y del patrimonio mundial.
A juzgar por la reciente Conferencia Central de Trabajo Económico -donde cada año se decide la agenda de política económica-, los responsables políticos chinos se centrarán en estimular la demanda, estabilizar el mercado inmobiliario y apoyar el crecimiento utilizando herramientas fiscales y monetarias. Por ejemplo, el Viceprimer Ministro Liu He anunció planes para impulsar el apoyo fiscal y aumentar la liquidez para el estresado sector inmobiliario.
Pero los retos para los responsables políticos chinos van mucho más allá. La política de cero COVID resultó muy perturbadora para la economía china. Pero la relajación de las restricciones a la pandemia -un proceso que acaba de comenzar- también resultará perturbadora, amenazando con socavar la salud pública y la confianza. Mientras el gobierno trabaja para proteger la salud pública, también debe asegurar el sustento de la población y salvaguardar la estabilidad social.
La ralentización mundial, causada en parte por la guerra de Ucrania, también puede ser un lastre para la demanda agregada mundial, perjudicando al comercio chino, mientras que las continuas interrupciones de la cadena de suministro agravarán los daños. Además, las catástrofes naturales, cada vez más probables a medida que avanza el cambio climático, pueden aplastar la demanda.
Para empeorar las cosas, las relaciones económicas con EEUU son cada vez más tensas, ya que este país aplica medidas -como restricciones a la venta de semiconductores y las máquinas que los producen- destinadas a privar a la economía china de tecnologías y componentes avanzados. Por ello, los dirigentes chinos han dado señales de apoyo al sector privado y a las empresas estatales, incluida la flexibilización de las medidas reguladoras que perturbaban la confianza empresarial en diversos sectores.
Las políticas estadounidenses dirigidas a China apuntan a un problema mayor: la cooperación económica internacional es cada vez más difícil de mantener. Pero el GBS muestra que, si bien los errores políticos en las grandes economías de importancia sistémica pueden hacer caer a toda la economía mundial, ninguna economía por sí sola puede hoy levantarla. En otras palabras, la cooperación es vital para evitar una recesión clásica de balance (cuando los mercados de activos se desinflan y se restringe la liquidez).
Al igual que el uso de armas nucleares promete una "destrucción mutua asegurada", la falta de cooperación económica conducirá a una "deflación mutua asegurada", porque ningún país por sí solo puede reactivar la demanda mundial. Peor aún, a medida que las condiciones se deterioren, los gobiernos podrían verse tentados a aplicar políticas aún más proteccionistas, olvidando las lecciones de la Gran Depresión. Es comprensible que los planificadores económicos de China y otros países se estén preparando para la recesión.