Redactor de economía y mercados. Doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Un día se preguntó cómo cotizaba un bono y ya no hubo vuelta atrás.

La inflación de la eurozona no dio grandes sorpresas en junio. El IPC adelantado de la eurozona fue del 2% interanual el mes pasado, un repunte de una décima respecto al dato de mayo ampliamente esperado por los analistas. El IPC subyacente (excluye en este caso energía, alimentos, alcohol y tabaco) permaneció en el 2,3% interanual, también como esperaba el consenso de economistas. Ambas variables de ciñen de forma casi rigurosa (el IPC general a la perfección) al objetivo del 2% que se marca el Banco Central Europeo (BCE), con lo que el organismo gana tiempo para decidir si vuelve a recortar los tipos de interés y cuándo después de haber telegrafiado en su reunión de junio que se encuentra en una buena posición para esperar acontecimientos.

No se puede hablar de divorcio. Ni siquiera de separación. Quizá tampoco de crisis matrimonial. Pero lo cierto es que la relación entre EEUU y Suiza se está viendo afectada por las 'trastadas' que Berna está sufriendo de Washington desde que Donald Trump entró de nuevo en la Casa Blanca hace seis meses. Pese a su beligerante agenda, especialmente en materia comercial, nadie esperaba que la tranquila y neutral Suiza fuera una de las víctimas predilectas de sus 'manotazos' ejecutivos. Pero la secuencia es de aúpa. En su pizarrín con los aranceles del Día de la Liberación, Trump hostigaba al país alpino con una tasa del 31%, notablemente superior a la impuesta a una Unión Europea a la que el mandatario ha insultado repetidamente. Por si esto fuera poco, el Tesoro de EEUU ha vuelto a poner a Suiza en la lista de países a vigilar con cautela por si existiera manipulación de divisas. El último golpe se desarrolla en los cielos: EEUU quiere 'engordar' de repente el precio de unos aviones militares de combate que pretende vender a Berna, una adquisición que sembró bastante división en el país helvético.

El Gobierno de EEUU ha dado inicio a un cambio histórico en su economía que busca reducir la presencia de inversores extranjeros en sus activos y lograr una mayor 'autosuficiencia' a nivel de financiación, es decir, reducir el superávit en la balanza por cuenta financiera (entrada de capitales del exterior) por un incremento del propio ahorro interno. Este plan es complejo y peligroso, puesto que para 'expulsar' a los inversores extranjeros, la Fed y el Gobierno Federal implementarán políticas que generen cierta represión financiera y más inflación. Además, entre los cambios se está estudiando una medida para que los bancos americanos se vean incentivados a comprar aún mayores cantidades de deuda EEUU, un movimiento o tendencia que estuvo a punto de acabar con el euro. Las tenencias de bonos soberanos domésticos de forma masiva reducen la diversificación en los balances de los bancos y genera grandes vulnerabilidades ante posibles pérdidas de 'valor' de esos activos, como se pudo ver en Europa durante la gran crisis de deuda soberana que amenazó con llevarse por delante el gran proyecto europeo.

Dentro del bazuca fiscal alemán hay dos grandes cohetes diferenciados: defensa e infraestructura. Si el primero se está llevando todos los titulares en pleno rearme de Europa con el objetivo de gasto de la OTAN en primera línea, el segundo está concitando menos atención. Algo que no debería ser así con una Alemania en la que desde hace años proliferan las críticas por unas infraestructuras envejecidas derivadas del ahorro excesivo por parte de las administraciones. Otrora ejemplo de vanguardia en Europa por sus anchas y rápidas autopistas (las famosas Autobahn), ahora en Alemania se habla de grietas en esas carreteras y puentes, colapsos en el sistema ferroviario y carencias en otras infraestructuras que no son las del transporte: muy comentada es la de la conexión a Internet.

El ruido político es cada vez más estruendoso alrededor de la Reserva Federal de EEUU, el banco central más vigilado del planeta. El presidente del país, Donald Trump, está intensificando su labor de acoso y derribo sobre el actual presidente del organismo, Jerome Powell, al que él mismo nombró en su primer mandato en la Casa Blanca. Fiel a la ortodoxia de un banquero central, Powell está pausando los recortes de los tipos de interés con el recuerdo muy presente de la crisis inflacionaria posterior a la pandemia. Enfrente tiene a un Trump que, si en su primera etapa, ya le presionó para que hubiera tipos bajos, ahora lo está insultando prácticamente a diario, ha amenazado varias veces con su despido y ahora parece estar pasando a la acción de una forma más artera.

La economía de EEUU, pese a ser la mayor del mundo y la más importante, se enfrenta a una amenaza que parece insalvable con las herramientas tradicionales. Años de excesos han llevado al país a presentar un déficit público casi estructural que se parece mucho al de los países que protagonizaron la crisis de deuda soberana en la zona euro. Por ahora, la fortísima demanda de dólares ha permitido al Tesoro seguir financiado sus déficits gemelos (el público y el comercial) sin llegar a sufrir una crisis fiscal que parece cada vez más inevitable. Por ello, Donald Trump ha comenzado a colonizar las instituciones y ha puesto en marcha el Plan Pensilvania para abordar este problema de una forma conocida, pero que no deja de ser peculiar para un país desarrollado: represión financiera y erosión del valor de la deuda.

Aunque el foco de atención está ahora mismo en Oriente Medio, con permiso de China y Rusia, Occidente enfrenta una grave amenaza de la que no se está hablando tanto en otra importante región mundial. Ya son varios los gobiernos de África que han roto amarras con la antigua 'metrópoli' (ahora representada por grandes multinacionales) y han empezado a nacionalizar, confiscar, incautar -como se quiera decir- la actividad minera de algunas empresas occidentales en su territorio. Un proceso que está cogiendo velocidad y que se produce bajo la atenta mirada de Moscú, desde donde, mientras esto ocurre, se busca consolidar relaciones con estos países y aumentar su influencia en la zona.

Parece siempre la misma historia y lo es: la escasez de vivienda sigue calentando los precios de un mercado que antes o después termina marcando la vida de todo ciudadano. Son tantos los cuellos de botella que están impidiendo que la oferta alcance a la demanda (ya no vale con eso, puesto que hay un agujero tras varios años de demanda insatisfecha que debe satisfacerse con una sobreoferta de vivienda de varios años) que incluso en un momento como el actual en el que los precios no paran de subir, la oferta tiene serios problemas, no solo para crecer, sino para mantener el ritmo. Los últimos datos del número de viviendas iniciadas son especialmente preocupantes, porque muestra una desaceleración en pleno boom de la demanda y con los precios de los inmuebles disparados.

Los encomiables esfuerzos de Alemania por salir a toda prisa de la gran crisis del gas que le supuso la invasión rusa de Ucrania no están dando del todo sus frutos. Cuando el gas de Moscú dejó de ser una opción, el shock fue dramático. Con una nuclear prácticamente 'enterrada' y con unas renovables aún en desarrollo, Berlín pagó el haberse hipotecado casi por completo al suministro energético del Kremlin. Haciendo gala de la tradicional e histórica eficiencia germana, el país logró levantar a la carrera varias terminales flotantes para recibir y procesar lo más rápido posible el gas natural licuado (GNL) llegado de 'nuevos' vendedores como EEUU o Qatar. Estas regasificadoras, una infraestructura de la que la tradicional locomotora europea adolecía, debía ayudar a llenar las reservas alemanas de gas en previsión de lo que pueda pasar (la amenaza rusa permanece y nadie garantiza un invierno suave). Sin embargo, la realidad está siendo que ese gas no se queda 'en casa'.