
La economía española vive un momento dulce, si no es por los elevados precios al consumo, que encarecen los costes y restan poder adquisitivo a los ciudadanos. Las exportaciones están en récord al igual que la producción industrial, la compraventa de viviendas o el crecimiento. En este último capítulo, tanto la OCDE como el Banco de España revisaron esta semana sus previsiones al alza para este año y el que viene. España se situará a la cabeza de los países en desarrollo en crecimiento, pese al patinazo del segundo trimestre que mermará un punto a las previsiones. Hasta la creación de empleo, con más de 400.000 puestos de trabajo en lo que va de año, marcha mejor de lo esperado. La vicepresidenta primera, Nadia Calviño, saca pecho y asegura que concluiremos 2021 con una tasa de actividad similar a la de antes de la pandemia, eso sí, medida de un día para otro. El crecimiento en un instante, una métrica insólita que muestra lo que es capaz la propaganda oficial.
Ahora bien, ¿es la política del Gobierno la causante de que la economía vaya como un cohete? La OCDE lo atribuye a que se ha logrado una de las mayores tasas de vacunación occidentales, lo que facilitó la reapertura de la actividad, mientras que el Banco de España, hace más hincapié en el consumo desembalsamado tras la pandemia, que aumenta a ritmos de doble dígito. Ninguno de los dos organismos cita una política económica específica como detonante del rebote. Al contrario, tanto las vacunas como el consumo tendrán un efecto gaseoso, que se irá diluyendo poco a poco.
La siguiente cuestión es ¿cuánto durará la fiesta? Si recurrimos de nuevo a ambos organismos, por lo menos, lo que queda de año y el que viene. El Banco de España incluso pronostica una aceleración de la actividad en 2022, debido a que el retraso de los fondos europeos provocará que gran parte del gasto se desplace al próximo año. Si el batacazo del PIB en 2020 superó el 11 por ciento, lo normal es que se produzca un efecto rebote durante este año y el que viene que permita volver a la casilla de 2019, algo que muchos países de la UE ya han logrado.
Curiosamente, las dos instituciones coinciden en que el crecimiento de la actividad languidecerá hasta tasas en torno al dos por ciento en 2023. La primera conclusión, por tanto, es que estamos ante un rebote, no ante una recuperación vigorosa. Las apariencias, a veces, engañan. Cuando se acabe el efecto champán ocasionado tras la pandemia, volveremos a tasas de crecimiento ridículas e insuficientes para crear empleo.
Estamos ante un rebote y no en una recuperación larga y vigorosa de la economía española
La fórmula de Sánchez de todo para el pueblo, pero sin el pueblo, propia de los regímenes absolutistas de la segunda mitad del Siglo XVIII, es pan para hoy y hambre para mañana. Se ha visto con la luz, el viaje a la cuenta de resultados de las eléctricas, saltándose la seguridad jurídica, reducirá temporalmente el coste del recibo, pero lo pagaremos con creces por el descrédito en el exterior ó cuando los tribunales obliguen a devolver lo robado.
La política económica está sustentada en el gasto: el techo presupuestario para el año próximo marca récord con más de 196.000 millones, al igual que el endeudamiento público, mientras que la productividad sigue por los suelos. La subida del SMI resta competitividad y medidas como la vinculación de las pensiones al IPC ó el incremento del número de funcionarios serán un pesado lastro para las cuentas públicas.
Se preguntarán, porqué ambos organismos llegan a la misma conclusión al prever un frenazo en 2023. La respuesta es bien sencilla, por la falta de reformas estructurales que favorezcan el crecimiento.
Pero hay algo peor: los economistas de estos organismos aún no han incorporado a sus previsiones, el encarecimiento de la financiación, que se producirá a partir del año que viene. Los costes financieros se mantuvieron a la baja durante los últimos años gracias a la denominada política de expansión cuantitativa del BCE, que ahora toca a su fin. Con una deuda pública próxima al 130 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB), cualquier repunte de la prima de riesgo costará cientos de millones a las arcas públicas.
El mayor coste de la financiación desde enero y la subida de tipos a fin de 2023 nos aguará la fiesta
Se lo explico. Tanto el Banco Central Europeo (BCE) como la Reserva Federal (FED) de Estados Unidos empezarán a reducir de manera progresiva sus compras desde enero. ¿Qué significa esto? Que si el BCE adquiere menos deuda pública española (ahora se queda con toda la emisión nueva, unos 130.000 millones anuales), tendremos que pagar más para colocarla entre instituciones privadas.
El español Luis de Guindos, vicepresidente del BCE, lleva meses advirtiendo, sin mucho éxito, de que la retirada del apoyo del BCE está cerca, precisamente para desincentivar el gasto público entre los gobiernos del euro. Es como predicar en el desierto. Pero como se suele decir, más dura será la caída
¿Y qué plazos maneja el BCE? El endurecimiento de la denominada política monetaria se producirá en dos fases. En la primera, se reducirán los estímulos (entre ellos la compra de bonos ya citada) y luego se comenzará una tímida subida de los tipos de interés, que en estos momentos están en tasas negativas.
Financial Times se hizo eco la semana de una conversación privada entre el economista jefe del BCE, Phillip Lane, y un grupo de analistas alemanes en el que éste fechaba la subida de tipos de interés en un par de años, es decir, a finales de 2023. La filtración, desmentida luego por la institución, provocó un repunte de los bonos, porque anticipaba en más de un año el plazo manejado por los expertos.
Medios próximos al BCE, consultados por este periódico, confirman que se está adelantando el calendario porque el cambio del Gobierno alemán precipitará los acontecimientos. En los cuarteles generales del BCE en Fráncfort se maneja la idea de que la canciller Ángela Merkel fue condescendiente con la Unión Europea en dos momentos históricos, que fortalecieron el euro. En la crisis de 2008, se enfrentó a su ministro de Finanzas, Wolfgang Schauble, partidario de mantener a raya los déficit públicos, y con el coronavirus, abogó por un generoso fondo de recuperación para ayudar a las economías más débiles a recuperarse y cerrar las heridas abiertas por la pandemia.
Merkel promovió una política de entendimiento con el Sur que ahora se modificará y lo más probable es que se endurezca tras los comicios. En 2023, la Comisión Europea pondrá también fin a la cláusula de escape del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que ha permitido a los Estados gastar sin límites. Una victoria del socialdemócrata Olaf Scholz, actual vicecanciller y ministro de Finanzas, como vaticinan los sondeos, facilitaría una transición más suave hacia las antiguas reglas, siempre que gobierne en alianza con los verdes de Annalena Baerbock.
Después de los comicios, se abrirá un período de incertidumbre hasta conocer cómo será la coalición que dirija Alemania, Es improbable que Sholz pueda gobernar sólo con los verdes y tenga que resucitar la coalición con el conservador Armin Laschet, continuador de Merkel. La clave va a estar en quien sustente la cartera de Finanzas. Si es la CDU, se espera que Laschet actúa con mayor dureza que su predecesora.
Todos los partidos, con excepción de los liberales del FDP, son partidarios de acordar una senda de varios años para volver a los objetivos de déficit público del 3 por ciento y de un endeudamiento por debajo del 60 por ciento del PIB. Ambas metas están en cuestión, porque con la pandemia la deuda de todos sus miembros se fue por encima del cien por cien del PIB. Calviño solicita que las inversiones verdes no se tengan en cuenta para el cálculo del déficit público al igual que otros gobiernos.
Sin embargo, hay un elemento descontrolado en el que los políticos alemanes coinciden porque preocupa mucho y que decanta la balanza por acelerar la subida de tipos. Ese factor se llama inflación. En agosto, bordeó el 4 por ciento, pero puede alcanzar el 5 de aquí a finales de año con la subida de la luz, que todavía no ha impactado en el bolsillo de los consumidores como en España.
La fobia de los alemanes a la inflación desde la II Guerra Mundial está detrás de la crisis del euro. El temor a la subida de los precios está en el inconsciente del pueblo germano y "gane quien gane abogará por encarecer el precio del dinero para ponerle freno", asegura tajante una fuente del BCE. Las presiones de Schauble que provocaron un derrumbe de la economía griega reviven los fantasmas del pasado.
Sea como fuere, además del encarecimiento de la financiación, los Estados tendrán que cerrar el grifo del gasto para volver paulatinamente a sanear sus cuentas públicas. Con mayores costes, con una restricción del gasto y sin reformas para ganar en productividad, el frenazo de la actividad está asegurado. Ahora entienden porqué los economistas pronostican que la fiesta durará poco más de un año. Y porqué todo apunta a que estamos ante un simple rebote de la economía y no ante una recuperación duradera.
Las cosas empeorarán aún más si la inflación elevada se mantiene hasta 2023, cuando volvamos a bajas tasas de crecimiento. Es lo que los economistas llaman estanflación, bajo crecimiento con precios altos.
Eso abre otra interrogante aún más compleja de contestar ¿la subida de los precios será pasajera o vino para quedarse? El fin de la desglobalización y el encarecimiento de las materias primas apunta a que seguirá con nosotros un tiempo, aunque parece improbable que se prolongue dos años. Pero eso es un debate largo, para otro día. De momento, disfruten de la recuperación mientras dure, porque el precio del dinero y la subida de tipos prevista para finales del 23 o comienzos del 24 nos aguará la fiesta del crecimiento.