Tribuna
En estos momentos, hace ya un siglo que se puso de manifiesto en Gran Bretaña un planteamiento político por parte de Lloyd George, pésimo para Europa y perjudicial también para Inglaterra. Se había firmado el armisticio con Alemania y el Imperio Austriaco, y las condiciones de paz se pasaban a discutir en París en el Palacio de Versalles. En Alemania, el régimen imperial derivado de Bismarck había sido sustituido por la llamada República de Weimar. En Rusia, el Imperio de los Zares se había esfumado a partir de 1917, debido al triunfo del Partido Comunista Bolchevique de Lenin. Pero, también en Alemania, las revueltas sociales, con in-fluencias leninistas, se alzaban con los planteamientos espartaquistas, adoctrinados intelectualmente por Rosa Luxemburgo, y encabezados por Lieb-knecht, al frente de los comunistas que pasaban a denominarse popularmente como los “espartaquistas”. Eso no impedía que en Budapest existiesen movimientos análogos de ese tipo, que daba la impresión de que eran capaces de triunfar. Estos mensajes de tipo marxista-leninista parecían llegar a todas partes, incluso influían en otras corrientes, como en el laborismo británico. Por supuesto, España no era excepción en cuanto a la recepción de esos mensajes revolucionarios. Recordemos, ese año, los sucesos violentísimos en todos los sentidos que tenían lugar sobre todo en Cataluña y en Asturias. El influjo de Europa pasaba a quedar muy hundido, en todos los países, con abundancia de preludios de inflaciones, una de ellas colosal, concretamente la que afectaba a la derrotada Alemania.