
En estos momentos, hace ya un siglo que se puso de manifiesto en Gran Bretaña un planteamiento político por parte de Lloyd George, pésimo para Europa y perjudicial también para Inglaterra. Se había firmado el armisticio con Alemania y el Imperio Austriaco, y las condiciones de paz se pasaban a discutir en París en el Palacio de Versalles. En Alemania, el régimen imperial derivado de Bismarck había sido sustituido por la llamada República de Weimar. En Rusia, el Imperio de los Zares se había esfumado a partir de 1917, debido al triunfo del Partido Comunista Bolchevique de Lenin. Pero, también en Alemania, las revueltas sociales, con in-fluencias leninistas, se alzaban con los planteamientos espartaquistas, adoctrinados intelectualmente por Rosa Luxemburgo, y encabezados por Lieb-knecht, al frente de los comunistas que pasaban a denominarse popularmente como los "espartaquistas". Eso no impedía que en Budapest existiesen movimientos análogos de ese tipo, que daba la impresión de que eran capaces de triunfar. Estos mensajes de tipo marxista-leninista parecían llegar a todas partes, incluso influían en otras corrientes, como en el laborismo británico. Por supuesto, España no era excepción en cuanto a la recepción de esos mensajes revolucionarios. Recordemos, ese año, los sucesos violentísimos en todos los sentidos que tenían lugar sobre todo en Cataluña y en Asturias. El influjo de Europa pasaba a quedar muy hundido, en todos los países, con abundancia de preludios de inflaciones, una de ellas colosal, concretamente la que afectaba a la derrotada Alemania.
El hundimiento de Reino Unido nace en el planteamiento equivocado de sus relaciones con la UE
Todo esto creaba, de momento, una situación de caos económico, pero éste, en Versalles, por las condiciones del tratado que se discutía, se completaba con la búsqueda de exigencias para Alemania verdaderamente duras en el aspecto económico. Basta mencionar el llamado "pago de las reparaciones". Y he aquí que, antes ese panorama, apareció un gran economista, Keynes, que escribía además en la prensa y que, como asesor del Gobierno, en muchas ocasiones había pasado a alcanzar un gran peso en la opinión pública y especialmente cuando se plantearon los famosos problemas monetarios de la India.
Al observar Keynes lo que significaban las mencionadas "reparaciones" para la marcha conjunta de la economía europea, y dentro de ella, de la británica, publicó inmediatamente sus opiniones. Señalaba que, si se aceptaban las condiciones de Versalles, el hundimiento iba a ser colosal no solo en Alemania, sino que se transmitiría al conjunto europeo. Basta el examen que se puede hacer de todo lo que publicó Åkerman en su obra Estructuras y ciclos económicos, en la página 433 de la versión española de Aguilar, 1960. Indicaba que, al carecer de valor las posibilidades de entrega de dinero alemán y el tratar de compensarse esto con la ruptura de su estructura industrial, al eliminar parte del territorio, como era el caso de Lorena, de la Silesia superior y del impacto conseguido por Francia en el Sarre, era evidente considerar que se había llegado a una situación básica industrial que iba a originar la extensión de un hundimiento, como mínimo, hasta 1940 en toda esa región europea.
Se echa un falta un nuevo Keynes que explique con claridad el desastre que el 'Brexit' implica
El impacto de todo lo dicho no excluía a Inglaterra. El indicador de inversiones mostraba la magnitud de la caída que originaba la aparición de una revolución de las perspectivas de rentabilidad de la industria inglesa frente a las pretensiones iniciales del Gobierno británico y con los planteamientos internacionales derivados del Tratado de Versalles. Todo eso lo podemos leer denunciado en el Capítulo 2 de la Primera Parte de los Ensayos de persuasión, de Keynes, en el Capítulo titulado La capacidad de Alemania para pagar las reparaciones, porque éstas vedaban la capacidad que podía derivarse de un país que además de poner orden en su economía, triturada por la guerra, tenía que pagar "un tributo anual al extranjero", y que además "se había visto disminuida su capacidad productiva por la pérdida casi total de las colonias, de sus posesiones ultramarinas, de su marina mercante y de sus posibilidades en el extranjero -que implicó también a España como consecuencia de las maniobras de Cambó para pasar a controlar propiedades alemanas, por ejemplo las situadas en Hispanoamérica, dando lugar al nacimiento de la Chade, y muchas otras entidades-; por la pérdida del 10 por ciento de su territorio y de su población activa; con un tercio del carbón que tenía anteriormente y tres cuartos de su mineral de hierro esfumados, a más de la muerte de dos millones de hombres en la mejor edad de la vida; por el hambre de su pueblo durante cuatro años; por la carga de una gran deuda de guerra; por la depreciación de su moneda a una séptima parte de su valor anterior; por el abandono que experimentaba de sus aliados y la desaparición de sus territorios; por la revolución semibolchevique -el citado espartaquismo- y el puro bolchevismo en sus fronteras y con una cantidad inconmensurable de abandono de toda esperanza tras cuatro años de una guerra agotadora y una derrota final". Todo este texto de Keynes era añadido indicando que, a pesar de esto que parecía evidente que representaba un conjunto de problemas que forzosamente repercutían sobre el resto de Europa, incluida Inglaterra, no se había calculado en las reuniones de Versalles, y que, si perduraban, el hundimiento pasaría a ser general, porque el conjunto de Europa estaba interrelacionado con fuerza. Y de esa interrelación, el Reino Unido no podía es-capar, aunque lo pretendiese.
Todo este mensaje se lanzaba hace exactamente un siglo. Este alegato, que provocó una reacción muy fuerte por parte de Lloyd George, político inglés clave en el Tratado de Versalles, indicaba que se ignoró ese consejo y la crisis golpeó con mucha dureza a Alemania. El profesor Olariaga me contó sus conversaciones con Keynes en 1922 en Génova, con motivo de la famosa Conferencia Monetaria. Lloyd George había recusado la posibilidad de que Keynes estuviese en el conjunto de expertos británicos de esa reunión, considerando que las críticas que había efectuado en el ensayo Las consecuencias económicas de la paz eran intolerables para los dirigentes de la política inglesa. Keynes había llegado a la reunión de Génova con retraso, como corresponsal de prensa al servicio del Manchester Guardian, y pidió a Olariaga que le relatase lo que había ocurrido hasta entonces.
Keynes tendía siempre a sostener lo que consideraba adecuado, pasase lo que pasase. No le arredraba nada. Y eso es lo que ahora se echa de menos, porque definitivamente el Brexit va a causar daños grandes en el conjunto de Europa -desde luego a España- pero, como reacción, forzosamente al Reino Unido. Tengamos en cuenta que ya ha dejado de ser éste la gran potencia económica de antaño, de aquel de 1919, pero no deja de tener un peso significativo. La ruptura con otro mercado importante, como es el del resto de la UE, debido a los hechos ya iniciados, no es solo lo originado por el alejamiento de la libra del proceso que ha conducido al euro y al papel del BCE. Da la impresión de que esta conexión de Europa molesta a las autoridades británicas, algo así como si fuesen herederos de la reacción que tuvieron ante Juana de Arco y, desde el punto de vista popular, lo que supone la posibilidad de que ya no exista lo que abundaba hace exactamente 80 años y que aún no se tiene conciencia de ello.
Ya no tiene papel ninguno Reino Unido en buena parte de África, en Oriente Medio, en el puerto clave de Hong Kong en China y en puntos importantes de América, pese a haber sido la potencia que se erigió con gran diferencia sobre las demás en el borde final del siglo XVIII con el modelo económico de la revolución industrial que sustituyó al modelo económico del neolítico que parecía permanente. Ahora ya, a todo eso se ha sumado el hecho de que la sucesión como gran potencia, con un futuro importante, le corresponde a EEUU y a la UE -si esta última no es demasiado perturbada, puede constituir otro núcleo económico muy importante- y tengamos en cuenta lo que sucede en el ámbito asiatic,o donde China, Japón, con todas sus limitaciones, y los países de la Asean viven ya ajenos a Londres en prácticamente todos sus planteamientos, pero no a lo que sucede en Nueva York o en el BCE incluso.
El Reino Unido, si analizamos claramente sus diversos aspectos, es bastante similar a la España de 1808, hasta entonces una potencia considerable, que dejó de serlo por apartarse de los modelos económicos europeos, entre otros motivos. En estos momentos, se va a sufrir mucho en Europa como consecuencia del Brexit, pero quien lo va a experimentar más fuertemente es el Reino Unido. Da la impresión que por allí no aparece ningún Keynes, para señalar que el hundimiento de Reino Unido se deriva de plantear mal sus conexiones con Europa. Quizá en la opinión pública que ampara este disparate se ha difundido aquello que Ortega señaló para siempre hablando de las reacciones nocivas de las opinión de los países cuando no son orientadas por minorías adecuadas. Esas minorías parece que ya no existen, porque no ha surgido ningún neokeynes que haya señalado a los británicos el disparate que van a cometer. Es evidente que tenemos todos que aprender de lo que ocurre cuando surgen demagogias.
En el caso de España, esto también se plantea en estos mismos días, al haberse abierto un nuevo periodo electoral.