Opinión

Un siglo tras una colosal equivocación

Celebramos ahora el que parece definitivamente liquidado panorama que surgió hace exactamente un siglo, tras la I Guerra Mundial. Ha durado prácticamente cien años la radical desaparición de lo sucedido entonces. Evidentemente, los economistas más serios percibieron que el sendero iniciado con el Tratado de Versalles conducía a una catástrofe segura. Basta, en este sentido, recordar lo que Keynes señalaba en el capítulo 6 de su "The economic consequences of the peace", titulado "Europa después del Tratado". A partir de ahí tuvieron lugar cuatro colosales acontecimientos. En primer término, el castigo a Alemania en forma de daños económicos prácticamente irreparables que culminaron con una de las inflaciones más desastrosas que se recuerdan. Por otro lado, tuvo lugar el hundimiento de los mercados unificados de cuatro grandes imperios, porque, como consecuencia de la Guerra y de una serie de reacciones nacionalistas, se desperdigaron en multitud de pequeños estados independientes el Imperio Austriaco, el Turco, el Ruso, y el recién nacido Imperio Alemán que siguió a la victoria contra Francia culminada en 1870. Ese alud de países independientes creaba, forzosamente, retraso en todos ellos, por sus pequeñas dimensiones. Simultáneamente, un tercer motivo de caos fue el generado por la Revolución Rusa que llevó al triunfo del partido bolchevique con Lenin a la cabeza, pero que tuvo parciales imitaciones en toda Europa, con casos tan notorios como los del movimiento espartaquista alemán, con los mensajes de Rosa Luxemburgo, o en el caso de España con el alzamiento violentísimo del mundo obrero, sobre todo en lo ocurrido en Cataluña, basado esencialmente en el anarquismo, y que, por ejemplo en Asturias, derivó hacia un mayor acercamiento a los modelos alemán y ruso, o sea hacia el socialismo. Pero a estas tres realidades se debe añadir una cuarta: el nacionalismo por doquier en la política económica, con una ruptura considerable, que desde luego venía de más atrás, en forma de pérdidas de globalizaciones económicas. Recordemos lo que, bastante poco antes de la I Guerra Mundial, señalaba en este sentido Flores de Lemus en su correspondencia con el ministro García Alix.

Trató de resolver esto un economista rumano Mihail Manoilescu. Creo que conviene resumir lo más esencial de sus obras a través de la biografía que sobre él escribió Nicholas Georgescú-Reogen. Manoilescu había nacido en Rumanía en 1.891, en una zona pobre, y, concretamente, en un pueblo donde su padre y madre eran maestros de escuela. Ya desde la niñez mostró claramente su interés por el estudio, y lo probó al alcanzar un alto prestigio en la Escuela Politécnica de Bucarest. En 1915 recibió el título de ingeniero. En estos cursos pasó a relacionarse con personalidades rumanas importantes, y entre otros con el que sería después monarca, Carol III. Alcanzó muy rápidamente mucha popularidad, al haber organizado en 1921 una Exposición Industrial. Inmediatamente tuvo preocupaciones políticas, como miembro del llamado Partido del Pueblo, sendero que le condujo a ser nombrado Subsecretario de Hacienda en los años 1926 y 1927. Pasó después a militar en el Partido Campesino, y cuando alcanzó Carol III el trono, fue nombrado Ministro de Comunicaciones, de Inversión y Comercio y, finalmente, Presidente del Banco Nacional de Rumanía, a más de catedrático de Economía en la Escuela Politécnica. Simultáneamente se dedicó a la investigación, ahora diríamos de la macroeconomía, y particularmente en ámbitos nacionales recién creados. Es la etapa en que ofrece medidas temporales -por ejemplo mensuales- para el "homo economicus". En 1922 vemos en sus trabajos una cierta tendencia hacia el neoliberalismo. Pero sobre todo, ante los problemas económicos de un país como Rumanía, esencialmente agrícola, y en medio de la caótica ruptura de los mercados que previamente habían existido, como consecuencia de la I Guerra Mundial, formuló propuestas. Por eso causó impresión cuando en una conferencia en la Sociedad de Geografía, muy influido por lecturas de economistas más o menos influidos por Federico List exponiendo las consecuencias que todo ello tenía, tras la coyuntura mundial, y más concretamente con la que existía en Europa, después de la Guerra. Llegaba a la conclusión de que los precios de las exportaciones posibles de Rumanía, con la economía existente, marcharía hacia el futuro con mucha menos rapidez que los precios de las mercancías que su país importase. Hoy todo eso nos suena mucho en cuanto a procedente de Iberoamérica, pues fueron las mantenidas por Raúl Prebisch y sus seguidores en el llamado "Estructuralismo económico latinoamericano". Consideró Manoilescu, por eso, que las teorías librecambistas conducían, en países agrarios como Rumanía, a la pobreza: los precios agrícolas no podía moverse hacia arriba más que muy lejanos de los avances de los precios industriales.

Todo esto Manoilelscu lo va a recoger en su libro, publicado en francés y que tuvo mucha difusión en Europa -y, obviamente, mirado con satisfacción en España-, titulado "Théorie du protectionism et de l´echange international" (París, 1929) que fue traducido al inglés en 1931. A partir del concepto de "obligada protección educativa para lograr la actividad industrial en las naciones fundamentalmente agrarias", pasó Manoilescu a tener una gran popularidad, y sus seguidores por doquier actuaron para que el comercio internacional se hundiese.

Lo que comenzó en 1919 condujo a la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial 

Naturalmente, aparecieron lógicas críticas científicas, como la de Viner, que me atrevo a calificar de feroces en sus "Studies in the Theory of International Trade", en 1937, y respecto a España, el impacto de la crítica de Viner a Manoilescu, se difundió a través de la obra de Gottfried Haberler, que lo ratificaba, en "El comercio Internacional" (Labor, 1936), traducida, y desde luego totalmente aceptada, por Perpiñá. Véase en la pág. 212 lo que ahí se dice, y debo añadir que esta obra de Haberler se convirtió en la base de la explicación de Manuel de Torres en su curso de teoría económica, desarrollado en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, a partir de 1945.

Manoilescu, simultáneamente, participaba en la corriente de pensamiento económico existente, a pesar de esas críticas, y de modo muy general en toda Europa. Añadamos que, tras la Gran Depresión de 1930, el desprecio al capitalismo y la búsqueda de desaparición de libertades en los mercados, para intentar arreglar la oleada destructiva aparecida, dio lugar a un afianzamiento de las tesis de Manoilescu, también en España.

Tal intervencionismo estatal creciente para atenuar el impacto de la depresión económica, unido a estos deseos de proteccionismo y la aceptación de entidades privadas, de algún modo orientadas por el sector público, se generalizaron. Valentín Andrés Álvarez, en la pág. 97 de su ensayo "El indicador del mercado", publicado en "Anales de Economía", 1 de marzo de 1941, señalaba que ese conjunto de medias "favorecen la concentración de la producción, tanto por las ventajas de la producción en gran escala, como porque un Estado, por su intento de ser fuerte", genera abandonos de la libertad económica. Surgen así enlaces con planteamientos monopolísticos que fueron los que se admitían entonces como bienvenidos por la política italiana y, desde luego, por economistas como, por ejemplo Ugo Spirito, o Fermi, y sobre todo por Luigi Amoroso, provocando una especie de fusión del corporativismo económico con el autoritarismo creado por el Partido Fascista de Mussolini. Manoilescu asume todas estas vinculaciones con el fin de que se elevase la industrialización en los países agrarios. Pero para que todo eso funcionara adecuadamente, era necesario que no existiese ninguna desviación sobre la que se considera derivación única para lograr el progreso. Estos planteamientos Manoilescu los presentó en la reunión de la Econometric Society celebrada en Stresa, en 1934. Para lograrlo, la solución política tenía que ser la del Partido Único. Lo expone en una obra, muy difundida, titulada "Le parti unique", editado en París en 1936. En relación con la difusión del corporativismo y la separación del mercado libre, no es posible olvidar la influencia derivada de la encíclica "Quadragéssimo Anno" y, lógicamente, en las derivaciones de la doctrina social católica, que en España tuvieron mucha influencia vinculadas, sobre todo, a un partido político importante, la CEDA.

Es preocupante que haya ideales que quieren escapar de la economía de libre mercado 

Todo esto, muy pronto dio lugar a un planteamiento crítico feroz, encabezado por un lado por Hayek, y por otro por Eucken y también Stackelberg, muy vinculado con este, lo que va a coincidir con el final de la II Guerra Mundial.

Un planteamiento que tuvo una difusión extraordinaria en ese sentido crítico fue el de Mises en su obra magna "La acción humana. Tratado de Economía". Fue el momento en que la conciencia de los dirigentes políticos comprendió que el sendero iniciado en 1919 había conducido a la catástrofe de la II Guerra Mundial. La política económica creada, por ejemplo en Europa, casi recién terminada la contienda, con los planteamientos de la Unión Europea, o en España el cambio radical iniciado en 1953, se deben a esto, y, al mismo tiempo, a la aceptación de que lo que señalaban importantes economistas, desde Ricardo a Schumpeter tenía que admitirse como racional y abandonar definitivamente, como inadmisible, la postura iniciada en 1919. Lo que nos debe preocupar es que, ahora mismo, surgen líneas, que de algún modo, buscan escapar de las exigencias de la economía de libre mercado, de la reducción del papel del Estado en la vida económica, de la necesidad de aceptar medidas favorables a la globalización económica, olvidando que eso fue lo sucedido a partir de 1919, y que aún quedan restos, un siglo después, del cataclismo, no solo económico, sino también social y político que de allí se derivó.

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