
El año 2019 se ha caracterizado, en multitud de aspectos en España, por el abandono masivo de los planteamientos que en 1919 se consideraron esenciales para la buena marcha de los pueblos europeos. Especialmente, en 1919 se había pasado a aceptar que el desarrollo económico de una nación no dependía, en altísimo grado además, de lo que sucediera en las otras. Por eso, una y otra vez, solo ahora nos solidarizamos con la hipercrítica actitud de Keynes ante los acuerdos que se acabaron cristalizando en el Tratado de Versalles, etapa creyente en la idea de fuertes desarrollos económicamente aislados entre las naciones europeas. No se tuvo en cuenta, por ejemplo en Francia, que con el fuerte castigo de las sanciones a Alemania, iba a recibir frenos a su actividad económica, por la vía germana del endeudamiento, de una hiperinflación, que se consideraba, erróneamente, que no perjudicaría al conjunto francés. Eso era lo habitual.
Pero además, en 1919, culminó un momento cultural-político que había pasado, sobre todo en el siglo XIX, a desarrollarse a partir del romanticismo. Max Weber nos señaló para siempre en Economía y sociedad, partiendo de la realidad de Flandes, cómo el fomento de viejos idiomas medio abandonados a causa del auge de unas pocas lenguas, eran un factor de separatismo en ámbitos reducidos. Por eso, parecía bien, incluso, que de modo alborozado, los triunfadores de la I Guerra Mundial no mirasen con agobio, sino con simpatía, la desaparición en Europa de cuatro grandes Imperios que habían suministrado evidentes ampliaciones en los mercados a causa de su homogeneidad, lo que, desde Adam Smith a Marshall se ha señalado que es lo adecuado para el desarrollo económico. Y en 1919 observamos que por causas propias, desapareció el Imperio Ruso; y además, eso se contemplaba con los Imperios Turco, Austriaco y el reciente Alemán. Y lo que se observaba era la aparición de numerosísimos nuevos Estados nacionales y que muchos de ellos, por motivos nacionalistas, pasaban a ser enemigos entre sí. Era un cambio radical en el mundo financiero y también en el de las transacciones normales que se desarrollaban desde el Mediterráneo hasta el Báltico, por zonas variadísimas. El freno al progreso económico de todos y cada uno de estos pueblos, estaba, evidentemente, a la vuelta de la esquina.
Pero, además, hace exactamente un siglo, y desde luego como creencia básica, surgió la idea de que no era preciso asumir la política económica basada en planteamientos de la ortodoxia científica de los economistas, vinculados de una u otra manera, al mensaje inicial de los Smith y Ricardo, seguidos con considerables aportaciones en la microeconomía. Basta citar la Escuela de Lausana, y aunque la macroeconomía se había quedado prácticamente detenida en el Tableau économique de Quesnay, a través de diversos planteamientos, se podría llegar a progresos importantes. Igualmente, a eso se le añadió una creencia importante: la de que con base en viejas declaraciones, como la de 1848, era posible crecer, de inmediato además, con variaciones radicales en la política económica. El triunfo de la Revolución Rusa con Lenin generó creencias internacionales de que era posible desarrollar economías, radicalmente dispares de las existentes hasta entonces. Basta recordar el intento radical de Rosa Luxemburgo y el espartaquismo alemán, y en el caso de España, la violencia proletaria desarrollada entonces en Barcelona, que se basaba en el conjunto ideológico creador del anarquismo, que en el caso concreto de España, se difundió buscando otras raíces como por ejemplo en Asturias, donde éstas eran socialistas, y desde luego, en Andalucía, donde surgió un singular espartaquismo español, que ideológicamente nada tenía que ver con el alemán.
A principios del siglo XX, con las luchas de Estados, se debilitó el progreso europeo
Todo esto, generado conjuntamente en Europa desde 1919, motivó una búsqueda de desarrollo racional que lo complicó todo de modo forzoso. Fue un rumano, Manoilescu. Rumanía era una de las consecuencias de la I Guerra Mundial. A Manoilescu, se le ocurrió una fórmula óptima para resolver todas estas contradicciones. Manoilescu era un ingeniero aficionado a la economía y muy bien relacionado con la alta sociedad de su país, incluyendo al Rey Carol. Formó parte de la alta sociedad de Bucarest. La idea inicial de Manoilescu veremos que, por cierto, fue recogida por Raúl Prebisch en Argentina, cuando generó la corriente del estructuralismo económico latinoamericano, tan vinculado, en los tiempos iniciales de la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL), con residencia, precisamente, en Santiago de Chile y criticada con enorme fuerza en la misma ciudad por parte de un importante grupo de economistas de la Universidad Católica de Chile que habían cursado estudios de ampliación de economía en el ámbito de la Escuela de Chicago. Y ya hoy resulta evidente la debilidad de ese planteamiento, propiciado en esa polémica en Chile, por ejemplo, tras las radicales aportaciones de Milton Friedman.
Volvamos a Manoilescu; su tesis inicial era que un país agrícola, como era el caso de Rumanía, si proseguía apostando en esa dirección, estaba condenado a la pobreza. Era precisa la industrialización, como consecuencia de lo que sucedía en la marcha de los niveles de precio relativos, en el ámbito internacional, entre bienes agrícolas e industriales. Eso exigía una sólida política proteccionista de las actividades industriales y la adhesión de que la autarquía no era un mal. Esas tesis de Manoilescu, evidentemente, no dejaban de llegar a España -Manoilescu visitó Madrid poco antes de la Guerra Civil- y enlazaban con tradiciones de la política económica española generadas en la etapa de la Restauración. Pero no sólo en España, sino en toda Europa estas afirmaciones se difundían, incluso en revistas científicas importantes. Véase el artículo de este economista rumano titulado Arbeitsproductivität und Aussenhandel, aparecido en Weltwirtschaftliches Archiv, junio de 1935. Pero para que el mundo empresarial se orientase en esa dirección, era preciso tener en cuenta el ejemplo alemán basado en el desarrollo industrial de los Konzern y diversas agrupaciones de empresas de gran importancia entre sí. Mucho de todo esto se puede leer en la obra de Manoilescu, The theory of protection and industrial trade (publicado por King, Londres, 1931). Naturalmente eso provocó un amplio conjunto de notables críticas científicas. En vanguardia creo deben destacarse las formuladas por Viner en Studies in the theory of international trade (Harper, New York 1937) y por Haberler, en International Economics (1933), y por supuesto, el despliegue de toda la escuela austriaca y, en el caso de España, con las inmediatas aportaciones de Perpiñá Graú, quien tradujo del alemán la edición de Haberler, que se editó por Labor en 1936 titulada El comercio internacional- tomo que puso de texto en sus explicaciones de teoría económica de comercio internacional, desde el curso 1945-46 Manuel de Torres en la Universidad de Madrid-. Existieron, por lo tanto críticas durísimas, pero la aceptación del mensaje que venía de Manoilescu se amplió al desarrollar éste propuestas corporativistas, que además coincidieron con los planteamientos expuestos por la llamada "doctrina social de la Iglesia", a partir de la Encíclica de León XIII Rerum Novarum, no obstante, muy ampliadas sobre todo desde la Encíclica de Pío XI, Quadragesimo Anno, en 1931. La corriente de Manoilescu favorable a esta línea del corporativismo generó un impacto notable en toda Europa; piénsese en la difusión de su libro Le siécle du corporatismen: docatrine du corporatisme intégral, (Felix Ancan, París, 1934). Pero, ¿cómo asumir lo que al mismo tiempo se exponía con los estudios de Joan Robinson, de Stackelberg y sucesivos? Era precisa la presencia del poder público y una articulación concreta de todo lo expuesto para ser capaz de generar algo mínimamente coordinado. Para eso se buscó una solución también por parte de Manoilescu, y la tenemos en su libro Le Parti Unique (Oeuvres Françaises, París, 1936), que enlazaba con la actitud de una serie muy amplia de políticos europeos que habían pasado a considerar que ese era, además, el mecanismo para cortar los planteamientos de Lenin o de Rosa Luxemburgo, con acentuación también del nacionalismo, hasta alcanzar, como lo señaló críticamente Perpiñá Graú al observar la dirección que tomaba la política económica de la II República, para evitar las consecuencias de la Gran Depresión de 1930 y el impacto de lo que sucedía en los diversos países europeos, con el nombre de la autarquía. Eso, Perpiñá lo consideraba como un sendero inadecuado para España.
La caída de los viejos ideales explica el actual desarrollo económico español
Naturalmente, este hipernacionalismo con esos añadidos, se pasó a consolidar, aparentemente, en Europa. Concretamente Hitler creyó que, dirigida por Alemania, debería existir una especial unión económica de este tipo, en todo el continente, imitando a Napoleón. Merece la pena destacar que el economista español José Antonio Piera Labra lo denunció, y señaló que la economía española debía apartarse de ese sendero, en la Revista de Estudios Políticos, que se editaba en el Instituto de Estudios Políticos. El caos estaba en marcha, pero surgió una ayuda para Europa a partir de los planteamientos de los economistas vinculados a la Universidad de Friburgo de Brisgovia, donde resultó muy importante la aportación de Eucken, cuya primera noticia había llegado a España en un artículo de Valentín Andrés Álvarez, en la Revista de Estudios Políticos, (abril 1941, págs. 304-315), en el que comentaba elogiosamente la obra de aquél, Natiönal ökonomiewozu?, y rápidamente ampliada con la llegada de Stackelberg, asentado aquí para señalar por dónde se debía actuar en su país tras el triunfo de la conjura contra Hitler.
Toda esta línea crítica nacida en Alemania, pero también con el impulso de los economistas de los países vencedores, se encuentra detrás de unos planteamientos radicalmente diferentes a los de 1919. El nacionalismo, por ejemplo, había desaparecido de aquel triángulo formado por Adenauer, Schuman y de Gasperi, con la ayuda del bloque de la Unión Belgoluxemburguesa suministrado por el socialdemócrata Spaatk. A partir de eso, han surgido los totalmente diferentes planteamientos actuales, que se han popularizado. De los anteriores quedan sólo recuerdos pintorescos, como por ejemplo la intervención que tuvo lugar en Zaragoza, en 2019 de Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, y donde Fidel García González, representante de la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana, defendió cómo el castrismo encajaba de nuevo tesis de Marx, de Lenin, de nacionalismo e hiperintervecionismo estatal industrializador más partido único, como una realidad venturosa. Vemos ahí lo que sucede si se mantiene alguna opción heredera de 1919, al contemplar la realidad económica existente en Cuba. Y por el contrario, en el caso de España, cómo el derrumbamiento de aquellos viejos planteamientos, iniciado con fuerza en 1959, explica el fuerte desarrollo conseguido desde entonces hasta ahora mismo.