
Al ingresar en la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras de Barcelona escribí mi discurso, titulado Los déficit de la economía española. Debo subrayar aquellas cuestiones que ahora tienen especial relieve. Como entonces dije, siempre me causaron impresión unos párrafos de Karl Vossler, en su obra España y Europa: "Algo, por cierto, ha descuidado siempre la política española o no lo ha sabido entender nunca: la cuestión económica. Plena prosperidad económica no la ha gozado este pueblo ni cuando le pertenecía medio mundo en el siglo XVI y, en cambio, en la segunda mitad de ese siglo, tres veces hizo quiebra el Estado". Y después agregaba: "Como su mentalidad siente más lo maravilloso que lo material, en su obrar y querer tiene más valor la guerra que el trabajo constante, la aventura que el comercio, el poder que honra más que todas las riquezas". Dejando aparte que en el siglo XVII sí fuimos un país muy opulento, no como expone Vossler, sí tiene, más adelante, el contraste en muchas etapas de nuestra historia, y sobre todo, a partir de la Revolución Industrial.
La apertura del mercado a partir, sobre todo, del Plan de Estabilización de 1959, obligaba a ampliar el mercado, y eso es lo que va a generar la confirmación en España de lo que se lee en la obra magna de Adam Smith, La Riqueza de las Naciones, donde se señala que "cuanto más extenso es el mercado siempre resultará más ventajoso para un gran número de personas". Esto queda confirmado a partir de los datos de 1957. Veamos la comparación de las cifras relativas entre España y el Reino Unido, donde se observa que aquel 236,3 de 1957 se transforma en 2008 en 171,8; entre las mismas fechas el dato francés de 204,0 en 1957 se sitúa en 123,5; el de Alemania desciende de 192,0 a 130,8.
La política española desanima la actividad inversora y dificulta la competitividad
Pero sería un error creer que el camino iniciado entonces ha quedado ya definitivamente despejado y que podemos seguir creciendo en cifras comparativas hacia el futuro. Errores políticos continuos pueden complicar más las cosas, como ocurrió la crisis financiera mundial. En ese momento España abandonó la senda inicial, al plantear una equivocadísima política económica basada, sobre todo, en la errónea decisión de provocar un desarrollo interior financiado con déficit público, que se pretendía que tenía el respaldo keynesiano y el argumento adicional de que había sido aceptada por excelentes modelos socialistas en otros países, ignorando en este sentido aquella frase durísima de Keynes, quien gritó: "iSon unos tontos!". Pero ademas de las derivadas de erróneos planteamientos políticos, ¿qué otros déficits afectan a la economía?
¿Y cuál es el segundo déficit, o sea, el segundo choque que ahora mismo existe para frenar el auge de la economía española? Pues sencillamente, como ocurrió desde comienzos del siglo XIX, la existencia de posturas políticas que desaniman la actividad inversora y dificultan la competitividad. Y esto se relaciona a mi juicio con algo que señaló muy oportunamente Eugenio d'Ors, quien lo puso de manifiesto en su libro Flos Sophorum. Ejemplario de la vida de los grandes sabios, un libro dedicado a Enrique Prat de la Riba. Señalaba D'Ors que Prat de la Riba se quejaba de que en sus años de infancia no había tenido noticias de ningún poeta catalán, a lo que agregaba D'Ors que "tampoco nuestra infancia ha conocido la viva presencia del sabio".
Las barreras que genera la Administración frenan el desarrollo económico
Y lo demuestra al señalar en esa obra la existencia de grandes sabios, creadores de la ciencia moderna a partir del siglo XVIII. En el análisis que ofrece en esa obra, ¿hay alguno español? Existe el caso de Proust, el creador de la química moderna, residente en Segovia. En España Proust estaba contratado por la Academia de Artillería de Segovia y allí se encontraba hasta que llegó Napoleón en su marcha hacia Madrid y lo reenvió a Francia. Y, en ese sentido, D'Ors nos habla de otros foráneos, y de pronto, precisamente cuando relata el inicio de algo que ha sido fundamental para la creación del sistema productivo actual, el cálculo diferencial, se ve obligado a escribir que para este avance de las matemáticas derivado del cálculo diferencial "cada nación sabia aportó su atleta", lo que causó una exclamación irritada de D'Ors: "iY nosotros, Dios mío, gente hispana, no estábamos!".
Y este freno para el de-sarrollo económico que existió a causa de ese abandono de la ciencia desgraciadamente perdura, y es el segundo freno que se debe destacar. Este manifiesto se inicia así: "Ya nadie discute que la investigación tecnológica es un motor esencial de la economía de los países más avanzados. Dicha innovación es fundamental en el progreso científico, el cual requiere un sistema de investigación vigoroso. En la última década el sistema de investigación español se ha deteriorado, aunque los efectos más negativos aún no se hayan detectado".
Veamos otro déficit que ha pasado de golpear a la agricultura, y ahora lo hace a la industria y los servicios. Contribuía fuertemente este, junto con el fenómeno del latifundismo y la superproducción mencionada en algunos momentos del campo, a generar una tensión financiera en las zonas agrarias, de la que se derivaba, debido además a que la capitalización del campo no fuese grande y que, por ello, el cultivo exigía el empleo de enormes cantidades de mano de obra, cuando en el mundo agrario español los salarios eran muy bajos.
Existía otro déficit notable, el que generó el llamado espartaquismo agrario español de una violencia extraordinaria, que afectaba a las realidades socioeconómicas de buena parte de las regiones agrarias. Basta recordar nombres como los de Castilblanco o Casas Viejas. Como probó el profesor Juan Vázquez, el proceso industrializador y sus derivados eliminaron para siempre esta realidad social campesina, que constituía uno de los déficits más importantes de la economía de los españoles y que, afortunadamente, ha desaparecido. Hoy en día no importa que existan explotaciones agrarias extensas porque la capitalización del campo permite ya prescindir de cantidades notables de mano de obra que, por otro lado, se ha trasladado a las zonas urbano-industriales. Una consecuencia de esta realidad es que la necesidad de una reforma agraria se ha esfumado.
Ya que se han mencionado las revueltas campesinas, es necesario que señale la importancia de un freno, de esa misma naturaleza, colosal para nuestra economía, por parte de la acción de sindicatos amparados por los llamados partidos de iz-quierda.
Recordemos la situación que se provocó que evidenció una realidad preocupante. Por un lado se trataba de una sustitución acelerada, a causa de la mencionada realidad conflictiva, de mano de obra por capital, lo que se tradujo en un aumento del paro, proceso también debido al cierre de empresas, al no poder trasladar los costes salariales a través del mercado, surgiendo numerosas situaciones de quiebra que entonces se estimaba que generarían una crisis posterior. Todo ello conduciría, además, a un impulso en las tensiones inflacionistas. Pero como colofón, al ir más allá de los incrementos salariales europeos produjo una lógica caída de la cobertura de las importaciones por las exportaciones y provocó un fuerte hundimiento de la cotización de la peseta.
Esta tensión social constituye otro de los déficits. Pero no podemos olvidar otro muy importante derivado del incremento de barreras administrativas que alteran, por un lado, la unidad del mercado interior español y, simultáneamente, por otro, frenan la actuación de las fuerzas impulsoras vinculadas a la llamada economía libre de mercado, que siempre debe estar acompañada del complemento social que constituye la base del impulso que tuvo la economía alemana, a pesar de la II Guerra Mundial. En España los datos en ese sentido muestran de qué modo las barreras creadas por la Administración frenan el desarrollo.
El déficit demográfico supone un grave problema para el pago de las prestaciones por pensiones
Pero no es posible dejar a un lado el déficit derivado del choque demográfico, que crea un déficit espeluznante de gente joven y niños, cuyo impacto, ahora mismo, puede ser ya negativo y de modo creciente, conforme pase el tiempo, para el consumo, para la población activa, para la productividad de las empresas y, desde luego, para el valor de los inmuebles. Basta consultar la obra de Alejandro Macarrón, sintetizada en el artículo Suicidio demográfico. Ya nos faltan entre 9 y 12 millones de personas menores de 30 años. Y to-do eso, en estos momentos, amplía lo que señala en ese artículo Macarrón, para "la sostenibilidad de nuestro sistema público de pensiones y de sanidad", en un futuro ya casi inmediato, la situación es muy preocupante. El déficit demográfico plantea, ante nuestro futuro económico, aquello que me dijo el gran economista Franco Modigliani, hablando de este tema: "¡Vaya bomba de relojería que tiene, en eso, la economía de ustedes!".
Finalmente, el último déficit lo genera el relieve que limita la necesaria amplitud del mercado, ya aludida, pero no puedo menos de señalar aquí, que es también el que se deriva del riesgo de una ruptura de la unión política y económica de España, con la creación de una situación de hundimiento para ambas partes separadas. El déficit generado así nos fue advertido por Adam Smith. Después han venido multitud de ratificaciones. Ahí se encuentra el motivo de que, tras la catástrofe de la II Guerra Mundial y la amenaza de la Guerra Fría, una idea surgiese de tres políticos, Adenauer, Schuman y De Gasperi: el impulso para la creación del Mercado Común, del que se deriva la actual Unión Europea, que mucho nos favorece, liquidó crisis importantísimas anteriores. Una de ellas era un déficit económico, que sería más grande que cualquiera de los que ahora amenazan a nuestra economía. Y esto enlaza con un tema palpitante en Cataluña y País Vasco, en Navarra y creciente en otras regiones españolas.
Concluyo. ¿Qué cabe hacer ante estos déficits? Aceptar soluciones arbitristas, fútiles, pero atractivas para obtener resultados electorales innumerables, nos haría recordar lo que afirmó Tito Livio, quien dijo que se obtendrían "siempre al principio alegrías, en el medio, dificultades, en el severo final, desgracias".