Llevamos años de alta agitación política, pero los últimos meses han sido especialmente complicados; los partidos políticos han multiplicado sus ofertas a la ciudadanía y, en muchos casos, esas ofertas conllevan aumentos del déficit presupuestario. Para un país, como para una familia, gastar más de lo que se ingresa es un problema, van a aumentar sus deudas. Pero ese problema es mayor cuando además ya se debe mucho.
Las cifras publicadas en agosto por el Banco de España hablan de una deuda pública de más de 1,2 billones de euros. Pero es que hay más cosas: todo parece apuntar a una ralentización del crecimiento económico o incluso a una recesión en los próximos meses, ¿es fácil afrontar una crisis con déficit y tan endeudados? Pensemos que las crisis suelen llevar aparejados aumentos de gastos por coberturas sociales y disminución de ingresos por menor recaudación de impuestos. ¿Cómo podremos afrontar una nueva crisis si esta se manifiesta, partiendo del déficit y la deuda que ahora tenemos?
Recordemos que ante la crisis de 2007 nuestra deuda pública era de 0,4 billones: un tercio de la actual, y además estábamos en superávit. Si se repitiera una crisis como aquella, nuestra situación sería mucho peor; pero, aunque no sea de la misma gravedad, estamos en malas condiciones para afrontar ningún tipo de desventura económica.
Desde la academia, desde la política, y cada vez más desde la sociedad en general se clama por la sostenibilidad: nuestras actividades tienen que ser sostenibles. Ya en 1987 el informe Brundtland (Naciones Unidas) entendía que la sostenibilidad consiste en satisfacer las necesidades de la presente generación sin comprometer las posibilidades de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades. Esto lo aplicamos in-mediatamente al medio ambiente o a los recursos naturales: las generaciones futuras tienen derecho a un planeta habitable y no agotado. También hay consenso en que no son sostenibles las tiranías, las injusticias o las desigualdades excesivas. Pero, si los españoles del primer cuarto del siglo XXI sentimos el deber de dejar a nuestros descendientes una España, una Europa y un planeta Tierra con recursos suficientes, con menos contaminación, con mayor justicia…, ¿es lícito que les endosemos una deuda fenomenal?
Las condiciones de España para afrontar una nueva crisis son muy negativas
Todos entendemos que no es legítimo transmitir a las generaciones venideras un país contaminado y exhausto, que tampoco deberíamos trasladarles situaciones de explotación o abuso, pero nuestra sociedad parece más tolerante con transferirles la deuda. Con mucho optimismo, podría alegarse que con los recursos provenientes del endeudamiento vamos a proveer de educación a nuestros descendientes o a dotarles de mejores infraestructuras; pero la mayor parte del gasto va a otros menesteres. Además, ¿es legítimo que los españoles mayores de edad votemos, aunque sea indirectamente, el déficit presupuestario de cada año, que se convierte en la deuda que vamos a endosar a nuestros descendientes? ¿Es democrático que una generación decida, por su propio interés, en los asuntos económicos de las siguientes? ¿Es sostenible, en el sentido del informe Brundt-land, una deuda pública cercana al 100 por cien del PIB? Pienso que hay una falta de sensibilidad en este campo; se oyen pocas voces denunciando esta anormalidad. Por otro lado, dentro de las reglas de la Unión Europea, podría ocurrir que el crecimiento del déficit y la acumulación de deuda provocados por una futura crisis forzaran a hacer en próximos años los ajustes y los sacrificios que ahora no queremos hacer. Esta política de patada para adelante resulta, cuando menos, discutible.
Pensemos, por ejemplo, en nuestro sistema de pensiones: me parece razonable que los activos paguen las pensiones de los jubilados; esas son las reglas, y siempre he defendido el derecho de los jubilados a las pensiones por las que han cotizado, el Estado debe garantizarlas. Pero veo difícil defender que tengan que pagarlas los que todavía no han nacido, lo que ocurrirá si se financian con deuda a largo plazo.
Estoy seguro de que muchas propuestas de gasto de nuestros políticos están animadas por la mejor voluntad y así, además de mantener y mejorar las infraestructuras o proporcionar servicios públicos, son conscientes de las injusticias y de la falta de solidaridad del mundo en el que vivimos y tratan de compensarlas con un gasto público redistributivo que ayude más a los más desfavorecidos; ideas con las que coincido. Pero tampoco es solidario aumentar la deuda para que la paguen nuestros descendientes. Debemos pensar en repartir mejor lo que tenemos, no lo que no tenemos.