Opinión

Varias propuestas para la consolidación económica de Europa

La situación fundamental de la economía en el ámbito europeo se desarrolla en estos momentos continuando esa especie de desequilibrio locacional que se deriva, por un lado, del auge extraordinario que aparece en el oriente asiático. Basta tener en cuenta que lo iniciado a comienzos del siglo XX con fuerza por Japón, es contemplado ahora con mucha fuerza en China, y no digamos en el conjunto de la Asean, donde se encuentra Filipinas, y esa capital económica denominada Singapur. Y no podemos olvidar que, al otro lado del Atlántico, se encuentran Estados Unidos, unas veces en cooperación y en muchísimas otras, en evidente choque competitivo con Europa. Por ello, Europa busca de qué manera es capaz de volver a aquella etapa de vanguardia en el conjunto de la economía mundial, que era bien clara a lo largo del siglo XIX. Para ello, dio un paso fundamental y previo, fundado precisamente en ese curioso conjunto de personas clave influidas por la iglesia católica, y además una adicional procedente del mundo socialista. Me refiero a los autores básicos e iniciales de la actual Unión Europea: Adenauer, Schuman, De Gasperi y Spaak. A ello siguió la decisión, después del fracaso del Sistema Monetario Europeo, de la aparición del área del euro, y todo eso con planteamientos derivados y complementarios tan importantes como, por ejemplo, la Política Agrícola Común (PAC), y el peso especial que los países europeos tienen en instituciones internacionales de mucha importancia económica, como puede ser la FAO, sin la cual, por ejemplo, no se hubiesen establecido ciertas normas muy importantes para los mercados vinculados con la alimentación europea.

Pero todo eso precisa en estos momentos ampliarse a aspectos muy actuales de la Revolución Industrial, fundamentalmente como consecuencia de los impactos debidos a planteamientos energéticos a su vez vinculados con el problema del cambio climático, y además con todo lo generado por la revolución digital. Todo eso señala los retos presentes existentes en el ámbito comunitario, y que el resolverlos es más factible que antaño, como consecuencia de un cambio fundamental que conviene señalar. Ese se ha producido por el abandono definitivo de orientaciones derivadas, más de lo que puede parecer, de la línea de los Sraffa y compañía. Las vinculaciones de todo ese mundo con Keynes eran evidentes, quien reaccionó, según Hayek, chascando irritado los dedos y diciendo: "Son unos tontos". En Europa, desoyendo esta frase keynesiana, se intentó poner en marcha esa orientación, en muchas ocasiones. Recordemos, porque repercutió en España, el planteamiento de Mitterrand que sabemos, concluyó con un fracaso colosal, por emplear la política fiscal, creyendo que la base del progreso podía radicar a través de mecanismos de ingresos y gastos orientados directamente por el Estado. Recordemos aquella frase de Smithies en el volumen editado por Howard Llis, A Survey of contemporary economics (Filadelfia, 1948): "En el terreno de la acción compensatoria, creo que la política fiscal puede soportar la mayor parte de la carga. Su rival principal, la política monetaria, parece quedar descalificada". Y de esa política fiscal, de la que se derivaba un incremento del gasto público, se derivaba también la visión de un creciente papel del intervencionismo estatal en la actividad económica y muy concretamente en la empresarial.

Sabemos que todo esto se vino abajo, desde el pun-to de vista de lo que podríamos denominar realidad y, muy especialmente, gracias a un renacimiento del pensamiento ortodoxo, crecientemente admitido a partir de 1967, por un conjunto masivo de economistas. Lo ocurrido ese año fue que un economista de la Escuela de Chicago, Milton Friedman, pronunció el discurso presidencial de la reunión anual de la American Economic Association. Fue fundamental esta aportación para el cambio de la política económica, por lo que constituyó una especie de bomba sobre esos planteamientos sraffiano-keynesianos, popularizados en Europa sobre todo por la difusión de idearios políticos vinculados con especial fuerza en posturas socialistas. A partir de 1967 todo ese mundo se vino abajo. En el caso concreto de Francia hay que recordar que, por no hacer caso a lo que se había dicho por Friedman, el presidente del Consejo de Ministros galo comenzó a despachar con el presidente de la República, Mitterrand, diciéndole, para exponer la catástrofe económica que surgía en Francia: "¡Es el Beresina!". Recuérdese que ese río fue el de la catástrofe final de la expedición de Napoleón en su intento de dominio de Rusia. En el caso de España, la ratificación de esa línea de Friedman quedó clara en los famosos Pactos de La Moncloa, al estar muy influidos por Enrique Fuentes Quintana, quien intentó mostrar en aquella época que no se podían seguir caminos ya imposibles en política económica al decidir publicar en Información Comercial Española, nº 425 (enero de 1969), la traducción de la aportación de Friedman. La retirada de España de esos planteamientos keynesianos elementales se generalizó a partir de ese momento, y se encontró en la base de la rectificación de la política económica efectuada por el Gobierno de José María Aznar. Soy testigo de la influencia extraordinaria, como asesores, que el presidente Aznar tuvo en Fuentes Quintana y Barea.

La situación se desarrolla en pleno desequilibrio geográfico por el auge de Oriente

Todo esto se generalizó en Europa, pero al mismo tiempo se desarrolló la búsqueda de su vinculación con un rechazo de ciertas exageraciones, que buscaban la liquidación del papel del sector público, encabezados, evidentemente por derivados de la Escuela austríaca, con Hayek a la cabeza. Europa supo reaccionar ante esto y dio lugar a la generalización del modelo existente actualmente, que ha recibido el nombre de modelo CPP, o sea de "colaboración público-privada".

En España se dispone sobre esto de una cierta bibliografía, en la que, por ejemplo, destacan los trabajos de la profesora Eva Ballesté, o el número monográfico de la Revista de Economía, nº15, 2018, titulado La cooperación público-privada. La presentación de ese concepto nuevo -CPP- efectuado en esta re-vista por Albert Serra, en su artículo Colaboración público-privada (CPP) y creación de valor público, señala con claridad de qué manera esto se ha vinculado ya a la base esencial de la política económica europea, desde el terreno de la innovación al de las atenciones sanitarias. Tras las recientes elecciones comunitarias, da la impresión de que ese es un mensaje que ha calado definitivamente en la creación de un futuro para Europa. Esto es positivo; pero también existe, en este momento, una presión creciente para generar en Europa pequeñas realidades diferenciadas. Esta línea mezcla de vinculaciones de mensajes nacionalistas y regionalistas con proteccionismos: basta mencionar el papel básico que en el terreno de Cataluña desempeñó el que ahora se denomina Foment del Trevall, aunque en su origen había recibido el nombre durante muchos años de Fomento del trabajo nacional.

La disgregación de la unidad de mercado, de la que España da ejemplo, hundiría a la UE

Pero siempre ligados a estos problemas están surgiendo en Europa tentaciones de otro tipo que, en el caso de España, como una especie de herencia de viejos mensajes carlistas, pasados posteriormente a Sabino Arana y a cierto cambio efectuado por Sota y del que se deriva la doctrina del Partido Nacionalista Vasco, y que, desde España, se intenta mostrar como una solución para Europa a través de multitud de poderes políticos y económicos entregados a todas las autoridades regionales del continente. Existe un desarrollo de estos puntos de vista en el libro coordinado por Joxerramon Bengoetxea Europa de las regiones y el futuro Federal de Europa. Balance y perspectivas de la gobernanza multinivel de la Unión Europea. (Editorial Dykinson SL, 2019).

Si eso se pusiera en marcha, la división inmediata de mercados que este conjunto gigantesco de autoridades regionales generaría, hundiría a Europa. Es de esperar que esto no prospere, para que Europa se consolide.

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