La ofensiva que desde hace una década desarrollan los sucesivos Gobiernos contra los despidos colectivos y las prejubilaciones forzosas de trabajadores tienen una clara excepción: aquellas que contaron con el beneplácito del propio Ejecutivo. Un aval que se resisten a retirar incluso en casos en los que el mismísimo Tribunal Supremo ha anulado los despidos.