Lo malo de las guerras es que se sabe cuando comienzan, pero no cuando acaban. Si hace una semana se esperaba una rendición rápida de Kiev, hoy se considera que el conflicto será largo. El propio Putin confirmó a Macron, en una conversación telefónica el jueves, que "lo peor está por llegar" después de que tras el fracaso de su operación relámpago esté dispuesto a todo, como lo demuestra la toma de la central nuclear de Zaporiya, la mayor de Ucrania.
Estados Unidos y sus aliados europeos bloquearon el lunes pasado el acceso de la mayoría de los bancos rusos al sistema de pagos internacionales Swift e intentaron sembrar el caos impidiendo que el banco central pudiera usar la mitad de los 630.000 millones acumulados en reservas en el extranjero. Asimismo, prohibieron la exportación de muchos productos, sobre todo de tecnología, lo que provocó una reacción en cascada, desde Apple a los grandes grupos automovilísticos, que dejaron de operar en el país.
El valor del rublo se hundió cerca del 50% desde el comienzo del conflicto, pese a que el banco central subió los tipos de interés el 20% de golpe y prohibió la salida de moneda extranjera.
El aislamiento económico y financiero avanza a pasos de gigante e infligirá un severo castigo a su población, con menos de la mitad del poder adquisitivo español. ¿Podrá Putin aguantar en estas condiciones su ofensiva sobre Ucrania? La mayoría de los expertos coincide en que pocas veces las sanciones han logrado que el dirigente de un país cambie sus objetivos políticos.
Saddam Hussein resistió durante una década las penalizaciones de la ONU antes de la invasión de Irak; el líder libio Moammar Gadafi financió actividades terroristas durante cerca de 30 años antes de ser expulsado mediante una violenta guerra civil; el líder serbio Slobodan Milosevic fue depuesto después de que fallaran las sanciones impuestas contra su régimen en los noventa. Los casos más sangrantes son los de Cuba y Venezuela, donde Estados Unidos no ha logrado deponer a sus dirigentes después de décadas de embargos y de presiones de todo tipo.
Solo existe un caso de éxito relativo, el de Irán, donde el régimen de los ayatolás fue obligado a sentarse a la mesa de negociaciones para detener su carrera nuclear después de la parálisis de las transacciones a través de Swift y el embargo comercial. Aun así, Teherán siguió sufragando agresivas operaciones bélicas en Oriente Medio.
Las sanciones han promovido una unión sin precedentes entre Estados Unidos y sus aliados después de la era Trump y una mejora de la coordinación de sus políticas de defensa. Europa reaccionó incrementando su gasto de defensa sin apenas titubeos, como hizo ya en la pandemia, en contraste con los graves enfrentamientos de la crisis del euro en 2008. Hasta la neutral Suiza se decantó por apoyar a Ucrania.
Se trata de la acción colectiva más potente tomada hasta ahora y deja a los oligarcas rusos, un pilar clave de apoyo a Putin, sin apenas lugares donde esconder su dinero. Abramóvich puso a la venta el Chelsea y Mijail Fridman tuvo que abandonar el consejo de su holding LetterOne, dueño de cadenas de supermercados como Dia.
"Esto puede causar fuertes enfrentamientos y divisiones dentro de su régimen y amenazará su presidencia a medio o largo plazo", avisan los expertos. Sin embargo, nadie se pronuncia sobre el corto plazo. "Los efectos tardarán en llegar", aseguran.
La diferencia con el conflicto de Irán es que se mantienen las compras de gas y petróleo rusos, lo que le proporciona un superávit por cuenta corriente de alrededor de 20.000 millones de dólares mensuales, que evitará que el Estado entre en bancarrota. Rusia tiene, además, la posibilidad de reconvertir las reservas de oro y de divisas que fue acumulando en yuanes para comerciar con Pekín, lo que amenaza la hegemonía del dólar en un futuro. China posee 3.300 billones de dólares en reservas, que ahora podría utilizar en la adquisición de materias primas de su inquebrantable socio ruso.
Por el contrario, el conjunto de medidas contra Putin producirá el mayor efecto sobre la economía occidental desde la Segunda Guerra Mundial. Rusia produce el 10% del petróleo mundial, suministra casi la mitad del gas europeo y junto con Ucrania es el granero de un tercio de la cosecha planetaria de cereales.
El coste del petróleo alcanzará los 120 dólares por barril, según JP Morgan. Solo la rúbrica del acuerdo con Irán podría rebajar las tensiones sobre los precios, ya que el país árabe produce dos millones de barriles diarios, lo mismo que Rusia, cuyas exportaciones han caído dramáticamente tras el conflicto, por la negativa de los bancos a avalar sus operaciones.
Aun así, los precios del gas, que se han multiplicado casi por diez, permanecerán elevados todo el año aunque mañana se alcanzara un acuerdo de paz. El motivo es la decisión de Europa de reducir la dependencia del aprovisionamiento de Rusia de cara al próximo invierno y la necesidad de recuperar las reservas de gas, que están al 15% de su capacidad. Esta semana, el megawatio hora de la luz se mantuvo al borde del récord.
La consecuencia más visible es la inflación, que en Europa roza el 6% y en Estados Unidos supera el 7%. Al igual que en España, donde la mayoría de los analistas vaticina que superará el doble dígito antes del verano.
Los precios cogen al Gobierno español con el pie cambiado, porque acaba de rubricar una subida del Salario Mínimo Interprofesional de más del 30%, hasta los 1.000 euros, y un pacto para revalorizar las pensiones igual que los precios al consumo. Solo esta última medida mete un chute al déficit de la Seguridad Social de más de 10.000 millones adicionales.
La subida de los precios ha comenzado ya a trasladarse a la cesta de la compra. Pero lo peor es cuando se traspase a los salarios. Los sindicatos arrancaron esta semana la negociación colectiva con peticiones del 5%, dos puntos más que la patronal. Hasta el presidente del Gobierno instó en el Congreso a alcanzar un pacto de rentas entre los agentes sociales para evitar un desplome de la competitividad, basada en bajos costes.
El superávit comercial, del que presume el Gobierno, no solo está amenazado por el alza de los precios de producción del 30%. El encarecimiento del barril de petróleo, estimado en los Presupuestos Generales del Estado, en 60 dólares, casi la mitad del coste actual, devolverá los números rojos a nuestra balanza comercial e incendiará la de cuenta corriente.
Con el consumo deprimido, el crecimiento casi plano y el frenazo a las exportaciones el diagnóstico es de encefalograma plano. El crecimiento puede aguantar este año en tasas del 4% debido al efecto de la salida de la pandemia y los 70.000 millones de los fondos europeos. Pero los expertos ponen ya fecha a la estanflación (bajo crecimiento con elevada inflación): el año 2023.
Aquí no acaban los problemas. El Gobierno, en un alarde de sensatez acaba de hacer caso omiso al informe de la comisión de expertos que encargó hace un año, con el fin de no dañar más la recuperación. La comisión, hecha a medida de la ministra María Jesús Montero, aboga por la vuelta de Patrimonio, así como una potente subida de los impuestos medioambientales de 15.000 millones. ¿Cómo se va a sufragar el gasto público, que arroja un déficit superior al 5%, casi el doble del objetivo recogido en el Pacto de Estabilidad, ahora en suspenso?
La vicepresidenta Teresa Ribera tendrá que renunciar a la transición energética, hasta que se moderen sus costes. La vuelta de las nucleares, declarada como energía limpia por la UE, debería ser puesta sobre la mesa hasta que el hidrógeno verde sea rentable.
En segundo lugar, el Gobierno debe racionalizar el gasto público y moderar los incrementos salariales en la función pública. Y, por último, atajar el déficit estructural, que ronda el 5%, con medidas como la suspensión temporal del vínculo entre pensiones e inflación.
En la pasada crisis, la Seguridad Social tenía un colchón de casi 15.000 millones que ahora se ha convertido en un agujero. Sánchez comete el mismo error que Zapatero en 2008, cuando los costes salariales y el gasto público se fueron a las nubes mientras la economía se hundía. El resultado será similar ante la perspectiva de una guerra larga.