
Somos los rezagados en la recuperación. Los motivos son obvios; Hay una subida generalizada de las materias primas, el Gobierno no ha hecho nada por reducir el recibo de la tarifa eléctrica, (sigue disparada con el decretazo en el limbo jurídico), y los empresarios viven con el temor de que tengan que trasladar la subida de los precios al consumo (5,5 por ciento en septiembre) a los salarios.
Para colmo de males, el panorama es muy poco halagüeño: el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá promete subir las cotizaciones sociales el 0,6 por ciento a partir de 2023 de manera ininterrumpida en los diez próximos años; la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, está a la espera de conocer las conclusiones de la comisión de expertos creada para la reforma fiscal. Pero, dado el perfil antiliberal de sus miembros, sólo cabe esperar un incremento generalizado de impuestos, que afectará al IRPF de las rentas más altas y una nueva vuelta de tuerca en Sociedades.
Y por si falta algo, luego está la incertidumbre generada por la reforma laboral. Los convenios de empresa están en el aire, al igual que los contratos temporales y las subcontratas. Lo más lógico es que las condiciones se endurezcan. Y los nuevos Expedientes de Regulación de Empleo (Ertes) (en el futuro parece que se llamarán RED para complicar el galimatías de siglas que tenemos), mantendrán la prohibición de despedir y obligarán a indemnizar en parte a la plantilla que se traspase, con lo que el ahorro de costes y la flexibilidad se reducen.
Con un panorama económica y laboral tan abierto y complicada a la vez, ¿cómo quieren que la economía crezca? Lo normal es que los empresarios aplacen sus decisiones de inversión y de creación de empleo hasta que se aclaren todas estas dudas.
Pero, además, seamos claros, no hay ni una decisión oficial que suponga un alivio para el mundo empresarial y anime a crecer. La inversión (formación bruta de capital) no logró arrancar en el tercer trimestre, con un exiguo incremento del 1,3 por ciento, después de caer el 2,2 por ciento en los tres meses precedentes.
La subida de los precios y de las materias primas se suma a las reformas fiscal y laboral
El Gobierno pone todas sus esperanzas en torno al reparto de los futuros fondos Next Generation, que llevan un retraso considerable. Se esperaban 19.000 millones para este ejercicio y de los 9.000 primeros sólo está definitivamente adjudicado un tercio, según se pudo conferir de las palabras de la propia vicepresidenta primera, Nadia Calviño, en el Congreso.
Los 55.000 millones que acumulamos en ahorro durante la pandemia tampoco van a dar el impulso a la economía que se esperaba, porque los españoles, que tenemos un sexto sentido, preferimos mantener una parte de ese dinero bajo el colchón en previsión de que vengan mal dadas. Como se ve, no sólo los empresarios, también los ciudadanos desconfían del futuro.
Los números corroboran estas impresiones. El consumo de las familias en tasa interanuales pierde la mitad del fuelle con el que arrancó el año hasta un modesto crecimiento del 3,6 por ciento entre junio y abril en tasa interanual. Pero es que si lo comparamos con los tres meses anteriores, cae medio punto, cuando en el otoño de 2020, recién salidos de la pandemia, marchaba a una velocidad de vértigo del 15 por ciento.
La economía se frena. Entre abril y junio creció un raquítico 1,1 por ciento comparado con los tres meses precedentes y un dos por ciento sólo entre junio y septiembre, un período que suele ser muy potente para la economía porque coincide con la temporada alta del turismo. Son tasas muy bajas teniendo en cuenta que la actividad se había desplomado más de once puntos en el ejercicio negro del coronavirus.
La recuperación vigorosa de Sánchez no es real, como la mayoría de sus promesas
Por ello, la Unión Europea, en su informe sobre las perspectivas de otoño confirmó lo que ya barruntamos desde hace meses en las páginas de elEconomista: la recuperación pierde fuelle y corre el riesgo de quedarse en un simple rebote. España será el único país de los cuatro grandes de Europa (junto a Alemania, Francia e Italia) que no recupere a finales del año que viene el crecimiento perdido durante la pandemia.
Los Presupuestos para el año próximo, que esta semana pasaron su tramitación en el Congreso, se quedaron viejos antes de nacer. La previsión de crecimiento del 6,5 por ciento, quedará mermada nada menos que en dos puntos este año y en punto y medio el que viene, según la UE. La "recuperación vigorosa" que defendía esta semana Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados frente al derrotismo del líder de la oposición, Pablo Casado, se incumplirá, como la mayoría de sus promesas.
Entonces, se preguntarán ustedes, porqué las cotizaciones sociales superaron los niveles prepandemia, con casi veinte millones, y octubre registró una caída de la tasa de desempleo excepcional, jamás vista en la serie histórica que arranca en 1975, tras la muerte de Franco.
Las cotizaciones están infladas por los Ertes y por los autónomos en cese de actividad, que alcanzan en conjunto alrededor de 400.000 personas, a las que habría que sumar otros 200.000 empleos públicos que no existían antes de la pandemia. En resumen, la diferencia estaría por encima del medio millón de empleados, por ello la tasa de paro casi duplica a la de antes de la crisis.
En cuanto al dato de desempleo de octubre es cierto que permite abrigar cierta esperanza con respecto al futuro, aunque es un elemento aislado, y es necesario esperar que se consolide esa tendencia durante los próximos meses. Desde luego, si atendemos a las previsiones de la UE, la tasa de paro se mantendrá estable en torno al 14-15 hasta 2023. Tampoco por aquí se ven alegrías, pese a que con la llegada de los fondos europeos se anunció una notable mejora.
La recuperación está en marcha, pero no al ritmo que quiere hacernos ver el Gobierno. Hay países gacela como Alemania, Francia ó Italia, ó incluso de menor tamaño como Grecia ó Portugal, que recuperarán toda la actividad perdida durante el coronavirus el año que viene, y países tortuga, como España, que van a ritmo lento ante un entorno hostil para los empresarios, no sólo por los precios de materias primas e inflación elevadas, sino por la regulación laboral y fiscal que viene. Los resultados son unas empresas asfixiadas económicamente y unas familias con poder adquisitivo mermado.
Además, como advirtió el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, la crisis aún no se terminó. Hay miles de empresas que solicitaron créditos ICO y otros mecanismos de protección como los Ertes, que pueden desaparecer ó sufrir un duro golpe cuando se levanten estos instrumentos, hacia la primavera del año que viene.
Vamos camino de ser de nuevo el paciente de Europa, como el protagonista del conocido film de Anthony Minghella, que narra las desventuras de un conde venido a menos que sufre graves quemaduras en la Segunda Guerra Mundial.