
Advertía el que fuera ministro socialista de Administraciones Públicas, además de destacado economista, Jordi Sevilla que a la mejora de la economía que está viviendo España no se le puede llamar todavía recuperación, y se trata sólo de un rebote consiguiente a la fuerte caída de la actividad económica provocada por la crisis sanitaria. Y, efectivamente, con 4.405.563 personas inactivas que suponen la segunda mayor tasa de desempleo de la UE, sólo por detrás de Grecia, 44.640 empresas destruidas sólo en el primer semestre de este año, más de un millón de personas en situación de pobreza severa, una inflación que subió al 3,3 por ciento en agosto la tasa más alta de los últimos diez años, una clase media asfixiada por los impuestos y la subida de los precios, y la competitividad exterior de nuestras empresas y productos en línea descendente no se puede hablar de recuperación.
Asignaturas pendientes todas ellas, a las que se suman las amenazas que se ciernen sobre los dos grandes desequilibrios tradicionales de nuestra economía: déficit y deuda. Especialmente esta última que supera el 120 por ciento del PIB cuando el BCE acaba de anunciar una desaceleración en el ritmo de compras del programa especial de para la pandemia que se iniciará a partir del cuarto trimestre del año. Una retirada de estímulos suave y escalonada, pero irreversible que sitúa a la deuda española ante la necesidad de recurrir al mercado de capitales con el consiguiente aumento del coste en intereses para colocarla.
Porque, si Nadia Calviño puede presumir, como hace, de que ha reducido el coste de la deuda pública a mínimos históricos, eso se ha debido únicamente al programa de ayuda de emergencia (PEPP) que el Banco Central Europeo aprobó en 2020 para que España e Italia no se hundieran en los mercados. Y, por cierto, que el principal hacedor aquí de esa mejora, Carlos San Basilio, ha dejado sorprendentemente su cargo como secretario general del Tesoro para incorporarse a un puesto de segundo nivel en el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD).
Los analistas y servicios de estudios privados coinciden en que la división en el seno del Banco Central Europeo empieza a ser preocupante porque los llamados "halcones" con Holanda a la cabeza defienden una política monetaria más restrictivas y demandan una normalización monetaria aprovechando que la inflación resurge y las condiciones financieras en los mercados son buenas.
Y respecto al déficit, el vicepresidente de la Comisión Europea, Valdis Dombrovskis, ha insistido en todas sus comparecencias, después de las reuniones del Ecofin, que, llegado el momento de la recuperación, habría que empezar a fijar e insistir en el control del déficit y la reducción de la deuda pública, como dos de las prioridades en de los países de la zona euro. Incluso pese a la pandemia.
Son anuncios preocupantes que se añaden a las controversias internas sobre la subida del salario mínimo, los abusivos precios de la electricidad y las reformas laboral y de pensiones, que están creando fuertes tensiones en el gobierno que, desde el bando podemita, no descartan pueda desembocar en una ruptura de la coalición.
Especialmente estás últimas reformas que son de obligado cumplimiento antes de final de año al formar parte de las comprometidas para antes del 31 de diciembre de 2021 entre las 110 inversiones y 102 reformas estructurales incluidas en el plan de recuperación y resiliencia enviado a Bruselas cuya ejecución el Ejecutivo de Sánchez debe acreditar ante la Comisión haber ejecutado semestre a semestre para recibir los 70.000 millones de euros que nos han adjudicado en transferencias no reembolsables.
Demasiadas asignaturas que aprobar y demasiados desequilibrios a corregir en un país que en el año 2020 sufrió el mayor descenso de PIB y de empleo del mundo desarrollado y que, por ello, es normal que ahora se beneficie de un rebote proporcional a la caída.
Pero de ahí a hablar de recuperación va un abismo para cuya superación sobran ineficiencias y desavenencias y faltan capacidad y voluntades entre los responsables de cruzarlo.