
Una pandemia como la del coronavirus tiene consecuencias desastrosas en ámbitos sanitarios, sociales y económicos. Además, al igual que las medidas sanitarias para combatir la pandemia, como las vacunas, pueden tener efectos secundarios, las económicas también pueden tenerlos. La política de los bancos centrales, en el mundo en general, pero especialmente en Europa y Estados Unidos de adquirir deuda pública ha permitido que los Estados se hayan podido financiar, y que, a su vez, muchos ciudadanos hayan mantenido sus rentas pese a las restricciones. Ahora bien, cualquier medida económica tiene un coste, y emitir dinero no es una excepción.
Como era previsible, y ya advertíamos en elEconomista hace unos meses, en el artículo titulado Europa y los desequilibrios de la economía española en la pandemia, a medida que se fuese normalizando la actividad económica, el incremento del dinero emitido por los bancos centrales se iría poniendo en circulación. Éste es, obviamente, un primer factor que provoca inflación, el aumento de la oferta de dinero.
Además, existe demanda embalsada, porque algunas familias, que han podido mantener sus ingresos, sin embargo, no han podido gastar durante la pandemia y se han visto "forzadas a ahorrar". Sin embargo, cuando estas familias empiezan a demandar productos y servicios de forma efectiva, hay restricciones de oferta, de producción, lo que provoca aumento de precios. Esto es lo que se denomina "cuellos de botella" y provoca aumentos de precio, por ejemplo, en algunas materias primas.
El cuello de botella más relevante es en estos momentos la energía. Los precios del petróleo y el gas están en máximos, y siguen subiendo. Además, el precio de la energía eléctrica también está en máximos y el mercado de futuros predice que también seguirá al alza. Habitualmente se calcula un índice de inflación subyacente en el que se excluyen alimentos frescos y energía, que sería un indicativo de cómo evolucionará el aumento de precios en el futuro.
En mayo, el incremento del índice de precios en Estados Unidos estaba en el 5%, un nivel que no se había visto en décadas. Por otra parte, el índice armonizado en Europa estaba en el 1,9% a 30 de junio, el límite de inflación tolerable en situaciones normales. En España, estábamos en el 2,4% a 30 de junio. Pero aquí, conviene tener en cuenta que la subida del índice de precios en la energía, en Europa estaba en el 12,5% en junio.
Encarecimiento no coyuntural
¿Vamos a tener que convivir mucho tiempo con la inflación? Pues no es una respuesta que esté clara. Por una parte, la inflación subyacente, es decir excluyendo alimentos frescos y energía, está en el 0,9%, que no es precisamente una cuestión preocupante. Sin embargo, las razones del aumento del precio de la energía no son coyunturales: la recuperación está tirando del precio del gas, del petróleo, por aumento de demanda, e indirectamente del precio de la luz.
Además, el precio de los derechos de emisión de CO2, que deben adquirir los sectores industriales y energéticos para poder quemar gas, petróleo y carbón, está aumentando y lo hará aún más en el futuro: ésta es la estrategia de la Unión Europea para reducir las emisiones.
Ahora bien, la energía no es un producto o servicio más, sino que es, también, un coste de casi todos los procesos productivos. Por esa razón, si los precios de la energía continúan al alza, acabarán aumentando, vía costes, los precios de casi todos los productos y servicios. Esto no es algo teórico, en los años 70 los altos, y persistentes, niveles de inflación se originaron, precisamente, por la escalada de los precios del petróleo.
Otras dos cuestiones son relevantes para determinar si la inflación será pasajera, o no. En primer lugar, cuáles sean las expectativas de inflación de los agentes económicos. Si se espera que la inflación remita, entonces, es probable que sea una profecía autocumplida. En esto tiene mucho que ver la credibilidad de los bancos centrales. Si los mercados financieros creen que, en cuanto se consolide la recuperación, los bancos centrales dejarán de comprar deuda, entonces es probable que los agentes económicos no actúen incrementando precios.
Por esa razón, la idea de que el BCE condonase la deuda pública adquirida iba a suponer inflación, porque en ese caso, no podría vender la deuda y retirar dinero de circulación. Como ya señalamos hace unos meses, en el artículo El manifiesto de la anulación de la deuda y sus consecuencias, la condonación podía tener atractivo pero no era precisamente una buena idea…
En segundo término, si hay incrementos salariales importantes, entonces es probable que se consolide una espiral precios-salarios. Esto puede sonar a ciencia-ficción en España, dado los niveles de desempleo, pero en Estados Unidos ya empieza a haber escasez de manos de obra en algunos sectores. La recomendación del presidente Biden a los empresarios, "Páguenles más" puede tener toda la lógica del mundo, pero puede llevar a un efecto de segunda ronda, es decir a la persistencia de la inflación.
En general, el mundo entero se ha beneficiado de los bajos precios de mercancías exportadas desde el Sudeste Asiático. A medida que, especialmente en China, disminuye la población en edad de trabajar, los salarios tenderán a incrementarse aún más, y probablemente dejen de exportar tan barato. Además, algunas medidas europeas como, por ejemplo, el ajuste fiscal en frontera por el carbono, supondrán también aumentos de costes y precios en Europa.
Influencia de la tecnología
La pandemia puede haber acelerado todo este proceso. En sentido contrario, el progreso tecnológico debería ir reduciendo costes, como de hecho ha ocurrido con los móviles u ordenadores. Pero seamos realistas, la transición ecológica y energética, proceso inevitable y positivo a largo plazo, supone internalizar costes masivamente, es decir pagar por costes que antes no se asumían, lo que también lleva a aumentos de precio, como estamos viendo estos días con la tarifa eléctrica.
Señalaba Keynes que la inflación también era un impuesto. Efectivamente, salvo en el caso de los impuestos especiales de base no monetaria, fundamentalmente, alcoholes, hidrocarburos y parcialmente, tabaco, el resto de los impuestos recaudan más simplemente por el aumento del nivel general de precios. Sin embargo, el principal gasto público, las pensiones, están automáticamente indiciadas al incremento del nivel de precios.
Aunque la situación pueda parecer atractiva para reequilibrar las cuentas públicas, sin aparentes sacrificios, a medio y largo plazo, la estabilidad monetaria y financiera, que es incompatible con una inflación persistente y elevada, es una condición indispensable para el crecimiento económico sostenido.
Las consecuencias económicas de una crisis tan grave como ésta sólo se superan con crecimiento real, aunque conlleve sacrificios y disciplina, y con inflación, que no soluciona y tampoco es gratis.