
Sin salud no hay economía. Por esa obvia razón, la Pandemia del Coronavirus además de una serie interminable de tragedias, también ha supuesto un desastre económico sin precedentes en el mundo entero. Pero, dentro de este desolador panorama, algunos datos resultan sorprendentes. Por ejemplo, en el momento en que escribo estas líneas, el bono español a diez años, cotiza en negativo. Esto quiere decir que hay inversores que pagan por colocar a diez años su dinero en deuda española. ¿Esto es un índice de enorme confianza en la economía y la Hacienda española, falta de mejores alternativas o que todo el mundo se ha vuelto loco?
La explicación a que esto suceda cuando el déficit público empeora, y además cae el crecimiento económico está en Europa, más en concreto en Frankfurt. Durante estos meses, el Banco Central Europeo ha estado comprando títulos de deuda española por un importe considerable. Esta actividad se refleja en la contabilidad nacional española como posición neta del Banco de España frente al Eurosistema, ya que es el Banco de España el que compra los títulos de deuda española por cuenta del BCE. Pues bien, entre marzo y junio de este año, esta "deuda" del Banco de España frente al BCE se incrementó en 84.805 millones de euros, alrededor de un 8% del PIB, que es una cifra sin precedentes y superior al déficit público de estos meses. Según los últimos datos el BCE ya tiene más de una cuarta parte de la deuda española.
La actuación del BCE mantiene a raya la prima de riesgo sin aumentar la inflación
Cualquier inversor sabe que puede revender un título de deuda al BCE por lo que la demanda está garantizada. La actuación del Banco Central Europeo es simplemente la opuesta a la que siguió en 2011 y 2012, hasta el famoso discurso de Draghi de que el BCE haría lo necesario para mantener el euro, y créame, "será suficiente". Pese a las reticencias, por ejemplo, del Tribunal Constitucional Alemán, la política del BCE está funcionando, y la prueba más evidente es que no hay inflación precisamente. De hecho, si la prima de riesgo se hubiese disparado y España tuviese problemas para colocar su deuda, la situación económica sería mucho más dramática de lo que ya es. Por otra parte, si España no estuviese en el euro, el empobrecimiento que hemos sufrido sería muy superior porque a todos los problemas que ya padecemos, probablemente hubiésemos añadido una devaluación, otra más, de nuestra moneda.
Ahora bien, que todo esto haya sido correcto, o lo menos malo, no significa que sea sostenible en el tiempo. En el momento en que las restricciones vayan quedando atrás, la actividad económica se irá poniendo en marcha otra vez. Esto significa que la ingente oferta de dinero se irá traduciendo en demanda efectiva. Aquí, si el ritmo de compra de deuda se mantuviese, nos encontraríamos inevitablemente con inflación. Por otra parte, si el Banco Central Europeo no quiere experimentar fuertes pérdidas, que irían a todos los contribuyentes de la Eurozona, tendrá que ir reduciendo su balance de forma paulatina. Esto lleva necesariamente a la conclusión de que, a medio plazo, habrá que reequilibrar las cuentas, que siempre es preferible a que nos las reequilibren desde fuera. Eso sí, anticipar el ajuste es contraproducente. Mientras no se recupere la actividad, una política de subidas generalizadas de impuestos y de recortes sólo llevará a retrasar el crecimiento económico, y de paso, provocar aún más daños estructurales en los sectores productivos.
Las subidas generalizadas de impuestos y de recortes retrasan el crecimiento
Incluso antes de la llegada de los fondos europeos, España se está beneficiando, y mucho, de su pertenencia a la Unión Europea, y también de su entrada en el euro. Ahora bien, esto ya nos ha pasado en la segunda mitad de los ochenta y luego en los años de la burbuja. Y posteriormente, los desequilibrios los acabamos pagando en forma de crisis, especialmente entre 2008 y 2014. Para que la historia no se repita no deberíamos cometer los mismos errores. Y tengamos en cuenta que el origen de nuestros problemas en la anterior crisis estuvo en el déficit exterior y la falta de competitividad: llegamos a tener el segundo déficit por cuenta corriente más elevado del mundo en términos absolutos y el primero en función del PIB. Empezamos a salir de ahí cuando nuestro déficit se corrigió después, entre otras cosas, de una brutal devaluación interna.
Ahora, nuestro superávit por cuenta corriente a 30 de septiembre se ha reducido un 78%. La causa, evidentemente, es el desplome del turismo internacional, que no se ha compensado con la reducción de la factura energética. Y todo esto, mientras aumentan los costes laborales y cae la productividad. Todo esto hay que tenerlo en cuenta, y arreglarlo en la medida de nuestras posibilidades, especialmente utilizando los fondos europeos, si queremos afrontar una recuperación duradera que permita dejar atrás, al menos económicamente, los devastadores efectos de la Pandemia.