
España está fuera de juego, y todo parece indicar que, tras la incomprensible parálisis política del mes de agosto, una mayoría todavía no es consciente de la gravedad de la situación. Tener pactados unos presupuestos, o los 21.300 millones de euros de la UE para los ERTEs no debería de darnos ninguna tranquilidad si estos presupuestos son insostenibles, la ayuda resulta insuficiente y ni siquiera se están planteando las reformas necesarias.
Solo el sector turismo se va a dejar en 2020 más de 100.000 millones. De las 91.000 empresas que cerraron entre marzo y abril apenas 48.000 han vuelto a abrir. 3,8 millones de trabajadores parados, otros 1,2 millones siguen en Erte y 1,5 millones de autónomos están sin actividad. No nos engañemos: el PIB tardará años en volver a los niveles del 2019, y ya entonces arrastrábamos un déficit público de 30.000 millones anuales.
La caída de la actividad económica repercute directamente en los ingresos públicos. En 2019, consolidando datos con la Seguridad Social, los ingresos públicos ascendieron a 470.000 millones de euros. De estos, aproximadamente el 70% provenían de tres grandes partidas: Cotizaciones a la Seguridad Social (29%), IVA (22%) e IRPF (21%). ¿Cuánto han caído los ingresos públicos desde marzo? ¿Un 30%? ¿100.000 millones? ¿Cuánto serán los ingresos públicos en 2021? ¿Llegaremos a 450.000 millones?
Es incomprensible que sigamos con la huida hacia adelante inflando el globo de la deuda
El gasto público en cambio se ha disparado. En 2019, el consolidado con la Seguridad Social ascendió a 500.000 millones. Un 80% del gasto estaba representado por tres partidas: prestaciones de la Seguridad Social (31%), sueldos públicos (26%) y amortización de la deuda e intereses (22%). ¿Cuánto será el gasto público de 2020? ¿570.000 millones? Si esto es así, el aumento del déficit en 2020 se puede situar entorno a los 200.000 millones de euros. ¿Y en los presupuestos del 2021? La deuda aumenta, los cotizantes caen y sin reformas estamos muy lejos de llegar al nivel del año 2019, año en el que insisto, teníamos ya un déficit de 30.000 millones.
Solo con los datos anteriores, el botón de pánico se debería de haber accionado hace meses. Pero no, incomprensiblemente seguimos con la huida hacia delante inflando el globo de la deuda pública. En 2020 se van a colocar más de 300.000 millones de euros de deuda pública bruta, con el viento favorable de los tipos negativos y el apoyo del BCE, que descontada la devolución de instrumentos arroja un neto de 130.000 millones de euros. ¿Es posible pagar con 130.000 millones un déficit de 200.000 millones? Así es posible intuir el motivo de que no se hayan pagado todavía gran parte de los Ertes, el escaso número de solicitudes aprobadas para el IMV o la imperiosa necesidad de recibir ayuda de Europa como sea.
Urge un Pacto de Estado que defina el necesario futuro digital de nuestra economía
Visto todo lo anterior, surgen todavía más preguntas: ¿se destinarán los 14.000 millones de euros que se han pedido a Europa para ayudas al automóvil realmente a este sector? ¿Habrá nuevas subastas de deuda pública no programadas de aquí a fin de año? ¿Está ya descontado el recurso a los 24.000 millones del fondo de rescate europeo (MEDE)? ¿Alguien se acuerda de los 84 millones de turistas que nos visitaron en el año 2019? ¿Qué pasa con la España vacía, con la digitalización, con la educación o con la sanidad? Todo esto sin incluir en el análisis la situación de nuestro sistema financiero, la solvencia de nuestros bancos patrios y el endeudamiento que asfixia a unas empresas que además tienen que empezar a devolver la trampa de los créditos ICOs.
Es tal la situación de ruina en la que se encuentra nuestro país que es impensable que nuestros socios europeos no la hayan visto venir. Sin duda, el peor enemigo que puede tener un español es otro español, y esto se manifiesta en todos los ámbitos de nuestra vida, incluido por supuesto el político. Nos han dejado casi literalmente matarnos, y han esperado a que nuestro nivel de asfixia nos impida movernos, pero ¡oh sorpresa!, somos inasequibles al desaliento. Estamos muy cerca de quedarnos a la deriva de Europa, de desacoplarnos de lo que quede de Occidente. Estamos también ante una de las mayores oportunidades de transformar nuestro país que hemos tenido en años, y tal vez sea la última que tengamos en mucho tiempo. Es necesario demostrar altura política, promover la inmediata reforma de nuestro sistema de pensiones, y consensuar un gran pacto de estado que defina claramente el futuro necesariamente digital de nuestra economía. Nunca debería de ser demasiado tarde para tender la mano a la oposición.