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Un euro digital puede reforzar la robustez y autonomía del ecosistema de pagos europeo y preservar la relevancia de los bancos europeos y del euro en el sistema financiero mundial. Pero también puede debilitar la rentabilidad de los bancos y aumentar los costes, sobre todo en su fase inicial. En ausencia de disruptores, la mayor velocidad del dinero podría acelerar las retiradas masivas de depósitos bancarios en una crisis, provocando una crisis de liquidez y conduciendo a la quiebra de los bancos.