Periodista económico

Como en la inmortal novela de Fiódor Dostoievski la inmensa mayoría de los españoles, todos menos los nacionalistas catalanes, estamos humillados y ofendidos por un presidente, Pedro Sánchez, y un gobierno que se ha convertido en el felpudo de los delincuentes golpistas catalanes, carente de toda dignidad y que nos vende, convirtiéndonos en ciudadanos de segunda, por el plato de lentejas de una investidura que no es por el bien de España, sino por el bien particular del inquilino de La Moncloa y de la pléyade de estómagos agradecidos que le deben hacienda y posición.

En el mismo país y casi coincidiendo en el tiempo en el que Pedro Sánchez y miembros de su Gobierno y su partido negociaban una amnistía y se reunían con delincuentes condenados y prófugos de la Justicia, para vender España y a los españoles a su enemigos, directivos de Repsol certificaban el cumplimiento de la amenaza de deslocalización de inversiones del consejero delegado de la multinacional, Josu Jon Imaz, y confirmaban la paralización de cinco proyectos de interés primordial para la transición energética que, en conjunto, sumaban una inversión mínima de 3.000 millones de euros e incluyen los dirigidos a la producción de hidrógeno y valorización de residuos urbanos.

Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados. Hoy, mientras la princesa Leonor jura la Constitución, probablemente no seré el único que evoque los inmortales versos del genial Francisco de Quevedo, al comparar la España con la que Leonor se compromete a guardar y hacer guardar las leyes, con la que se comprometía su padre hace 37 años.

Como todo el mundo sabía y esperaba, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz teatralizaron su particular escena del sofá, jurándose amor eterno hasta que las urnas los separen y a la espera de la bendición del obispo Puigdemont desde Waterloo. La escenificación de la primera de las cuatro bodas del polígamo presidente en funciones de Gobierno –con ERC, Junts, EH Bildu y con Yoli y su extraña familia– y un funeral, el de España, los españoles, la economía y la democracia.

El dato es además de preocupante muy revelador. Los españoles somos hoy más pobres que hace 23 años. Y lo dice Eurostar, la oficina de Estadísticas comunitarias, que no es sospechosa de conspiraciones judeomasónicas contra el sanchismo gobernante. En concreto, nuestro poder adquisitivo es hoy un 0,7% inferior al del año 2000, siendo sólo superados en este ranking negativo por Italia y Grecia.

Aún no tiene asegurada la investidura, y los últimos movimientos apuntan a que se complica, pero Pedro Sánchez y sus chicas de la economía ya tienen diseñado el nuevo asalto fiscal con el que felicitar el nuevo año a los ciudadanos españoles y que tiene tres ejes de actuación: el aumento de algunos impuestos existentes, la creación de nuevas figuras impositivas y la supresión de las bonificaciones aprobadas contra la inflación. Todo ello aderezado con una subida de las cotizaciones sociales, que son un impuesto al trabajo en un país con más de 3,2 millones de parados reales y que lidera la tasa de desempleo de la UE.

Decíamos recientemente, y con nosotros importantes y destacados diplomáticos y analistas que en el escenario internacional nadie se fía hoy de la España de Sánchez y nadie cuenta con Sánchez y su España. La humillante exclusión de España, anfitrión y presidente de turno de la UE, de la minicumbre sobre inmigración celebrada entre el Reino Unido, Francia, Italia y Alemania dentro de la cumbre europea de Granada, y la marginación de nuestro país en el documento que estos mismos países más EEUU han firmado condenando la barbarie terrorista de Hamás contra Israel, son sólo dos de los últimos ejemplos de nuestra actual irrelevancia.

Internacional

Hablan los economistas de cisne negro para referirse a un efecto inesperado de consecuencias económicas imprevisibles. Y eso es, precisamente, lo que se avecina tras la barbarie inhumana del ataque de la organización terrorista Hamás contra Israel, con asesinatos, torturas y rehenes de civiles indefensos que deben ser juzgados y castigados como crímenes de guerra.

Fueron decenas de miles de personas. Dicen que fueron 300.000 las voces de catalanes, abandonados por un gobierno que les vende por el plato de lentejas de una investidura, que se manifestaron en Barcelona por la democracia, la libertad, la Constitución, la igualdad entre los españoles y el Estado de Derecho. Gente de la sociedad civil que salieron a la calle para expresar su más contundente rechazo a la la ignominia, el despotismo, el supremacismo, el pensamiento único, la corrupción y la mentiras.

Como ocurre habitualmente en los contratos, también en materia de estadísticas lo importante es leer la letra pequeña. Una advertencia que es especialmente recomendable en las estadísticas de empleo donde, como ocurre con los últimos datos de paro, que el Gobierno ha calificado como el "mejor periodo enero-septiembre de la serie histórica" aludiendo a los 495.000 empleos creados. Cierto, pero lo que no dice es que para conseguirlos se han realizado en ese período 11.575.245 contratos: lo que supone una media de 23,4 contratos por afiliado en 9 meses; 2,5 contratos al mes. Dato este ante el que los responsables del Gabinete de la Unión Sindical Obrera (USO) se preguntan con razón: ¿Cuánto duran los contratos y si esta es la calidad de nuestro mercado laboral?