Socio director de Román
Opinión

Tras más de una década de convulsión institucional, fractura social y desafección mutua, Cataluña ha regresado al núcleo de la política española. No como problema, sino como actor central de la gobernabilidad. Es un giro profundo, silencioso pero inequívoco, que deja atrás los años más duros del Procés y sitúa nuevamente a la política catalana en una posición de influencia que, ni siquiera en sus épocas doradas, había alcanzado. En el Madrid de 1996, cuando Jordi Pujol pactó con José María Aznar los célebres acuerdos del Majestic, el nacionalismo catalán ejercía un papel de bisagra parlamentaria con réditos evidentes: transferencias, inversiones y una interlocución privilegiada. Pero aquello fue, al fin y al cabo, un intercambio puntual. Hoy, la situación es mucho más compleja y estratégica: Catalunya no sólo es determinante en el Congreso, sino que también es una pieza clave en la estabilidad del PSOE y, por extensión, del Gobierno de coalición.

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