Opinión

Catalunya vuelve al centro del tablero político español

  • Cataluña es una pieza clave en la estabilidad del PSOE y el Gobierno de Coalición
  • Catalunya ha recuperado el peso político que perdió en el enfrentamiento institucional
  • Los gobiernos de coalición, las mayorías volátiles y la presión de los aliados han trasladado el vértigo a la capital
Foto: Dreamstime
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Tras más de una década de convulsión institucional, fractura social y desafección mutua, Cataluña ha regresado al núcleo de la política española. No como problema, sino como actor central de la gobernabilidad. Es un giro profundo, silencioso pero inequívoco, que deja atrás los años más duros del Procés y sitúa nuevamente a la política catalana en una posición de influencia que, ni siquiera en sus épocas doradas, había alcanzado. En el Madrid de 1996, cuando Jordi Pujol pactó con José María Aznar los célebres acuerdos del Majestic, el nacionalismo catalán ejercía un papel de bisagra parlamentaria con réditos evidentes: transferencias, inversiones y una interlocución privilegiada. Pero aquello fue, al fin y al cabo, un intercambio puntual. Hoy, la situación es mucho más compleja y estratégica: Catalunya no sólo es determinante en el Congreso, sino que también es una pieza clave en la estabilidad del PSOE y, por extensión, del Gobierno de coalición.

Junts y ERC se han convertido en socios parlamentarios imprescindibles de Pedro Sánchez. Su voto, condicionado y trabajado a fuego lento, ha sido decisivo para investir, sostener y legislar en una legislatura marcada por una mayoría fragmentada y una derecha hostil. El precio político ha sido alto: desde la ley de amnistía hasta la OPA de BBVA a Banco Sabadell, todo ha pasado por el filtro catalán. Pero hay una figura que encarna mejor que ninguna este cambio de ciclo: Salvador Illa. El líder del PSC no sólo ha ganado las elecciones en Catalunya, sino que se ha consolidado como un pilar de la nueva arquitectura socialista en España. Illa ya no es sólo el exministro de Sanidad que gestionó la pandemia. Es el presidente catalán in pectore, el hombre de Estado, el barón con más influencia interna en Ferraz.

Este poder quedó en evidencia durante uno de los momentos más delicados del actual Gobierno: la crisis del caso Koldo/Ábalos/Cerdán. Con el PSOE cercado por las sospechas de corrupción, Pedro Sánchez convocó por sorpresa a Illa en La Moncloa. El mensaje era claro: el presidente necesitaba al líder catalán no sólo como apoyo institucional, sino como garantía de cohesión interna. En esos días inciertos, en los que se llegó a especular con un golpe interno en el partido, la amenaza no venía del presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, ni de los sectores críticos del sur, ni de las viejas glorias socialistas. Venía de Catalunya y Pedro Sánchez, siguiendo su infalible manual de resistencia, supo leer y neutralizar la situación.

La paradoja es que la inestabilidad ha cambiado de geografía. Si durante años fue Barcelona el epicentro del terremoto institucional, hoy es Madrid quien vive en el temblor permanente. Los gobiernos de coalición, las mayorías volátiles y la presión de los aliados han trasladado el vértigo a la capital, mientras en Catalunya comienza a vislumbrarse una cierta normalización. Este nuevo papel catalán no está exento de contradicciones. Junts mantiene una estrategia maximalista, centrada en el rédito negociador; ERC busca recomponer su desgaste electoral desde una posición pragmática; y el PSC avanza como una fuerza centralizadora que aspira a gobernar para todos, catalanistas e indiferentes. Pero en este tablero tensionado, Catalunya ha recuperado el peso político que perdió durante los años del enfrentamiento institucional.

Ahora es el momento de que la recuperación del peso político se traslade al mundo económico y el motor de la locomotora de España, que estuvo gripado diez años, vuelva a la velocidad de crucero. Cataluña tiene la fuerza para liderar de nuevo una etapa de reindustrialización de España basada en la energía barata que nos proporcionan las fuentes renovables. El Procés no ha terminado del todo, pero se ha transformado. Ya no se juega en las calles, ni en los tribunales, ni en la retórica de confrontación. Se juega en las mesas de negociación y en los pactos parlamentarios. Catalunya ha pasado de ser un actor disruptivo a convertirse en el eje sobre el que gira la estabilidad de España. Catalunya ha vuelto. Pero esta vez no para romper, sino para decidir.

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