Política

El enésimo giro de Ciudadanos obliga a todos los partidos a recolocarse (otra vez)

La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas. Foto: EFE / Ciudadanos

Cuando España era cosa de dos partidos había mucho espacio para moverse. Así, el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero poco tenía que ver con el de Alfredo Pérez Rubalcaba, igual que el último PP de José María Aznar apenas se parecía al último de Mariano Rajoy. Dentro de dos bloques enormes cabían muchos matices, y ambas fuerzas se movían hacia el centro o el borde según soplaran las circunstancias y el electorado.

Pero ahora que España es cosa de cinco partidos los espacios se han achicado bastante. Como si de una pequeña teoría del caos se tratara, cada vez que uno de esos actores varía un poco su postura obliga al resto a recolocarse sobre el tablero. Y cuanto más fiera es la competencia por un espacio concreto, más apretados todos y más rápidos los cambios.

Dentro de este baile los partidos nuevos son los que más se han movido, en parte porque han madurado y en parte porque han tenido que ajustarse a las circunstancias. Poco queda del partido asambleario y antisistema que fue Podemos, ahora instalado en el Gobierno y asumiendo un rol institucional gracias a sus recién estrenadas hechuras de partido clásico.

Los bandazos de Ciudadanos

Pero ni ese cambio de esencia es comparable con los golpes de timón que han dado en Ciudadanos en lo que respecta a sus postulados ideológicos. Y todo ha respondido a con quién competía y por qué espacio ideológico lo hacía.

Primero, para competir por el centro con UPyD, se alejó de una línea dura marcada por su pacto con Libertas. Después, pasó a definirse como 'socialdemócrata' para desplazar a los magenta del tablero. Una vez logrado, pasaron a una línea 'liberal' para afianzarse en el centroderecha, irrumpiendo como partido útil para formar mayorías. Después, según las encuestas les empujaban como referencia, pasaron a alternar moderación con embarcarse directamente en una guerra por la derecha, donde entonces sólo estaba el PP.

Con tanto golpe de timón el casco empezó a agrietarse y saltaron a chorro las primeras fugas. Se señaló internamente a un grupo de críticos y algunas caras conocidas abandonaron el barco, como fueron los casos de Toni Roldán o Xavier Pericay, por citar a dos. Con tanta sacudida pasaron de acariciar La Moncloa a hundirse en apenas unos meses. Habían perdido la guerra de la derecha.

Tras el naufragio hubo cambio de capitán. En un principio parecía que Inés Arrimadas seguiría el mismo rumbo marcado por el depuesto Albert Rivera. Su nueva expedición en busca del tesoro pasaba por un pacto electoral con el PP en las elecciones vascas y gallegas y con mantener la tensión con los 'críticos' encabezados por Francisco Igea. Pero la pandemia cambió las cosas de nuevo: bastó un nuevo cambio de rumbo para que las costuras volvieran a saltarse y se alumbrara un nuevo horizonte.

Sucedió cuando Ciudadanos se avino a apoyar al Gobierno en su enésima prórroga del Estado de Alarma por el coronavirus. Con su gesto descolocó a todos, empezando por sus propias filas. De nuevo grietas en el casco y de nuevo huída en bloque, pero en esta ocasión de los más 'duros', como Juan Carlos Girauta o Marcos de Quinto, por citar a dos.

La reconfiguración del mapa

En Ciudadanos lo han vuelto a hacer. No sólo el cambiar de postura, sino el exprimir al máximo un poder efectivo reducido. Lo lograron en 2015 cuando con un puñado de escaños apuntalaron el menguante poder regional de un PP desgastado. Y de nuevo lo han hecho ahora cuando con pocos escaños han resquebrajado las alianzas de la legislatura.

La propia Arrimadas se ha encargado de advertir al Gobierno que no son sus nuevos aliados, sino un apoyo ocasional. Pero el enésimo cambio de rumbo de la nave ya tiene consecuencias en el resto de la flota. Empezando por el PSOE, donde la coalición con Podemos convive con un alma que se sentiría mucho más cómoda con Ciudadanos.

Pero fuera de lo obvio también hay efectos. Por ejemplo, en Podemos, que -un poco como los de Arrimadas- han ido a conseguir su mayor éxito cuando más débiles han sido. Si el PSOE se aviene a buscar espacios hacia su derecha quién sabe si pueden quedarse compuestos y sin socios en caso de que Ciudadanos remonte el vuelo tras una futura convocatoria electoral.

Algo similar pasa con el PP. El giro de timón de Arrimadas ha provocado que diez escaños naranjas sean mucho más influyentes que 89 azules. Y eso tiene consecuencias tanto positivas como negativas. Es cierto que les han empujado a una posición de irrelevancia política -que no es poca cosa siendo los líderes de la oposición-, pero también es verdad que les ha despejado el camino en su contienda con Vox y en su intento de retomar la iniciativa opositora.

No conviene tampoco olvidar el papel de los nacionalistas, especialmente en el contexto de unas inminentes elecciones en País Vasco y Cataluña. Tanto el PNV como ERC parten como favoritos, pero pueden necesitar el apoyo -o la no oposición- de los socialistas para alcanzar el Gobierno territorial. Ambas formaciones propiciaron la investidura de Sánchez y por el momento una de ellas -ERC- ha dejado de apoyarle en el Congreso.

La situación actual es quizá la más excepcional vivida en democracia. Pero más excepcional sería lograr una mayoría sólida de legislatura englobando a nacionalistas y radicales de izquierda con un partido antinacionalista y conservador. Parece lógico pensar que es cuestión de tiempo que al menos uno de los elementos se borre de la fórmula. A ver quién desfila por la pasarela a punta de espada camino a los tiburones.

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