
La ubicación ideológica es como intentar abrirse paso en una aglomeración: para poder avanzar uno necesita abrirse hueco, y para eso va desplazándose lentamente, primero hacia un lado y después hacia el otro. Cuando la aglomeración se va diluyendo y se percibe una ruta más clara se empieza a caminar más rápido y se dibuja una ruta más definida hacia el destino deseado.
Algo así es lo que le ha ido pasando a Ciudadanos desde que irrumpió en la escena política nacional. Su objetivo era ubicarse en el centro, un no-lugar político al que se alude con frecuencia por el impacto positivo que suele tener en el electorado y que por tanto estaba superpoblado. Así, el PSOE dice estar en el 'centro-izquierda' y el PP en el 'centro-derecha', de forma que la enorme presencia de ambos llenaba el hueco.
La formación naranja, por tanto, ha tenido que ir abriéndose hueco. Primero en Cataluña, aprovechando el debate identitario y triunfando donde UPyD nunca existió. Después tuvo que ganarle la batalla a la formación magenta para ocupar su puesto y dar el salto nacional. El siguiente movimiento era ensanchar su posición para ir más allá de aquel grupo parlamentario que los de Rosa Díez consiguieron en la lejana décima legislatura. A juzgar por los resultados obtenidos, lo han conseguido.
Eso sí, en su caminar han ido variando la trayectoria, pasando por ejemplo de definirse como socialdemócratas a corregirse para ser liberales. No ha sido el único vaivén: según ha ido avanzando la contienda política han intentado comerle terreno al PSOE hacia la izquierda para, una vez el PP empezó a dar muestras de agotamiento, pasar a disputarle el centro-derecha a los populares. Una vez vencieron la guerra del centro se hicieron fuertes en Cataluña e iniciaron la guerra de la derecha.
El resultado de tanto vaivén ha quedado plasmado en la percepción de la ubicación ideológica de la formación a través de las sucesivas encuestas del CIS.
El feudo andaluz en el horizonte
El problema es que a base de avanzar no sólo se varía en la trayectoria propia, sino que también se desplaza a los otros. En una situación de franco retroceso y acosado por el centro por Ciudadanos, al PP le han salido nuevos contendientes a la derecha, un hueco poco disputado hasta ahora. Y eso obliga a Ciudadanos a retomar posiciones.
El anuncio fugaz de un desbloqueo de algunas posturas en el Congreso se interpretó como un primer desmarque de Ciudadanos respecto al PP. Ambos, aunque ya son rivales declarados, han servido de freno efectivo al frente de izquierda que ahora ocupa La Moncloa. Esa nueva postura deja al PP solo, aunque con mayoría suficiente para bloquear mientras los de Albert Rivera se mantengan al margen. Y esa es la idea.
Pocas horas después del anuncio moderaban de nuevo su posición: desbloquear posiciones no implica sumar fuerzas con los contrarios. Una vez más, estaban contemporizando aunque esta vez con un gesto claro: desmarcarse de un PP enzarzado en el frente de la derecha. El motivo hay que buscarlo en las elecciones andaluzas del próximo mes de diciembre.
Para entenderlo hay que viajar unos años hacia el pasado. Andalucía siempre ha sido dominio socialista, hasta el punto que ni el mayor poder ejercido por un partido político en democracia pudo arrebatárselo. Fue en 2012, cuando el PP estaba en su mejor momento: tenían mayoría absoluta en ambas Cámaras y gobernaban en la mayoría de autonomías y ayuntamientos importantes. Lograron superar al todopoderoso PSOE andaluz, pero el pacto con IU les privó de hacerse con la Junta en una oportunidad que tardará en volver a repetirse.
Tres años después el PP se derrumbó y el PSOE volvió a gobernar, esta vez apoyado en Ciudadanos, demostrando las ventajas de tener una posición central en el tablero político que permita alcanzar acuerdos a derecha e izquierda.
Sí es cierto, sin embargo, que el dominio autonómico socialista ha contado con un importante contrapoder popular en lo local: los grandes ayuntamientos llevan años votando conservador, mientras son las vastas zonas rurales las que acaban decantando el dominio hacia los socialistas. Y eso en las elecciones generales también tiene su peso: Andalucía es la mayor autonomía de todas, y reparte 61 de los 360 escaños del Congreso, por los 47 de Cataluña y los 36 de Madrid.
Así pues las elecciones andaluzas son algo más que unas elecciones autonómicas. Parece difícil imaginar ahora mismo una situación en la que el PSOE no logre mantenerse en el poder, tanto por todo lo dicho como por el viento a favor que supone estar gobernando. Sin embargo será clave ver la distribución del resto de fuerzas. Los pasados comicios de 2015, además del derrumbe del PP, trajo dos titulares: la decepción de Podemos por sumar sólo 15 escaños y el éxito que supuso para Ciudadanos hacerse con 9 y acabar siendo determinante para formar gobierno.
Si los de Rivera consiguen crecer a costa del PP y superarles podrían erigirse en líderes de la oposición como sucede en Cataluña. Así, tomarían el papel de partido conservador hegemónico y harían frente a un posible acuerdo puntual entre socialistas y Adelante Andalucía, la rama 'dura' de Podemos en la región. Una posición ideal de cara a las cercanas elecciones autonómicas y municipales y a las futuras elecciones generales. Como se vio hace en las últimas elecciones andaluzas, la política es una cuestión de sensaciones y expectativas.