A un lado de la mesa Javier Maroto, del PP, y Juan Carlos Girauta, de Ciudadanos, intercambiaban acusaciones. El primero afeaba al segundo las irregularidades contables de su partido, mientras que el segundo respondía que la corrupción de su formación le incapacitaba para acusar a los demás de algo así. Al otro lado de la mesa, en silencio, dirigentes de Esquerra, Convergència, Podemos y PSOE observaban en silencio.
La escena, sacada del debate político del programa El Objetivo de La Sexta, hubiera parecido improbable hace unos meses. De hecho, solía ser al revés: representantes de PSOE y Podemos afeándose el no haber impedido la investidura de Rajoy ante la mirada de alguien de Ciudadanos presumiendo de haberse ofrecido a pactar con ambos grandes partidos, y alguien del PP congratulándose de que todos sus rivales se atizaran entre ellos.
La tradición democrática patria, de hecho, siempre ha tendido a que sea la izquierda la que se pelea. Entre los duelos entre PSOE e IU en tiempos de Julio Anguita a las escaramuzas dialécticas entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias ha habido tiempo para otras muchas cuitas.
También han sido frecuentes las desavenencias entre izquierdas 'de Madrid' y 'nacionalistas', o entre las facciones de los partidos de izquierda. Sánchez contra Díaz; González contra Guerra; Iglesias contra Errejón; Zapatero contra Gómez. La lista es interminable. Y ninguna pelea de Aguirre contra Gallardón o de Aznar contra Rajoy llega a niveles comparables de inquina.
El espaldarazo catalán
Sin embargo, tras los resultados de las elecciones en Cataluña, el fantasma de la 'guerra de la derecha' ha empezado a campar por las columnas de análisis político. La idea básica es que, por primera vez, el PP se ha asustado. No se debe sólo a que haya pasado una fuerza casi extraparlamentaria incapaz de tener grupo propio en el Parlament, ni a que Ciudadanos haya pasado a ser el partido más votado. El miedo es que pueda haber contagio nacional.
En cierta medida La Moncloa debía tener descontado el 'efecto 155': sacrificarse en Cataluña, donde ya no pinta nada, para poder ganar rédito nacional. No es sólo que vaya a tener más apoyos en otras regiones de cara a las generales por haberse mostrado firme, sino que ha obligado, por lealtad institucional, a que sus grandes rivales se plieguen y hagan frente común.
Sin embargo, en la operación han dado de comer a un rival poderoso... y no es la primera vez que les sucede. En estos últimos cuatro años, la forma en que el PP azuzó el 'fantasma' de Podemos hizo crecer exponencialmente a la formación en los sondeos. La estrategia respondía a una intencionalidad indisimulada: cuanto más creciera Podemos, más debilitado quedaría el PSOE. Luego, llegado el momento, bastaba con recoger los frutos porque ninguna de esas dos formaciones compite por el electorado 'de base' del PP ahora mismo.
Sin embargo, coinciden los analistas en señalar que Ciudadanos sí es un peligro. Para muchos, ofrecen una versión 'modernizada' del PP, con valores similares en lo territorial, institucional e incluso ideológico. Eso sí, sin la pesada 'mochila' de la gestión, la corrupción o los grandes popes que hipotecan el pasado de las formaciones con una trayectoria dilatada.
La primera gran señal de alarma ha sido que Ciudadanos ha conseguido hacerse fuerte donde antaño lo era el PSOE. Los 'cinturones rojos' de las grandes ciudades, que tradicionalmente han votado a la izquierda, han virado hacia el centro-derecha. Que los perdiera el PSOE y los ganara Podemos era una cosa, pero que los pierda el PSOE para que los gane Ciudadanos es otra muy distinta. Por lo pronto, en Cataluña ya han conseguido llegar a donde nunca llegó el PP... y la tendencia entre ambas fuerzas es bastante elocuente.
La broma de Tabarnia, a fin de cuentas, es la constatación del ascenso naranja. Y si han podido hacerlo en una Cataluña impregnada de una fuerte confrontación nacionalista, ¿por qué no van a poder hacerlo en el entorno de Madrid, Sevilla o Valencia?
De la misma forma que unos han visto el riesgo, los otros han visto la oportunidad. El hecho de que Ciudadanos ya cuente con importantes opinadores en las tertulias, con horas de plató e incluso con destacados editorialistas en medios, hace que hayan entrado a jugar la liga de los grandes. De ahí a dejar de ser un 'tercer partido' hay un paso si saben gestionar el 'momentum', que no siempre es fácil (y si no, que pregunten a Podemos).
Ciudadanos ya ha conquistado el centro, aunque el PSOE sigue empeñado en combatirlo, preso como está entre dos 'paredes': los de Rivera a su derecha, los de Iglesias a la izquierda. El siguiente paso, al menos en electores, pasa por crecer hacia la derecha. Y tienen, para ello, un arma poderosa: como el PP se ha quedado en minoría, su gobierno depende en muchos lugares (Moncloa incluida) del apoyo de sus nuevos enemigos.
La derecha no sabe mucho de estos combates, acostumbrada como está a ser una sola, homogénea y -aparentemente- bien avenida. Existe hueco a la derecha del PP, pero es un territorio que no puede conquistar sin perder del todo el centro. Así que toca librar la batalla por el centro.
La clave está fuera de las ciudades
Así las cosas, el PP intentará explotar las incoherencias de Ciudadanos, porque en realidad hay otros dos argumentos que no puede esgrimir sin arriesgarse a salir escaldados: las supuestas irregularidades contables y el apoyo a sus políticas. Y Ciudadanos ha pasado al ataque, aunque de forma contenida para no evidenciar que sigue necesitando al PP para estar 'en la palestra'.
Ahora bien, ¿hay motivos reales para que el PP tema a Ciudadanos? Su electorado ha demostrado ser a prueba de todo tipo de situaciones adversas, desde protestas populares a corrupción. Ni siquiera el estallido de la gestión de la postcrisis, o del modelo fallido del 'milagro económico' han evitado que sigan siendo el partido más votado.
Ciudadanos ha hecho de la 'modernización política' su leitmotiv, a pesar de no ser una formación nueva, ni de haber crecido alejada de los mismos benefactores empresariales que el resto de partidos del 'establishment'. Por eso su electorado tipo reside en las grandes ciudades y sus cinturones urbanos. Ahora bien, pincha cuando sale de esas fronteras... y es justo en esa España menos urbana -que no necesariamente rural- donde el PP es invencible.
Basta echar un vistazo al número de alcaldías de Ciudadanos en los más de ocho mil municipios estatales y compararlas con las que atesora el PP. De hecho, incluso el PSOE, en mínimos históricos y en caída libre, sigue siendo fuerte en ese ámbito. Es el entorno más resistente al cambio, donde importa más quién es el candidato o candidata que a qué partido representa. Y ahí el marketing de Ciudadanos, con representantes telegénicos y de discursos perfectos, no cala. Pero el PP de toda la vida sí.
Así las cosas, el tiempo dirá si la batalla va en serio o es una mera escenificación. En su primer asalto, Ciudadanos y PP se enfrentan en la Asamblea de Madrid a cuenta de la comparecencia de Cristina Cifuentes. Habrá que ver si las hostilidades avanzan, o si por el contrario la derecha se sigue mostrando tan apiñada y disciplinada como siempre… aunque ahora sea entre dos formaciones en liza.
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