
Esta semana se ha llevado a cabo la fusión entre dos grandes entidades crediticias españolas. CaixaBank y Bankia son ya un único banco. Esta fusión o absorción, como se quiera ver, ha sido el último movimiento del revuelto mapa bancario español, y también europeo. Ahora bien, nada indica que éste sea el último episodio que veremos en un sector que tiene una importancia capital en la economía.
Las complicaciones para las entidades bancarias se iniciaron con la explosión de la burbuja de crédito hace ya algo más de una década. Primero fue la morosidad bancaria la que impacto en los balances y cuentas de resultados del sector, pero desde antes ya se había complicado el panorama. Las medidas regulatorias conocidas como Basilea III habían forzado a los bancos a incrementar sus recursos propios desde hace ya mucho tiempo, diluyendo los beneficios por acción y de esta forma dañando la rentabilidad del negocio. Desde ese momento el sector bancario parece vivir una tormenta perfecta, de la cual no se ve aún una salida.
En efecto, desde la explosión de la burbuja del crédito el ambiente se ha ido complicando para las entidades bancarias. La contracción de las economías restó crecimiento a las principales economías desarrolladas, donde España registró uno de los peores desempeños. Fruto de esta contracción y delicada situación económica los bancos centrales iniciaron una fuerte caída de los tipos de interés, hasta llegar a situarlos en terreno negativo. Esta situación, como bien se sabe, complica mucho obtener unos beneficios significativos por la desintermediación que hacen los bancos. Paralelamente el sector sufrió otro golpe en sus cuentas por la fuerte subida de la morosidad. El resultado fue la contracción del número de actores en este sector, así como la quiebra de una parte significativa de entidades.
Cuando parecía vislumbrarse una salida a esta difícil situación, muchos hacían ya cuentas de cuándo los bancos centrales iniciarían la normalización de la política monetaria, pero llegó la pandemia como si fuese una plaga bíblica. Los bancos centrales extendieron la laxitud imperante en la política monetaria, gracias a la cual ya nos hemos acostumbrado a barras libres de liquidez, compras masivas de activos y, por supuesto, el mantenimiento de tipos de interés negativos. A esta situación hay que añadir, además, una fuerte contracción de la demanda del crédito por parte de las familias y las empresas preocupadas ambas por las consecuencias de la pandemia. La situación horada los cuentas de resultados y pone de manifiesto la baja rentabilidad de la actividad, algo que ha intentado compensarse con una fuerte elevación de comisiones e incremento de costes para los clientes. Recordemos que en el negocio bancario una falta de rentabilidad prolongada, puede llevar a un deterioro de la solvencia de las entidades.
Para sortear la situación descrita la posibilidad de fusiones para rebajar costes fue ganando terreno, incluso desde el propio Banco Central Europeo, sus responsables apoyaban y forzaban a esas fusiones y absorciones. Estos movimientos comenzaron a producirse. La unión de CaixaBank con Bankia es la más reciente pero no será la última. Se buscan las famosas fuertes sinergias que permitan rebajar los costes, sin embargo no son inmediatas. Detrás de las llamadas sinergias, un auténtico eufemismo, se encuentra el adelgazamiento de la estructura de las unidades fusionadas o absorbidas, cierre de oficinas, salidas de personal bancario, unión de servicios centrales y otras medidas reductoras de estructuras muy pesadas y costosas. Todas estas actuaciones conllevan costes inmediatos para las entidades; es cierto que luego la tendencia se invertirá y vendrá la caída de los costes por la contracción del balance acumulado con la unión pero antes, como decía, se generan gastos y costes a los que hay que hacer frente. Sirva como ejemplo que el ya primer banco español, CaixaBank más Bankia, anuncia el interés por deshacerse de unos 7.000 trabajadores.
Pero además de las complicaciones de una política monetaria tan laxa como la que estamos viviendo, a la sobredimensión de muchas entidades en nuestro país, así como a la complicada situación económica se une otro fenómeno disruptivo como es la llegada de la revolución tecnológica. Las denominadas fintech, empresas tecnológicas financieras, ponen aún las cosas más difíciles a los bancos tradicionales, dando además alas a los gigantes tecnológicos para irrumpir y alterar el statu quo bancario. Los bancos han visto cómo nuevas figuras se van introduciendo y compitiendo en su negocio y erosionan de esta forma aún más las posibilidades de incrementar la rentabilidad del negocio bancario.
Hay además que tener en cuenta, especialmente en nuestro caso, que hoy por hoy desconocemos cuál es el panorama económico real español. Como sabemos la pandemia ha llevado a tomar una serie de medidas de emergencia, por ejemplo los Ertes, que dificultan enormemente el conocimiento de la situación. Todo apunta a que con el levantamiento de las medidas se nos mostrará una imagen de un gran daño económico. Una buena prueba de ella la tenemos en el Boletín Oficial del Estado, de este jueves pasado. A través de él conocíamos que el número de quiebras supera ya el registrado en los peores momentos de la anterior crisis, concretamente el primer trimestre de 2013. Si la cifra de concursos es impresionante, se puede ver agravada por la Ley de Segunda Oportunidad para las personas jurídicas. De esto aún no tenemos cifras oficiales solo indicios que todavía remarcan más la falta de una foto real de nuestra economía. Por tanto, es muy posible que veamos durante el próximo trimestre un empeoramiento de la situación. Otra preocupación se centra en una pregunta difícil de contestar en este momento: ¿cuáles van a ser los niveles de morosidad que veamos una vez neutralizada la pandemia?
La preocupación manifestada anteriormente no es baladí, todo lo contrario. El propio Banco de España, a través de su gobernador Hernández de Cos, en este mismo mes a través de la Memoria de Supervisión Bancaria recomendaba que "las entidades deben seguir reconociendo de manera adecuada y a tiempo" la morosidad real que puede estar por llegar. No parece una situación dramática para la banca utilizando las palabras del gobernador que nos comunicaba que "evidentemente, las entidades ya han constituido provisiones extraordinarias en 2020, que también se utilizarán a lo largo de 2021, 2022 y lo que dure la crisis, pero tendrán que seguir haciendo un esfuerzo de provisiones importantes".
Como se observa la banca va a seguir dando noticias y ocupando innumerables titulares en los medios de comunicación. No se acabará con la fusión comentada o la propia de Unicaja con Liberbank. Los movimientos van a continuar porque todavía quedan entidades medianas y pequeñas que necesitan reforzarse. Por cierto que estos movimientos pueden también circunscribirse a bancos muy grandes; recordemos la de momento fallida operación de fusión del Banco Sabadell con BBVA. Veremos también colocaciones de filiales o empresas participadas por la banca; el ejemplo es Línea Directa y la intención de Bankinter de sacar a Bolsa a su aseguradora.
Incluso podremos ver, a lo mejor, salidas a Bolsa de algún banco mediano como es el caso de Ibercaja que desde hace tiempo viene planteándose esta opción, aparcada por el mal momento bursátil que el sector bancario ha atravesado. Pueden verse también movimientos en pequeñas entidades, concretamente en las cajas rurales, donde figuras como el Banco Cooperativo o Cajamar tienen capacidad aglutinar o liderar esos movimientos.
Como vemos el mar por donde navega, en estos momentos, el sector no puede decirse que sea calmado. Desde luego cuanto antes se neutralice la pandemia, cuanto más se extiendan las medidas de ayuda para aquellas empresas viables, no a las zombis, algo más fácil lo tendrá el sector. Independientemente de ello, el tablero bancario parece abocado a nuevos movimientos de uniones, fusiones o absorciones, especialmente en aquellos que no tengan un negocio diferenciado del estrictamente bancario, caso de Banca March por citar un ejemplo.