
Madrid y Nueva York comparten una alta densidad de población, importantes niveles de contaminación, enorme movilidad y gran volumen de negocio. Desde 2020, también les une haber sido epicentros de la pandemia del coronavirus. Los caminos paralelos que ligaron la historia sanitaria de estas dos ciudades, sin embargo, se rompió a principios del verano. Ahí establecen los expertos el punto de inflexión que separó sus destinos definitivamente, con la pandemia descontrolada en una segunda ola en la capital española y una mínima incidencia a día de hoy en la Gran Manzana. La respuesta hay que buscarla en la gestión de sus gobernantes. | EN DIRECTO: todos los detalles sobre la evolución del coronavirus
Madrid: 754 contagios por cada 100.000 habitantes; 23% de tasa de test positivos en coronavirus. Nueva York: 25 contagios por cada 100.000 habitantes; menos de 1% de test positivos. Las cifras en las antípodas que figuran en la tarjeta de presentación epidemiológica de ambas ciudades en la actualidad no fueron tan distintas en la primavera, durante la primera ola de coronavirus. El SARS-CoV-2, que se trasladó de oriente a occidente, desde su origen en Wuhan hasta conquistar el continente americano, fue especialmente duro en urbes con las características que comparten Madrid y Nueva York. Sin embargo, los diferentes escenarios actuales demuestran que el modelo de gestión de la pandemia y las decisiones tomadas por los gobernantes de ambos territorios han sido -y siguen siendo- determinantes.
La desescalada emerge como el punto de inflexión que cambió el devenir de estas ciudades. La rápida apertura económica de Madrid tras el fin del estado de alarma viene siendo apuntada por epidemiólogos y expertos en Salud Pública cuando se analizan los motivos por los que España ha vuelto a liderar los contagios y las muertes en Europa. Demasiada velocidad y escasa preparación en territorios complejos como Madrid siempre aparecen en el debate de las comparaciones con Roma, Berlín e incluso Londres.
Sólo a finales de agosto el gobernador de Nueva York abrió la mano y anunció el 30 de septiembre como fecha de apertura de la restauración en el interior de los locales, con un aforo máximo del 25%
Madrid no cumplió las cuatro fases de desescalada ideadas por el Gobierno de Pedro Sánchez, e incluso denunció en los tribunales la decisión de Sanidad de no permitir a la comunidad pasar a la fase 1. Con el fin del estado de alarma, el territorio madrileño detuvo la desescalada y entró en una nueva normalidad sin cumplir parámetros que estaban siendo monitorizados por el Ministerio de Sanidad como el número de rastreadores y la capacidad asistencial de la Atención Primaria. En Nueva York, sin embargo, el plan de desescalada continúa activo en la actualidad, y tanto el alcalde Bill de Blasio como el gobernador Andrew Cuomo siguen tomando decisiones pegadas a los datos epidemiológicos en tiempo real.
La 'cocina lenta' marca el paso en la desescalada neoyorkina, que engloba a una decena de regiones que componen el estado y que reabren su actividad económica atendiendo a indicadores muy similares a los que estableció el Ministerio de Sanidad en España. En la fecha actual, aún no se permite el consumo en el interior de bares y restaurantes de la Gran Manzana.

El asunto de la apertura de la hostelería resulta clave para entender las diferencias entre Madrid y Nueva York, según apunta un reportaje publicado en el Financial Times. Sus autores explican que resulta imposible contabilizar el número de contagios relacionados con el consumo en estos locales, pero citan un estudio reciente del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de EEUU que alerta de que las personas que acuden a restaurantes y bares tienen el doble de probabilidades de contagiarse de coronavirus que las que no lo hacen.
Mientras que el pasado 8 de junio Madrid comenzó a abrir sus locales de hostelería con aforos reducidos al 50%, en Nueva York no se hará hasta el próximo 30 de septiembre y con un 25% de su aforo. Por el momento, el servicio de comidas y bebidas sólo se ha permitido en las terrazas al aire libre en la urbe estadounidense.
La prudencia ha marcado las decisiones de las autoridades de Nueva York a lo largo de los últimos meses. Pese a que los hosteleros daban por hecho, ante el descenso de contagios en el mes de junio, que podrían volver a abrir por completo para celebrar el Día de la Independencia el 4 de julio, los gobernantes echaron el freno al detectar un repunte de contagios en zonas en las que ya se habían abierto los restaurantes. La suspensión del servicio interior se declaró sine die, y sólo a finales de agosto el gobernador Andrew Cuomo abrió la mano y anunció el 30 de septiembre como fecha de apertura de la restauración en el interior de los locales. Eso sí, con un aforo máximo del 25%.
Madrid, con una enorme dependencia económica al negocio de comer y beber fuera de casa, ha lanzado en múltiples ocasiones a través de sus dirigentes políticos el mensaje de que continuar con el parón era inviable económicamente. La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, volvió a repetirlo esta semana, tras su reunión con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una cita destinada a engarzar un plan que frenase el descontrol del virus en Madrid. Ayuso instó a los madrileños a "convivir con el virus" y aseguró que los confinamientos totales supondrían "la muerte económica para todos".
Nueva York, que ha visto el cierre de innumerables negocios de hostelería desde el inicio de la pandemia, aborda la destrucción de 600.000 puestos de trabajo y un déficit histórico arrastrado por el pago de subsidios de desempleo. Pese a esto, la balanza de la salud ganó la batalla frente a la de la economía en la Gran Manzana. Justo lo contrario que ha sucedido en Madrid, según han denunciado expertos en Salud Pública.
Las restricciones a los negocios de restauración no ha sido la única decisión impopular tomada por las autoridades neoyorkinas. El establecimiento de cuarentenas a lo largo del verano para visitantes procedentes de estados con mayores tasas de contagios propinó un nuevo golpe económico a la ciudad, pero siguen vigentes y actualizándose semanalmente. Por ejemplo, apunta Financial Times, esta semana se han incluido en la lista nuevos estados como Arizona o Nevada, lo que implica que sus ciudadanos que viajen a Nueva York tendrán que someterse a un confinamiento para no disparar el riesgo de contagios 'importados'.
El rastreo y los test PCR practicados a diario se consolidan como efectivos y suficientes en el estado de Nueva York. Su tasa de positividad, que no rebasa el 1%, así lo demuestra -la OMS establece que, por debajo del 5% de test positivos, está controlada la pandemia en un territorio-. Madrid ofrece una imagen muy diferente: su actual 23% de test que dan positivo en coronavirus implican que todavía muchos contagios no se detectan ni están aislados, por lo que el coronavirus transita sin control.
El rastreo, la tarea de la vigilancia y seguimiento de casos y contactos estrechos, es uno de los indicadores clave para mantener a raya los brotes y que Madrid nunca cumplió. La recomendación de la OMS establecía la necesidad de 1.200 trabajadores destinados a esta labor en ciudades de la envergadura poblacional de Madrid. No se llegó a los 800 hasta principios de septiembre. Ahora, pese al anuncio este lunes de que se alcanzará la cifra de 1.500 rastreadores para Madrid, todo indica que será demasiado tarde por los niveles de transmisión comunitaria, que complican el rastreo y los orígenes de cada infección.
Las nuevas medidas tomadas en Madrid para las 37 áreas de salud con mayor incidencia de SARS-CoV-2 -aquellas que superan el millar- no han tranquilizado a los epidemiólogos y expertos en Salud Pública, que las consideran tardías e insuficientes. Este viernes, la Comunidad de Madrid anunciará nuevas restricciones que aún se desconocen para frenar la segunda ola de coronavirus. Nueva York, mientras tanto, continuará midiendo sus fuerzas al son de los datos y preparándose para dar un pequeño paso más.